Era un soleado día en el pequeño pueblo de Valleverde, donde Nydia, Mérida, Jeanpaul y Marcos eran amigos inseparables. Se conocían desde que eran muy pequeños y siempre estaban en busca de aventuras. Sin embargo, en el fondo de su amistad, había un problema que nadie se atrevía a mencionar: la manera en que a veces se hablaban entre sí.
Nydia era una niña creativa y llena de ideas brillantes. Siempre llevaba consigo un cuaderno donde dibujaba sus pensamientos y sueños. Mérida, por otro lado, era muy valiente y siempre estaba dispuesta a defender a sus amigos. Jeanpaul era el más tranquilo del grupo y le encantaba observar la naturaleza, mientras que Marcos, el más impetuoso, a menudo se dejaba llevar por sus emociones y, a veces, sin querer, lastimaba a sus amigos con palabras duras.
Un día, mientras exploraban un hermoso bosque que había cerca de su pueblo, encontraron un viejo árbol que parecía tener siglos de vida. Sus ramas eran fuertes y sus hojas brillaban al sol, pero lo que más les llamó la atención fue un pequeño refugio que había a su alrededor. Decidieron que ese sería su nuevo lugar secreto. Allí, podrían compartir historias, juegos y, sobre todo, divertirse juntos.
Pero, como en todas las aventuras, no todo era perfecto. Con el pasar de los días, el grupo comenzaba a mostrar algunas tensiones. A veces, un comentario desafortunado de Marcos hacía que Nydia se sintiera mal, o cuando Mérida intentaba ser la voz de la razón, Jeanpaul se retiraba, cansado de los ruidos y las peleas. A menudo, el refugio se convertía en un lugar de discusiones en lugar de risas.
Un día, después de un fuerte desacuerdo sobre qué juego jugar, Nydia decidió hablar. «Chicos, creo que deberíamos darnos cuenta de cómo nos tratamos entre nosotros. A veces, en lugar de motivarnos, nos hacemos daño con nuestras palabras», dijo con voz temblorosa. Los demás la miraron, pero nadie respondió de inmediato. El silencio llenó el espacio.
De repente, apareció un cuarto personaje en escena: un pequeño zorro llamado Rufi. Rufi había estado escuchando desde un arbusto cercano y, curioso por lo que sucedía, decidió intervenir. “Hola, amigos. He escuchado un poco de lo que dicen y me gustaría ofrecerles una perspectiva”, dijo con una voz suave y amigable.
Los cuatro niños se giraron, sorprendidos de ver a Rufi. “¿Tú puedes hablarnos?”, preguntó Mérida con ojos grandes. “Sí, soy Rufi el zorro. Y he vivido aquí en el bosque mucho tiempo. He visto amigos que se pelean y otros que se apoyan, y les puedo decir que la amistad se basa en el respeto, no en la crueldad”, explicó el zorro.
Nydia, emocionada, le pidió que compartiera más. “¿Cómo podemos hacer que nuestras palabras sean más amables?” Rufi sonrió y respondió: “La clave está en pensar antes de hablar. Pregúntense: ‘¿Esto que voy a decir ayudará a mi amigo o le hará sentir mal?’ Si la respuesta es que puede hacerles daño, es mejor guardar esas palabras”.
Jeanpaul hizo una mueca. “A veces, lo que digo no lo pienso realmente. A veces, solo quiero que las cosas vayan como yo quiero”. Rufi asentía comprensivamente. “Es normal sentirse así, pero considera que tus amigos también tienen sus deseos. La verdadera amistad implica escuchar y compartir”.
Marcos se sintió un poco avergonzado y se atrevió a decir: “Creo que a veces no me doy cuenta de que mis palabras pueden herir. No es mi intención”. La sinceridad de Marcos hizo que Nydia se sintiera aliviada, y logró abrir el corazón de los demás.
“Podríamos hacer un trato”, propuso Mérida de repente. “Podríamos crear un ‘espacio seguro’ en el que todos podamos hablar y decir lo que sentimos, pero siempre, siempre, con respeto”. Todos estuvieron de acuerdo, y así Rufi, el zorro sabio, se convirtió en el guardián de su nuevo pacto.
Desde aquel día, cada vez que se reunían en el refugio, comenzaban compartiendo cómo se sentían, pero haciéndolo de una manera respetuosa. Si alguien cometía un error, los demás le recordaban el pacto que habían hecho. Y aunque a veces había desacuerdos, se dieron cuenta de que podían hablar sobre sus diferencias sin herirse. A través del respeto, la amistad entre ellos se fortalecía.
Un día, mientras disfrutaban de un picnic al lado de su refugio, Marcos notó que Nydia parecía un poco triste. “¿Qué te pasa, Nydia?” preguntó. Ella suspiró y dijo: “Ayer, mi dibujo no salió como yo quería, y cuando lo mostré en clase, algunos se rieron. Me sentí muy mal”. Merecía consuelo, y al instante los amigos se unieron a ella.
“Eres una gran artista”, dijo Jeanpaul. “Tu creatividad es única. Y si no les gusta, ¡eso dice más de ellos que de ti!” Rufi, quien había regresado para unirse a la fiesta, agregó, “Recuerda, lo que importa es que tú creas lo que amas. Si te gusta, eso es lo que cuenta”.
Nydia sonrió y sintió que su tristeza se desvanecía. Aprendió que, a veces, la vida tendría momentos difíciles, pero con amigos solidarios, todo se volvía más llevadero. A partir de ese día, se hicieron promesas no solo de ser respetuosos entre ellos, sino también de ser defensores de la amabilidad dentro y fuera de su grupo.
Con el paso del tiempo, el refugio se llenó de risas, historias y, sobre todo, respeto. Rufi continuó siendo parte de sus aventuras, recordándoles la importancia de cuidar las palabras y de valorar lo que cada uno aportaba al grupo. Y así, en Valleverde, cuatro amigos y un zorro sabio demostraron que la verdadera amistad no solo se forma con risas, sino también con un profundo respeto hacia los sentimientos de los demás.
Y en cada rincón del bosque, resonaba la lección que habían aprendido: conecta con respeto, no con crueldad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.