Cuentos de Terror

La Sombra en el Espejo Rajado

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Cinco amigos —Andre, Isleth, Ana, Miguel y Luis— decidieron pasar un fin de semana alejados del bullicio de la ciudad. La idea de desconectarse del ruido cotidiano y buscar un poco de aventura los entusiasmaba mucho. Mientras navegaban por internet, encontraron una antigua cabaña en medio del bosque, un lugar bastante apartado y con un precio muy bajo que parecía ideal para su escapada. La cabaña se veía antigua, de esas que parecían olvidadas por el tiempo, con las ventanas cubiertas por tablas gastadas y la madera oscura por la humedad. Pero a pesar de eso, les pareció el lugar perfecto para contar historias, divertirse y estar juntos.

Cuando llegaron, el sol apenas estaba comenzando a ocultarse detrás de los árboles. La sombra de los pinos largos se alargaba, y apenas escuchaban el canto de algunos pájaros que no parecían muy comunes. Al abrir la puerta, un aire frío los recibió, denso y cargado con un olor extraño, una mezcla de humedad y algo semejante a carne vieja, algo que ninguno pudo identificar con exactitud, pero que les revolvió un poco el estómago. Andre fue el primero que intentó ignorarlo, diciendo que debía ser por el tiempo que la cabaña había estado abandonada. Los demás no dijeron nada; tampoco querían arruinar la emoción del momento, pero todos lo percibieron.

La cabaña era pequeña y estaba llena de muebles viejos cubiertos de polvo. Había telarañas colgando en las esquinas y el piso crujía con cada paso que daban. Luis, que siempre tenía una imaginación activa, ya estaba viendo formas y siluetas en las sombras. Ana, la más curiosa, se acercó a una vieja mesa de madera que estaba junto a la chimenea —aunque no parecía funcionar— y observó unas fotografías en blanco y negro, borrosas y dañadas por la humedad. Había rostros que parecían estar mirando hacia ellos, pero en los ojos de las fotografías no había vida, solo una sensación extraña que les hizo encogerse un poco al corazón.

Esa primera noche, ya cenando en la pequeña cocina, Federico —un amigo imaginario al que bromeaban llamando así— parecía ser el único lugar seguro. Mientras comían, Luis dijo muy serio que había visto una silueta justo detrás de la ventana, esa ventana que estaba cubierta por tablas viejas pero que desde dentro dejaba entrever la sombra de algún movimiento. Los demás se rieron, pensando que Luis sólo quería asustarlos o que su mente jugaba malas pasadas por la oscuridad y el cansancio. Pero entonces, Isleth, que estaba justo a lado de la puerta, escuchó un golpe seco proveniente del desván, un sonido fuerte que rompió el silencio como un trueno pequeño. Todos se miraron, asustados y nerviosos, y decidieron que era mejor investigar. No sabían qué esperar en ese lugar.

Con cuidado, subieron las escaleras que crujían en cada peldaño, llegando a un desván que parecía esconder secretos. El polvo flotaba en el aire tan espeso que casi podían verlo, y el olor a moho se hacía más intenso. Al iluminar con las linternas la habitación, vieron que estaba desordenada, como si el tiempo se hubiera detenido ahí. En el centro del suelo había un viejo espejo rajado, cubierto por una tela que ya estaba amarillenta. Ana, siempre la más valiente y curiosa, se acercó lentamente y con la mano levantó el paño. Mientras lo hacía, un susurro helado recorrió la habitación como una brisa gélida: —No debieron venir…

El aire se heló de golpe, y por un momento todos se quedaron sin aliento, paralizados por el miedo. Miguel, tratando de mantener la calma, intervino rápidamente diciendo que debía ser sólo el viento colándose por alguna rendija entre las tablas de las ventanas. Los demás intentaron asentir, pero el corazón les latía acelerado. Cuando se dieron vuelta, esperando que nada más apareciera, vieron que la superficie del espejo no solo estaba rajada, sino que parecía reflejar algo que no estaba en la habitación.

En el espejo, además de sus propios reflejos, apareció una sombra oscura que se movía con lentitud, una figura borrosa sin rostro, que parecía observándolos con una mirada invisible. Isleth trató de apartar la vista, pero no pudo quitar los ojos de la imagen. Luis, temblando, agarró la lámpara y la movió lentamente hacia la figura, pero la sombra desapareció tan rápido como había aparecido, dejando solo el reflejo de sus caras asustadas.

