Cuentos de Valores

El Coraje de Citlali

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Citlali siempre había sentido que la vida en su hogar estaba envuelta en una sombra. Desde que tenía uso de razón, la violencia había sido una constante en su día a día. Su padre, Pascual, luchaba contra el alcoholismo, y sus noches estaban llenas de gritos y golpes. Aunque Citlali intentaba mantener la esperanza, cada día se hacía más difícil vivir con ese miedo latente que se instalaba en su corazón.

Su madre, Mélanie, era una mujer dulce y cariñosa, pero el sufrimiento la había cambiado. Citlali a menudo la veía con los ojos llenos de tristeza, y eso le partía el alma. La pequeña Fernanda, su hermana menor, no tenía idea de lo que sucedía realmente. A veces, Citlali deseaba poder protegerla de la verdad, pero la realidad siempre se hacía presente. Las noches de violencia eran aterradoras, y el recuerdo de su padre gritándole a su madre se volvía más vívido con cada episodio.

Una tarde, después de una discusión particularmente intensa, Citlali se sentó en el suelo de su habitación, con la cabeza entre las manos. No quería seguir viviendo así. Miró hacia la puerta y vio a su madre entrar con Fernanda de la mano. La pequeña sonreía inocentemente, sin darse cuenta del peso que cargaban sus padres.

—¿Puedo jugar con mis muñecas, Citlali? —preguntó Fernanda, interrumpiendo sus pensamientos.

—Claro, pequeña —respondió Citlali, intentando sonreír para no preocuparla.

Pero en el fondo, el miedo crecía. Esa noche, Pascual había llegado a casa después de una larga jornada de trabajo, y Citlali podía sentir que algo no estaba bien. Su padre había tomado más de lo habitual y, como siempre, las cosas empezaron a salir mal.

Cuando la discusión comenzó, Citlali se sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. Pasaron los minutos y los gritos se intensificaron. En un momento, Fernanda, al escuchar la pelea, salió de su habitación con lágrimas en los ojos.

—¿Por qué gritan, mamá? —preguntó la pequeña, aterrorizada.

—Todo estará bien, cariño —dijo Mélanie, abrazando a Fernanda—. Solo es un pequeño desacuerdo.

Pero Citlali sabía que no era un desacuerdo. Era una batalla que se libraba a gritos y golpes. Cuando Pascual levantó la mano, dispuesto a golpear a Mélanie, algo dentro de Citlali se rompió. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia su padre.

—¡No! ¡No le hagas daño! —gritó Citlali, interponiéndose entre ellos.

En ese momento, Pascual, sorprendido por la intervención de su hija, retrocedió un paso. Pero en su furia, intentó empujarla. Citlali sintió un dolor punzante en su mano mientras se defendía, tratando de proteger a su madre. El golpe no fue intencionado, pero Pascual se detuvo, la mirada fija en su hija, y un destello de confusión cruzó su rostro.

En lugar de continuar con la violencia, la realidad lo golpeó con fuerza. Allí estaba su hija, con la mano herida, tratando de proteger a su madre y a su hermana. El alcohol, que había sido su escape, se convirtió en un veneno que envenenaba a su familia.

—¿Qué estoy haciendo? —murmuró Pascual, sintiendo la verdad de sus acciones. La mirada de Citlali lo atravesó, y por primera vez, se dio cuenta del daño que había causado.

Después de ese día, Pascual empezó a cambiar. Al mirar a Citlali, entendió que no podía seguir siendo el monstruo que había sido. Comenzó a asistir a grupos de apoyo, y aunque fue un camino difícil, se aferró a la idea de que podía ser un mejor padre.

—Perdóname, Citlali —le dijo un día, con la voz entrecortada—. No quise asustarte. No sé cómo dejar de hacerte daño.

Citlali lo miró, y aunque había mucho dolor en su corazón, algo en ella se suavizó. —Solo necesitamos que dejes de beber y que intentes ser mejor —respondió, con lágrimas en los ojos.

Pascual asintió, decidido a demostrarles que podía cambiar. Así, poco a poco, comenzó a reconstruir la relación con su familia. Citlali y Mélanie lo acompañaron en su camino hacia la recuperación, apoyándolo y siendo parte de su sanación.

Judith, su hermana menor, también comenzó a darse cuenta de que algo había cambiado. Con su inocente curiosidad, preguntaba a su padre sobre su día, y a menudo lo veía sonreír. No había más gritos, y eso le daba un respiro a Citlali. Aun así, había días en los que el pasado se colaba en sus pensamientos y la llenaba de inseguridad.

Una noche, mientras compartían una cena, Citlali observó a su padre con atención. Tenía una mirada diferente, más suave y llena de amor. Esa noche, después de la cena, decidieron jugar a las cartas como familia. Citlali no podía recordar la última vez que habían hecho algo así.

—¿Me enseñas a jugar, papá? —preguntó Judith, sonriendo.

—Claro, princesa. Vamos a divertirnos —respondió Pascual, con una sonrisa genuina.

Esa noche, mientras reían y jugaban, Citlali sintió que el peso en su corazón se aligeraba. Había pasado tanto tiempo sintiendo miedo que ahora comenzaba a comprender el poder del perdón y la esperanza. Era posible que su familia pudiera sanar.

Con el tiempo, Pascual continuó trabajando en sí mismo y en su relación con su familia. Las cicatrices del pasado seguían ahí, pero la determinación de ser mejor lo guiaba. Citlali también se volvió más fuerte, aprendiendo a hablar sobre sus sentimientos y a expresar lo que había vivido. Comenzó a compartir su historia con otros niños de su escuela, enseñándoles sobre la importancia de la empatía y el amor.

—A veces, la vida nos da momentos difíciles, pero siempre hay una luz al final del túnel —les decía a sus compañeros—. Nunca hay que perder la esperanza.

La vida de Citlali y su familia se transformó en un viaje hacia la sanación. Cada pequeño paso que daba su padre hacia la recuperación les recordaba que el amor y el perdón eran más poderosos que cualquier sombra del pasado. Y así, Citlali aprendió que, aunque el camino no siempre es fácil, cada día era una nueva oportunidad para crecer y ser felices juntos.

Al final, Citlali entendió que el coraje no solo era enfrentar el miedo, sino también tener la fuerza de dejar ir el dolor y abrazar el amor que aún existía en su hogar. Con el tiempo, la vida familiar se llenó de risas, amor y esperanza, y Citlali supo que siempre habría una razón para sonreír.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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