Cuentos de Valores

Cruzando puentes invisibles hacia la esperanza

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Lucía vivía en un pequeño pueblo donde todos se conocían y el sonido de las campanas de la iglesia marcaba el ritmo de los días. Desde muy pequeña, Lucía había demostrado una curiosidad insaciable; amaba aprender sobre los animales, las plantas, los números y las historias que su abuelo Don Ernesto le contaba en las tardes tranquilas. Sin embargo, durante los últimos meses, algo había cambiado. La concentración de Lucía comenzó a fallar, y las tareas que antes resolvía con entusiasmo ahora le parecían montañas imposibles de escalar.

Su mamá, Ana, trabajaba muchas horas en la tienda del pueblo, y algunas noches no regresaba hasta bien tarde. Cuando eso sucedía, Lucía se quedaba sola en casa, tratando de cumplir con las tareas de la escuela mientras escuchaba el reloj que parecía pesar más que nunca. Aunque quería seguir estudiando, cada día sentía más ese peso sobre sus hombros, como si su corazón y su mente se cargaran con piedras que no podía soltar.

Un martes por la mañana, Lucía no asistió a clases. Tampoco fue el miércoles. Esto preocupó mucho al profesor Camila, la maestra de Lucía, quien siempre había visto en ella una alumna brillante y llena de ganas. La profesora decidió visitar la casa de Lucía para hablar con su mamá. Cuando Ana abrió la puerta, sus ojos estaban llenos de lágrimas y su voz temblaba mientras confesaba que no sabía cómo ayudar a su hija. La tristeza y la preocupación parecían envolver el pequeño hogar.

En esos días, Lucía se sentía cada vez más aislada. En casa, mientras el sol se escondía detrás de las montañas, ella se sentaba en el patio mirando el suelo, pensando en que tal vez todo sería más fácil si se rendía. Creía que no era suficientemente buena para cumplir con las expectativas que otros tenían de ella, y la frustración la hacía sentir pequeña, invisible, como si sus sueños se estuvieran apagando poco a poco.

Fue una tarde cuando Don Ernesto, su abuelo, la encontró sentada bajo el viejo árbol de jacarandá, con los brazos envueltos alrededor de sus rodillas y los ojos perdidos en la tierra. Con paso tranquilo, don Ernesto se sentó a su lado y, con esa voz cálida y suave de quien ha visto el paso de muchos años, le preguntó:

—¿Qué pasa, pequeña estrella? —dijo mientras le acariciaba el cabello.

Lucía soltó un suspiro profundo y, con lágrimas contenidas, le confesó que ya no quería ir más al colegio, que se sentía perdida y demasiado cansada para seguir adelante.

El abuelo la miró con ternura y luego le dijo con una sonrisa pausada:

—Todos cruzamos puentes invisibles, Lucía. A veces parecen largos y difíciles, llenos de dudas y miedo, pero si miras bien, nunca los cruzas sola. Siempre hay alguien a tu lado, aunque no lo veas; a veces es un amigo, otras veces un maestro, y muchas veces, la familia que te ama.

Esas palabras parecieron encender una chispa dentro de Lucía. No era magia, no tenía varita ni capa especial, pero era algo que hacía que su corazón latiera un poco más fuerte y que la esperanza empezara a llenar el vacío que sentía.

Al día siguiente, el profesor Camila no se quedó cruzada de brazos. Decidió que no podía dejar que Lucía se quedara sola con sus miedos. Así que, junto con Mateo, un compañero de clase y amigo cercano de Lucía, planearon una pequeña sorpresa para ella. Mateo siempre había sido amable y paciente, y sabía que su amiga necesitaba un apoyo extra.

El viernes en la mañana, cuando menos lo esperaba, llamaron a la puerta de la casa de Lucía. La sorprendieron con una sonrisa brillante y una mochila llena de libros. La profesora llevaba también las tareas explicadas con dibujos y ejemplos sencillos, mientras Mateo llevaba consigo una pelota para que jueguen juntos cuando Lucía quisiera. Pero lo más importante que traían era el cariño y la certeza de que ella no estaba sola.

—Te extrañamos mucho, Lucía —dijo Camila con voz dulce—. Queremos ayudarte a que este camino no sea tan difícil.

Lucía sintió un nudo en la garganta, pero también una alegría inmensa. Entendió que sus amigos y su maestra creían en ella, que la apoyaban sin juzgarla ni presionarla. Por primera vez en mucho tiempo, la escuela parecía un lugar al que podía regresar, no una obligación pesada.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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