Cuentos de Valores

Agua en Venta: La Lucha por el Tesoro de Suchitlán

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Era un día soleado en el pequeño pueblo de Suchitlán, rodeado de montañas y ríos cristalinos. Ana, Juan y Sofía, tres amigos inseparables, solían pasar sus tardes explorando los alrededores de su hogar. Cada rincón del pueblo tenía una historia que contar, y ellos estaban siempre dispuestos a descubrirla.

Un martes, mientras jugaban cerca del arroyo, Sofía encontró algo brillante entre las piedras. Se agachó y lo levantó con curiosidad. Era un viejo medallón, adornado con extraños símbolos grabados. «¡Miren lo que encontré!» exclamó. Los otros dos se acercaron y quedaron asombrados por la rareza del objeto.

«Podría ser un tesoro, ¿no creen?» dijo Juan, sus ojos brillando de emoción. Ana, siempre más cautelosa, sugirió que debían investigar su origen antes de hacer conjeturas. Los tres acordaron que el medallón merecía un poco más de atención, así que decidieron visitar a Don Ernesto, el anciano del pueblo, quien conocía muchas historias sobre Suchitlán.

Al llegar a la casa de Don Ernesto, lo encontraron sentado en su silla de mecedora, disfrutando de la tarde. Con una sonrisa, recibieron a los chicos. «¿Qué les trae por aquí, mis pequeños exploradores?» preguntó el anciano. Sofía, emocionada, le mostró el medallón. Don Ernesto lo observó detenidamente y su expresión cambió. «Este medallón pertenece a la leyenda del agua cristalina de Suchitlán. Se dice que contiene el poder de encontrar el tesoro escondido de nuestro pueblo», explicó.

Los tres amigos estaban fascinados. “¿Dónde está ese tesoro?” preguntó Ana, ansiosa. «Se encuentra en las montañas, en una cueva que sólo se puede encontrar si tienes un corazón puro y la intención de ayudar a los demás», respondió Don Ernesto.

Juan, que siempre había soñado con aventuras, propuso que ellos fueran a buscar el tesoro. «Podríamos usarlo para mejorar el pueblo, hay muchas familias que no tienen suficiente agua», sugirió. Sofía asintió, mientras que Ana, pensativa, decía que debían tener cuidado. “No sabemos qué nos podemos encontrar”, advirtió.

Finalmente, decidieron que la búsqueda sería una aventura conjunta y que se ayudarían mutuamente en el camino. Tomaron una mochila con algunos bocadillos y agua, y se adentraron en las montañas. Mientras caminaban, Juan comenzó a contar historias sobre tesoros y aventuras pasadas, tratando de hacer que Ana se sintiera más animada.

Después de un tiempo caminando, llegaron a una cueva oscura y misteriosa. «Este debe ser el lugar», dijo Juan con emoción. Ana, un poco asustada, dudó. «¿Y si algo malo nos pasa dentro?», preguntó. Sofía, intentando alentar a sus amigos, respondió: «Estamos juntos, y juntos podemos enfrentar lo que sea». Con esas palabras, se adentraron en la cueva.

Dentro, la cueva estaba más oscura de lo que habían imaginado. Sin embargo, al avanzar, se dieron cuenta de que había algo mágico en el lugar. Las paredes brillaban con un suave resplandor azul. De pronto, escucharon una voz suave que decía: «Sólo aquellos que buscan el bien podrán descubrir el verdadero tesoro».

Los chicos se miraron entre sí, y Ana, aunque un poco asustada, decidió que debían continuar. «¿Qué podemos hacer para demostrar que buscamos el bien?» preguntó Sofía a voz alta. Entonces, la voz respondió: «El tesoro no solo es material, cada acción generosa que realicen en su camino podrá acercarlos a su descubrimiento».

En ese momento, decidieron que en vez de centrarse solo en encontrar el tesoro, deberían hacer algo bueno. Salieron de la cueva y se encontraron con un anciano que tenía problemas para recolectar algunas frutas de un árbol alto. Sin pensarlo dos veces, Juan subió al árbol y le ayudó a recoger la fruta, mientras Ana y Sofía sostenían la cesta para no dejar caer nada.

«Gracias, pequeños. Este era mi alimento para la semana,» dijo el anciano con una sonrisa. Los amigos se sintieron muy bien por lo que hicieron y continuaron su camino, haciendo pequeñas buenas acciones: ayudaron a una madre a llevar agua a su casa, jugaron con unos niños que estaban tristes y regalaron una mochila llena de bocadillos a una familia necesitada.

Cada vez que hacían algo bueno, la cueva brillaba más intensamente, como si les estuviera guiando. Tras una larga jornada de buenas acciones, finalmente regresaron a la cueva. Al entrar, el resplandor había alcanzado su máximo brillo, y en el centro de la cueva encontraron un cofre dorado.

Con sus corazones latiendo de emoción, abrieron el cofre y dentro no había oro ni joyas, sino un manantial de agua pura que brotaba de una piedra. «El verdadero tesoro», dijo Sofía con admiración, «es el agua que tanto necesita nuestro pueblo». Todos sonrieron, entendiendo que no solo habían encontrado un recurso invaluable, sino que también habían cultivado en el camino valores como la generosidad y la solidaridad.

Regresaron a Suchitlán con el manantial, convirtiéndose en héroes del pueblo. Con el agua pura que llevaron pudieron ayudar a muchos, y lo más importante, aprendieron que el verdadero tesoro no está en lo material, sino en el amor y la alegría que se comparte con los demás.

Así, Ana, Juan y Sofía no solo descubrieron un antiguo conocimiento, sino que también forjaron un lazo invaluable como amigos. Desde entonces, siempre recordaron que, independientemente de la aventura que emprendieran, lo más importante era tener un buen corazón y ayudar a los demás.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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