De pronto, el espejo comenzó a vibrar suavemente, emitiendo un leve sonido como un susurro que nadie logró entender, algo que hizo que todos retrocedieran. Andre, con voz apenas audible, sugirió que debían irse de ahí cuanto antes, pero Ana insistió en que antes debían descubrir qué era ese lugar. Con el valor que la curiosidad les dio, decidieron seguir investigando por la casa. En un rincón encontraron una caja vieja, cubierta de polvo y telarañas, que al abrirla contenía cartas amarillentas y una especie de diario.

Miguel tomó una de las hojas y empezó a leer en voz alta para que todos escucharan. Eran anotaciones de alguien llamado Eliseo, que había vivido allí hacía muchos años. En el diario, Eliseo hablaba de extraños sucesos, de voces que venían del bosque y de cómo sentía que no estaba solo en la cabaña. Con el tiempo, dijo que el espejo del desván era sucesor de un espejo antiguo que atrapaba las sombras de las personas y que, cuando alguien miraba mucho tiempo en él, podía desaparecer sin dejar rastro.

Luis, con el rostro pálido, preguntó si eso significaba que alguien podría estar atrapado en ese espejo. Ana asintió mirando hacia arriba, hacia el desván, y entonces un frío aún mayor se apoderó de la habitación. El reflejo en el espejo pareció moverse otra vez, y esta vez la sombra apareció alargando una mano, como invitándolos a acercarse.

El miedo empezó a crecer, la atmósfera estaba cargada de electricidad y los jóvenes entendieron que lo que habían pensado que sería un simple fin de semana de diversión y aventura, se había convertido en algo mucho más oscuro y peligroso. Luis propuso salir inmediatamente, pero justo cuando iban a bajar las escaleras, la puerta del desván se cerró de golpe con un estruendo. Isleth intentó abrirla, pero parecía atascada. Las luces de sus linternas comenzaron a parpadear y un frío intenso les caló los huesos.

De repente, Ana sintió una mano invisible que le rozaba la espalda, y un susurro muy claro le dijo: —Quédense conmigo… para siempre. Andre, tan paralizado como los demás, no pudo moverse. Entonces Miguel, recordando lo que había leído, gritó que debían no mirar más el espejo y cubrirlo otra vez. Ana rápidamente tomó la tela y la volvió a poner sobre el espejo. En el instante en que la tela cubrió el cristal, el frío desapareció, el aire se volvió más cálido y la puerta del desván se abrió lentamente con un crujido.

Sin pensarlo dos veces, los cinco amigos bajaron corriendo las escaleras y quedaron en el comedor. Nadie decía una palabra, pero sus miradas expresaban el miedo y el alivio mezclados. Decidieron que esa noche ya no contarían historias de terror y que al amanecer serían los primeros en marcharse de aquel lugar siniestrado.

En la mañana, las primeras luces del sol filtrándose entre los árboles les dieron esperanza. Mientras hacían las maletas, Luis encontró un pequeño papel arrugado debajo de una tabla del piso, que decía: “Gracias por liberarme”. Nadie sabía a quién o a qué se refería, pero para ellos fue suficiente. El espejo, con su sombra invisible y sus susurros, se quedó otra vez olvidado, cubierto por la tela polvorienta.

Al salir de la cabaña y dejar atrás el bosque, los amigos comprendieron que la aventura había sido más real y aterradora de lo que imaginaron. Aprendieron que hay lugares que guardan secretos muy antiguos y que la curiosidad, aunque valiente, a veces conviene llevarla con precaución. Siguieron siendo amigos, más unidos después de pasar juntos esa experiencia misteriosa, y cada vez que alguien mencionaba la palabra “espejo”, una sonrisa nerviosa aparecía en sus rostros. Porque seguro, en algún lugar, la sombra seguía ahí, esperando a la próxima persona que se atreviera a mirar su interior.

Así terminaron su fin de semana, recordando que no todo lo que parece barato y abandonado está simplemente viejo: algunas cosas ocultan presencias que es mejor dejar en silencio. Y eso, sin duda, fue la lección más importante que se llevaron consigo.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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