Sofía era una niña alegre y curiosa que cursaba cuarto de primaria en la escuela San Martín. Tenía el cabello castaño claro y unos ojos grandes que siempre brillaban con entusiasmo por aprender cosas nuevas. Sin embargo, Sofía tenía una característica que la hacía diferente a muchos de sus compañeros: tenía una discapacidad auditiva, lo que significaba que no podía escuchar con claridad y necesitaba usar un audífono para poder entender un poco mejor los sonidos a su alrededor. A pesar de ello, Sofía nunca había dejado que esa diferencia la detuviera. Le encantaba leer libros, dibujar y hacer preguntas a sus profesores sobre todo lo que no entendía.
Un día, llegó a la escuela un nuevo maestro para dar la clase de ciencias en cuarto grado. Su nombre era Diego. El maestro Diego era joven, con una sonrisa amable y un gran deseo de enseñar a los niños de la escuela. Había escuchado hablar de Sofía antes, pero todavía no la había conocido en persona. A su llegada, notó que le gustaría ganarse la confianza de todos sus alumnos, especialmente de Sofía, pero no estaba seguro de cómo hacerlo en su caso, porque nunca había trabajado con un estudiante con discapacidad auditiva.
El primer día que el maestro Diego entró al salón, observó que Sofía siempre estaba muy atenta, pero que a veces parecía confundida cuando él hablaba, ya que no podía escuchar todas las palabras con claridad. El maestro se dio cuenta de que algo podía mejorar y decidió prestar más atención para ayudarla a entender mejor las clases. Sin embargo, no sabía por dónde comenzar.
Una tarde, después de la escuela, mientras los demás niños ya se habían ido, el maestro Diego se acercó a Sofía con una sonrisa y le dijo: “Sofía, me he dado cuenta de que a veces te cuesta entender lo que digo en clase, ¿te gustaría que trabajáramos juntos para encontrar maneras de que te sea más fácil aprender?” Sofía lo miró con sorpresa y alegría. “¡Sí, maestro Diego! Me encantaría, porque a veces escucho solo algunas palabras y me pierdo de lo que enseñan.”
El maestro Diego entonces invitó a Sofía a sentarse junto a él en una mesa pequeña en el aula, donde podían hablar con calma. “¿Puedes contarme qué te ayuda cuando quieres entender lo que alguien dice, Sofía?”, preguntó con interés. Sofía pensó un momento y respondió: “A veces miro los labios de las personas cuando hablan, y también uso mi audífono. Pero hay palabras que no entiendo muy bien, y me gusta que me expliquen con dibujos o que escriban las cosas para que las pueda leer.”
El maestro Diego asintió y dijo: “¡Muy bien! Entonces podemos hacer que las clases tengan más dibujos y también puedo escribir las palabras importantes en la pizarra para que las veas mejor.” Sofía estaba muy emocionada. Aquella pequeña conversación fue el comienzo de una gran amistad y un trabajo en equipo que los ayudaría mucho.
Al día siguiente, el maestro Diego llegó a clase con una caja llena de marcadores de colores, hojas grandes y muchos dibujos sobre las plantas y los animales para la clase de ciencias. La idea era usar imágenes para explicar los temas y hacer que Sofía y los demás niños pudieran entender mejor. Durante la clase, cada vez que el maestro hablaba, también mostraba las palabras claves escritas en la pizarra y hacía preguntas para que todos participaran.
Sofía se sentía más confiada. Levantaba la mano para responder y no tenía miedo de preguntar si algo no le quedaba claro. Sus compañeros también empezaron a interesarse más por los dibujos y las actividades visuales. Un día, en medio de la clase, Alejandro, uno de los niños más activos, dijo: “¡Maestro Diego, me gusta mucho cómo nos enseñas con dibujos! Yo también lo entiendo mejor.” El maestro sonrió y dijo: “Así es, Alejandro, todos aprendemos de diferentes maneras y lo importante es que todos podamos aprender.”
Pero a pesar de los avances, el maestro Diego y Sofía sabían que aún había desafíos por superar. A veces, cuando la clase era muy ruidosa, Sofía se desconcentraba porque no podía escuchar bien y esto la hacía sentir frustrada. El maestro estuvo pensando en cómo ayudarla para esos momentos. Entonces, una idea le vino a la mente: ¿y si usaban señales con las manos para comunicarse mejor?
