Benjamín era un niño de 8 años que vivía en una hermosa granja junto a su mamá, su papá y su perro llamado Aguacate. Todas las mañanas, cuando el sol apenas asomaba en el horizonte, Benjamín se levantaba con una gran sonrisa en el rostro. Sabía que otro día de aventuras lo esperaba en su pequeña pero bulliciosa granja.
Lo primero que hacía cada día era correr al gallinero. Sus seis gallinas lo esperaban, cacareando y agitando sus plumas, como si estuvieran emocionadas por recibir su desayuno. Benjamín les daba maíz y se aseguraba de que siempre tuvieran agua fresca. Las gallinas lo seguían con cariño, y él les hablaba como si fueran sus amigas de toda la vida.
Después de cuidar a las gallinas, Benjamín se dirigía al estanque donde nadaban sus dos patos. Los patos, siempre chapoteando felices en el agua, comenzaban a graznar en cuanto veían a Benjamín acercarse. A él le encantaba ver cómo se lanzaban al agua una y otra vez, y mientras les arrojaba su comida, sonreía viendo lo bien que se lo pasaban.
Su siguiente parada era el establo. Allí vivían su caballo, un hermoso animal con un pelaje brillante y suave, y su burro, que era tranquilo y siempre parecía estar soñando despierto. Benjamín les daba heno y les acariciaba con cariño. El caballo relinchaba alegremente mientras el burro, fiel a su estilo, solo movía las orejas en señal de agradecimiento. Cada vez que terminaba de alimentar a sus animales, Benjamín se sentía feliz de saber que estaban bien cuidados.
Aguacate, su perro, nunca se separaba de él. Era un perro juguetón y leal, siempre moviendo la cola y saltando alrededor de Benjamín mientras hacía sus tareas. Benjamín y Aguacate eran inseparables, y después de asegurarse de que todos los animales estuvieran bien, solían jugar un rato en los campos de la granja.
Pero Benjamín no solo era un buen cuidador de animales; también era un niño muy responsable en la escuela. Todos los días, después de terminar sus labores en la granja, se preparaba para ir a la escuela. Siempre llegaba puntual y prestaba mucha atención a las lecciones. Sabía que aprender era importante, no solo para él, sino también para poder ayudar mejor en la granja y cumplir sus sueños en el futuro.
Aguacate siempre lo acompañaba hasta la puerta, moviendo la cola como si supiera que pronto volvería. En la escuela, Benjamín prestaba atención a cada palabra de su maestra, porque quería aprender todo lo posible sobre el mundo que lo rodeaba. Disfrutaba especialmente de las clases de ciencias, donde le enseñaban sobre las plantas y los animales, temas que él ya conocía bien gracias a la vida en la granja.
Cuando regresaba a casa, cansado pero feliz, su mamá lo recibía con una rica merienda. Una taza de leche fresca y galletas hechas en casa eran su recompensa después de un largo día de trabajo y estudios. Aguacate siempre estaba a su lado, esperando con paciencia a que Benjamín terminara su merienda para que pudieran correr y jugar en el patio.
Después de disfrutar de su merienda, Benjamín se sentaba en su escritorio para hacer las tareas escolares. Se tomaba su tiempo para hacer cada ejercicio con cuidado, porque sabía que ser responsable con sus estudios lo ayudaría a cumplir con todo lo que se proponía. Mamá y papá siempre estaban ahí para ayudarlo si necesitaba, pero Benjamín intentaba hacer las cosas por sí mismo primero.
Una tarde, mientras Benjamín y Aguacate jugaban en el campo, algo inesperado sucedió. Una de las gallinas había escapado del gallinero y estaba corriendo hacia el bosque. Sin pensarlo dos veces, Benjamín y Aguacate se lanzaron a la búsqueda. Corrieron lo más rápido que pudieron, siguiendo los cacareos de la gallina. Aguacate, con su increíble olfato, fue el primero en encontrarla. Estaba escondida detrás de un arbusto, un poco asustada pero sana y salva.
Benjamín se acercó con calma y, con mucho cuidado, tomó a la gallina entre sus brazos. «Todo está bien ahora», le dijo suavemente. Luego, junto a Aguacate, la llevó de vuelta al gallinero. Esa tarde, mientras la gallina se acomodaba junto a sus compañeras, Benjamín se sintió orgulloso de haberla rescatado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.