Era una noche oscura y fría en el pequeño pueblo de Buenavista. Las sombras se alargaban bajo la tenue luz de las farolas, y el aire se sentía cargado de misterio. En esta noche particular, tres amigos muy unidos: Madison, Mike y Sofía, habían decidido explorar un viejo y abandonado colegio a las afueras del pueblo. Se decía que aquel lugar estaba lleno de historias espeluznantes, y la curiosidad había superado su prudencia.
Madison, siempre llena de energía y entusiasmo, empacó en su mochila una linterna, algo de comer y su valiente espíritu. Mike, el más cauteloso del grupo, llevó una cámara para documentar todo lo que encontraran. Sofía, a quien le gustaba contar historias de terror, se preparó para narrar los cuentos que su abuela le había contado cuando era pequeña.
Cuando llegaron al viejo colegio, el viento aullaba entre las ventanas rotas, y las puertas chirriaban de manera siniestra. El edificio era grande, de tanto tiempo que había pasado, la pintura se despegaba y las tablas del suelo crujían como si el lugar estuviera vivo. A pesar del ambiente inquietante, los tres amigos se miraron con complicidad y decidieron entrar.
El vestíbulo era amplio y estaba cubierto de polvo. Las estanterías estaban vacías, y los pupitres estaban dispuestos de tal manera que parecían haber sido abandonados en medio de una lección. Madison encendió su linterna y comenzó a explorar, iluminando las telarañas que se colgaban de los rincones.
“¡Miren!” exclamó Madison de repente, apuntando con la luz hacia una puerta entreabierta al fondo. “¿Deberíamos ir allí?”
Mike dudó. “No sé, chicos. Este lugar da un poco de miedo.”
“Vamos, Mike. Solo es un viejo colegio. Solo son sombras de lo que fue,” dijo Sofía, animándolo. A Mike no le gustaba la idea, pero la intrépida Madison ya había adelantado por el pasillo. Sofía lo siguió, obligándolo a avanzar. Poco a poco, la curiosidad se fue apoderando de él.
La puerta crujió al abrirse, revelando un aula oscura. El aire era denso, y la linterna de Madison proyectaba sombras escalofriantes en las paredes. Sofía decidió contar una historia para aliviar la tensión del momento. Se sentó en uno de los pupitres y comenzó.
“Hace muchos años, un grupo de estudiantes se quedó atrapado aquí durante una tormenta. Cada uno tenía un secreto oscuro que esconder. Una de ellos, una chica llamada Carolina, era la más temerosa de todas. Se decía que las sombras en esta aula eran las almas de los estudiantes que nunca salieron”, narró Sofía, mientras los dos amigos la escuchaban con atención.
A medida que la historia avanzaba, se dio cuenta de que algo extrañamente helado recorría la habitación. Madison, atrapada en el relato, sintió que las sombras parecían cobrar vida. De repente, un viento helado sopló y apagó la linterna.
“¡Madison!” gritó Mike, mientras Sofía encendía su linterna. Pero justo antes de hacerlo, un susurro apenas audible pareció resonar en el aire: “Ayúdenme…”.
Los tres amigos se miraron aterrados.
“¿Escucharon eso?” preguntó Mike, con la voz temblorosa. Madison asintió, sus ojos estaban muy abiertos. En ese momento, todos sintieron que el ambiente se había vuelto más pesado, como si las paredes estuvieran observándolos.
Sofía decidió que era mejor que se fueran, pero antes de hacerlo, notó una extraña sombra moverse en una esquina de la sala. La forma parecía estar esperando algo, o tal vez a alguien.
“¿Qué es eso?” susurró Madison, señalando a la sombra con el dedo tembloroso.
“¡Vamos! ¡Saltemos de aquí!” Mike estaba ahora realmente asustado y, al darse la vuelta para salir, se encontró con una niña pequeña. Tenía el cabello lacio y desordenado, y su vestido estaba viejo y sucio. La miraba fijamente con unos ojos grandes y tristes.
“¿Están aquí para ayudarme?” preguntó la niña. El tono de su voz era suave, pero había algo extraño en él que hizo que los tres amigos dudarán.
“¿Ayudarte? ¿Quién eres?” preguntó Sofía, tratando de mantener la calma.
“Soy Carolina. Estoy atrapada aquí”, respondió la niña, parándose en una postura que parecía una súplica. “No puedo salir hasta que se descubra la verdad.”
Madison se acercó un poco más, aunque sus piernas temblaban. “¿Qué verdad? ¿Qué pasó contigo?”
“Mis amigos y yo estábamos en una clase y, de repente, la tormenta llegó. Nos escondimos aquí, pero algo malo sucedió,” explicó Carolina, mientras sus ojos parecían llenarse de lágrimas. “No pudimos salir. Nunca lo hicimos.”
“Eso… eso es horrible,” murmuro Mike, que se sintió inmediatamente identificado con la historia.
“Pero, por favor, ustedes deben ayudarme a contar lo que sucedió. Siento que las sombras me están atrapando nuevamente. Las almas de mis amigos están aquí; su dolor las mantiene prisioneras. Si logran hablar sobre lo que pasó, tal vez podamos liberarnos”, dijo Carolina, su voz llena de esperanza.
Sofía, con una chispa de valentía, propuso: “Hablemos de su historia, entonces. Si sabemos qué ocurrió, quizás podamos liberaros.”
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.