Dentro de los majestuosos Andes peruanos, existía un pequeño pueblo que, durante mucho tiempo, había estado expuesto a una inmensa hambruna y sequía. La situación era tan grave que muchos de los habitantes se habían visto obligados a trabajar en las minas, pero a pesar de su duro esfuerzo, apenas conseguían el sustento diario. Este pequeño pueblo estaba bajo el control de Ati Kay, un altivo y poderoso cóndor que poseía uno de los pocos terrenos fértiles y la única fuente de agua en la región.
Ati Kay no era conocido por su bondad. Al contrario, utilizaba su poder y recursos para controlar a los habitantes, exigiéndoles trabajar en sus minas a cambio de migajas de comida. Cada día, los animales del pueblo se reunían a las puertas de la casa de Ati Kay, pidiendo un poco de comida y agua, pero casi siempre eran rechazados.
«¡Por favor, comida! ¡Agua, por favor!» era el clamor constante de los animales, entre ellos yo, un gallito de las rocas llamado Quispikai. Sentía una gran hambre y desesperación cada día que regresaba a casa con las manos vacías.
Un día, mientras me encontraba en medio de la multitud, escuché una voz familiar. «¡Quispikai!» Al girarme, vi a mi viejo amigo Sullok, un valiente y fuerte llama. «¡Sullok! ¿Eres tú?» exclamé, sorprendido de verle después de tanto tiempo. «Sí, amigo, soy yo. Qué gusto volver a verte. ¿Cómo te ha ido? ¿Cómo es allá afuera?»
Sullok había regresado después de una larga ausencia, y aunque me alegraba mucho verlo, no podía evitar sentir tristeza al pensar en nuestra situación. «Las cosas aquí no han cambiado, Sullok. Seguimos sufriendo por la falta de comida y agua. Ati Kay nos tiene trabajando en las minas, pero apenas nos da lo suficiente para sobrevivir.»
Sullok me escuchó con atención y luego me dijo: «He visto muchos lugares en mi viaje, Quispikai, y he aprendido que la clave para superar estos tiempos difíciles es la solidaridad y el trabajo en equipo. Juntos, podemos encontrar una solución para nuestro pueblo.»
Con renovada esperanza, Sullok y yo comenzamos a idear un plan para cambiar nuestra situación. Decidimos que debíamos unir a todos los animales del pueblo y trabajar juntos para liberar los recursos que Ati Kay monopolizaba. Empezamos a visitar a cada uno de los animales, compartiendo nuestra visión y animándolos a unirse a nosotros.
«Si trabajamos juntos, podemos crear nuestros propios campos fértiles y encontrar nuevas fuentes de agua», les decíamos. Al principio, muchos eran escépticos y temían las represalias de Ati Kay, pero poco a poco, la idea de la solidaridad comenzó a germinar en sus corazones.
Una noche, mientras estábamos reunidos en secreto, Sullok nos compartió una noticia importante. «He descubierto una antigua leyenda sobre un lago subterráneo que podría proporcionarnos agua. Si logramos encontrarlo, podremos cultivar nuestros propios alimentos y no dependeremos más de Ati Kay.»
El entusiasmo y la esperanza crecieron entre nosotros. Decidimos que al amanecer comenzaríamos la búsqueda del lago subterráneo. Con herramientas rudimentarias y mucha determinación, nos dispusimos a cavar en los lugares indicados por la leyenda.
Día tras día, trabajamos incansablemente, cavando y explorando. Ati Kay, al darse cuenta de nuestra ausencia en las minas, comenzó a sospechar. Una mañana, voló sobre el pueblo y vio nuestras excavaciones. «¿Qué es lo que están haciendo?», preguntó con voz autoritaria.
Sullok, con valentía, respondió: «Estamos buscando una nueva fuente de agua para nuestro pueblo. No podemos seguir dependiendo de ti y tus migajas, Ati Kay. Todos tenemos derecho a vivir con dignidad.»
Ati Kay, enfurecido por el desafío, se dispuso a detenernos, pero algo inesperado sucedió. Mientras volaba en círculos sobre el lugar donde cavábamos, el suelo comenzó a temblar y, de repente, una fuente de agua cristalina brotó con fuerza desde el subsuelo.
Todos nos quedamos asombrados al ver cómo el agua llenaba el pozo que habíamos cavado. Era un milagro. La leyenda era cierta. Gritos de alegría y celebración se alzaron entre los animales del pueblo. Por fin, teníamos agua.
Ati Kay, al ver el poder de la solidaridad y la determinación de los animales, comprendió que ya no podía seguir controlándolos. Descendió lentamente y, con una voz menos autoritaria, dijo: «He visto la fuerza que tienen cuando trabajan juntos. Quizás he sido demasiado egoísta y orgulloso. Les pido perdón.»
Los animales, liderados por Sullok y Quispikai, aceptaron la disculpa de Ati Kay, pero también dejaron claro que las cosas cambiarían a partir de ese momento. Decidieron formar un consejo en el que todos los animales pudieran participar y tomar decisiones juntos.
Con el nuevo pozo de agua, el pueblo comenzó a florecer. Todos trabajaban en los campos, plantando semillas y cuidando de las cosechas. La comida se distribuía equitativamente y nadie volvía a pasar hambre. La solidaridad y el trabajo en equipo se convirtieron en los valores fundamentales del pueblo.
Ati Kay, aunque al principio le costó adaptarse, finalmente encontró su lugar en la comunidad. Utilizó su fuerza y habilidades para ayudar en las tareas más pesadas y se ganó el respeto de todos. Con el tiempo, se convirtió en un defensor de la igualdad y la justicia.
Un día, mientras descansábamos después de una larga jornada de trabajo, Sullok se acercó a mí y dijo: «Lo hemos logrado, Quispikai. Nuestro pueblo ha renacido gracias a la solidaridad y el esfuerzo conjunto. Nunca debemos olvidar lo que hemos aprendido.»
Asentí con una sonrisa, recordando los días oscuros de hambre y desesperación. «Sí, Sullok. Siempre debemos recordar que, cuando trabajamos juntos y nos apoyamos mutuamente, no hay obstáculo que no podamos superar.»
Y así, el pequeño pueblo en los Andes peruanos se convirtió en un ejemplo de solidaridad y cooperación. Los animales vivían en armonía, compartiendo y ayudándose unos a otros. Y aunque enfrentaron muchos desafíos a lo largo de los años, siempre recordaron la lección que habían aprendido: la unión hace la fuerza.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.