El maestro Diego había aprendido un poco sobre lenguaje de señas tiempo atrás, pero no era experto. Por eso, invitó a un especialista en lenguaje de señas llamado Don Raúl, que trabajaba en la escuela con otros niños. Don Raúl llegó con una gran sonrisa y explicó a la clase que aprenderían algunas palabras y frases básicas en lenguaje de señas para poder comunicarse mejor con Sofía. Los niños estaban curiosos y sorprendidos.
Durante varias semanas, maestro Diego, Sofía, Don Raúl y todos los alumnos practicaron las señales. Cada día, antes de empezar la clase, dedicaban un tiempo para aprender nuevas palabras relacionadas con el tema del día. Por ejemplo, señales para «agua», «planta», «animal», «pregunta» y «ayuda». Poco a poco, todos fueron acostumbrándose a usar las manos para complementar lo que decían con la voz. Esto no solo ayudaba a Sofía a entender mejor, sino que también unió más al grupo.
Sofía estaba feliz porque ahora podía participar aún más en las conversaciones y actividades. También se volvió maestra de lenguaje de señas, enseñando a sus amigos y al maestro Diego nuevas señales que había aprendido. La relación entre ella y el maestro cambió completamente. Ya no tenían barreras, sino un puente de comunicación que les permitía ser un gran equipo.
Pero no todo fue fácil. Hubo momentos en que algunos niños olvidaban usar las señales y volvían a hablar muy rápido sin mirar a Sofía, lo que la hacía sentir triste. En una ocasión, durante un recreo, Sofía se sentó un poco apartada mientras sus compañeros jugaban y hablaban. El maestro Diego la vio y se acercó para preguntarle cómo se sentía. Sofía confesó: “A veces siento que no puedo estar con ellos porque no me entienden bien.” El maestro la abrazó con ternura y dijo: “Sofía, todos estamos aprendiendo y esforzándonos para que eso no pase. Lo importante es que no te rindas y que nos sigamos apoyando.”
Inspirados por el valor y la paciencia de Sofía, el maestro Diego y los niños organizaron un proyecto especial para toda la escuela. Decidieron hacer una presentación sobre la importancia de la comunicación y el respeto hacia las personas con discapacidades. Los niños prepararon carteles, dibujos y hasta pequeñas obras de teatro donde usaban el lenguaje de señas para demostrar cómo todos podemos entendernos mejor si nos damos el tiempo para escuchar y aprender.
El día de la presentación, la directora de la escuela, los profesores, padres y alumnos de otros grados llegaron al salón de actos. Sofía y sus compañeros mostraron con orgullo lo que habían aprendido. El maestro Diego explicó en voz alta y en lenguaje de señas el mensaje principal: “Todos somos diferentes, pero juntos podemos conectarnos más allá de las palabras.” Al final, la ovación fue enorme.
Sofía sintió una felicidad profunda. El miedo y la tristeza que había sentido alguna vez se habían convertido en nuevas fuerzas para seguir adelante. Sabía que no estaba sola y que, con ayuda, paciencia y respeto, cualquier dificultad se podía superar.
Con el tiempo, el maestro Diego se convirtió en un defensor no solo del aprendizaje, sino también de la inclusión y la empatía en la escuela. Sofía seguía siendo una alumna ejemplar y enseñaba con su ejemplo a todos los niños que la discapacidad no es un límite, sino una oportunidad para descubrir formas nuevas y maravillosas de comunicarnos.
Al llegar el final del curso, cuando todos recibieron sus calificaciones, el maestro Diego le entregó a Sofía un diploma especial que decía: “Por su valentía, esfuerzo y hermosa forma de enseñarnos a todos la importancia de entendernos y respetarnos.” Sofía sonrió y agradeció al maestro con un gesto en lenguaje de señas que decía “gracias”. En ese momento, el maestro Diego le respondió con la misma señal. Fue un instante mágico en el que, sin decir una sola palabra, compartieron una conexión que iba mucho más allá del sonido o la voz.
Este cuento nos enseña que, aunque a veces encontremos dificultades para comunicarnos o entendernos, con paciencia, respeto y ganas de aprender, podemos construir puentes que nos unan y nos hagan sentir parte de un mundo más humano y solidario. La discapacidad auditiva de Sofía no impedía que brillara, sino que nos mostraba la fuerza de valores tan importantes como la empatía, la inclusión y el trabajo en equipo. El maestro Diego y Sofía demostraron que, cuando nos esforzamos por comprender a los demás, creamos conexiones que ni siquiera las palabras pueden romper.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.