Había una vez un niño llamado Julio, de seis años, que vivía con su madre en una acogedora casa en las afueras de una pequeña ciudad. Julio era un niño muy cariñoso y le encantaba pasar tiempo con su familia. Su madre y él solían hacer muchas actividades juntos, como ir de excursión al bosque, preparar galletas en la cocina y leer cuentos antes de dormir. Sin embargo, a Julio le costaba mucho hacer nuevos amigos, y aunque le encantaría poder jugar con otros niños, la timidez siempre se interponía en su camino. A veces, se sentía un poco triste al tener que jugar solo en el jardín o en su habitación llena de juguetes.
Un día soleado, Julio y su madre decidieron ir al parque cercano para disfrutar del buen clima. El parque estaba lleno de niños corriendo y jugando, y el sonido de las risas llenaba el aire. Julio se sentó en un columpio, observando a los demás niños mientras se balanceaba lentamente. Le gustaba estar allí, pero también sentía una punzada de tristeza al ver a los otros niños jugando en grupos.
De repente, una niña muy habladora llamada Esther se acercó a Julio. Esther tenía el cabello rubio y largo, recogido en dos coletas, y llevaba un vestido amarillo brillante que parecía reflejar su personalidad alegre. Sin dudarlo, Esther comenzó a hablar con Julio.
—¡Hola! ¿Cómo te llamas? —preguntó Esther con una gran sonrisa.
Julio, que prefería jugar solo, no estaba muy interesado en hacer nuevos amigos ese día y le respondió de malas formas.
—Me llamo Julio. Pero quiero estar solo. —dijo, esperando que Esther se fuera.
Esther, sin embargo, no se dio por vencida. Era una niña muy perseverante y sabía que Julio podía ser un buen amigo si le daba una oportunidad.
—Está bien, Julio. Pero, ¿no sería más divertido jugar juntos? —insistió Esther.
Julio volvió a contestar de manera brusca.
—No, gracias. Estoy bien solo.
A pesar de la respuesta de Julio, Esther decidió seguir intentándolo. Le gustaba hablar con la gente y hacer nuevos amigos, y creía que Julio solo necesitaba un poco de tiempo para acostumbrarse a ella. Poco a poco, Esther comenzó a hablarle de cosas que a ella le gustaban: de los libros que leía, de las aventuras que tenía con su hermano Marcelo, y de los juegos que le encantaban.
Julio, al escuchar a Esther hablar con tanto entusiasmo, empezó a sentir curiosidad. Se dio cuenta de que quizás, si le daba una oportunidad, podría divertirse mucho con ella. Así que, respiró hondo y le habló de manera más calmada.
—Bueno, ¿y qué te gusta hacer en el parque? —preguntó Julio.
Esther le sonrió aún más y comenzó a explicarle todos los juegos divertidos que conocía. Pronto, ambos empezaron a jugar juntos, corriendo por el parque, subiéndose a los columpios y haciendo castillos de arena. Julio se dio cuenta de que estaba pasando un rato muy agradable y que la compañía de Esther le hacía sentirse feliz.
Mientras jugaban, llegó Marcelo, el hermano de Esther. Marcelo era un niño un poco más reservado, con cabello oscuro y rizado, y vestía una camiseta verde. Sus padres lo acompañaban, pero Marcelo parecía reacio a unirse al juego. Observó a su hermana y a Julio desde una distancia prudente, sintiéndose un poco incómodo.
Esther notó la presencia de su hermano y le hizo una señal para que se acercara.
—¡Marcelo, ven a jugar con nosotros! —le llamó Esther.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.