Cuentos de Valores

El Ritmo de la Libertad

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un país lejano, donde el cielo siempre parecía estar cubierto de nubes grises y la alegría era un recuerdo desvanecido, existía una regla que nadie podía romper: el arte, la música y cualquier forma de expresión creativa estaban prohibidos. El gobierno había decidido que la libertad de pensamiento era peligrosa, y por eso, habían silenciado todas las voces que alguna vez habían traído color y vida a su nación.

En medio de esta oscuridad vivían tres amigos que se negaban a aceptar ese destino: Gian, Alma y Tomás. Gian era un chico de mirada decidida y cabello oscuro, siempre con su guitarra al hombro. Alma, una chica de cabello largo y trenzado, tenía una voz que podía hacer vibrar el corazón más frío. Y Tomás, un muchacho alto con gafas, era un genio de la batería, capaz de crear ritmos que hacían que todo el cuerpo quisiera moverse.

Desde pequeños, los tres habían soñado con ser músicos. Habían crecido escuchando las historias de sus padres y abuelos sobre los días en que la música llenaba las calles, cuando la gente podía expresar lo que sentía sin miedo. Pero esos días habían quedado atrás, reemplazados por el silencio impuesto por un gobierno que temía el poder del arte.

A pesar de las prohibiciones, Gian, Alma y Tomás no podían renunciar a su pasión. Sabían que la música era más que sonidos, era una forma de comunicarse, de unirse, de resistir. Por eso, habían decidido reunirse en secreto, en un viejo sótano que habían encontrado bajo una librería abandonada. Allí, lejos de los oídos y ojos del gobierno, podían tocar sus canciones y soñar con un futuro en el que su música pudiera ser escuchada por todos.

Una noche, mientras practicaban una nueva melodía, Alma se detuvo de repente y miró a sus amigos con determinación en sus ojos. “No podemos seguir escondiéndonos aquí para siempre”, dijo, su voz resonando en el pequeño sótano. “Tenemos que encontrar una manera de hacer que nuestra música llegue a la gente. Si nadie nos escucha, ¿cómo vamos a cambiar algo?”

Gian asintió lentamente, rascándose la cabeza mientras pensaba. “Lo sé, Alma, pero es tan arriesgado. Si nos descubren, podrían arrestarnos o algo peor. No podemos simplemente salir y tocar en cualquier lugar.”

Tomás, que había estado golpeando suavemente un ritmo en sus rodillas, levantó la vista con una idea en mente. “¿Y si organizamos un concierto en secreto? Algo grande, en un lugar donde nadie lo espere. Podríamos invitar a otros que también quieran expresarse. No somos los únicos que extrañan la música, hay más gente como nosotros, solo necesitamos unirnos.”

La idea entusiasmó a los tres amigos. Sabían que era peligrosa, pero también sabían que no podían quedarse callados para siempre. Así que comenzaron a planear, usando todas las habilidades que tenían. Gian se encargó de escribir nuevas canciones, canciones que hablaban de libertad, esperanza y resistencia. Alma, con su hermosa voz, empezó a ensayar las letras, asegurándose de que cada palabra llevara el poder de su convicción. Tomás, por su parte, diseñó el escenario, pensando en cómo podrían montar el concierto en un lugar donde nadie sospechara.

Decidieron que el lugar perfecto para su concierto clandestino sería una vieja fábrica en las afueras de la ciudad. Había estado abandonada durante años, y nadie prestaba atención a lo que sucedía allí. Era un lugar ideal para reunir a las personas sin atraer la atención del gobierno.

La noticia del concierto comenzó a correr en susurros entre aquellos que aún recordaban los viejos tiempos. Pintores, poetas, bailarines y otros músicos que habían sido forzados a esconder su arte empezaron a aparecer, ofreciendo su ayuda y apoyo. Lo que comenzó como una idea entre tres amigos se convirtió rápidamente en un movimiento, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.

La noche del concierto, la fábrica abandonada estaba llena de vida. Había gente de todas partes, todos unidos por un deseo común: recuperar su derecho a expresarse. Las paredes de la fábrica, que alguna vez fueron grises y frías, ahora estaban cubiertas de colores y formas, gracias a los artistas que habían decorado el lugar con sus pinturas y murales. El ambiente estaba cargado de expectativa, pero también de nerviosismo. Todos sabían que, si los descubrían, el precio a pagar sería alto.

Gian, Alma y Tomás se prepararon tras bambalinas, conscientes de la importancia de lo que estaban a punto de hacer. Gian afinó su guitarra una última vez, Alma hizo ejercicios para calentar su voz, y Tomás ajustó sus baquetas, preparándose para marcar el ritmo que todos seguirían.

Cuando finalmente subieron al escenario, el silencio en la fábrica era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Gian tomó la palabra, su voz firme y clara. “Estamos aquí hoy porque creemos en el poder de la música, en el poder del arte. Nos han intentado silenciar, pero no podemos permitir que apaguen nuestra voz. Esta noche, tocamos no solo por nosotros, sino por todos aquellos que no pueden estar aquí, por todos aquellos que alguna vez tuvieron una canción en sus corazones. Esta es nuestra manera de decirle al mundo que aún estamos aquí, que no hemos sido derrotados.”

La multitud respondió con un aplauso ensordecedor, un rugido de aprobación que resonó en las paredes de la fábrica. Y entonces, comenzaron a tocar.

La música que salió de aquel escenario fue más que sonidos, fue un grito de libertad. Las notas de la guitarra de Gian resonaron con fuerza, el ritmo de la batería de Tomás hizo latir los corazones al unísono, y la voz de Alma, clara y poderosa, se elevó por encima de todo, llevando un mensaje de esperanza que tocó a cada persona presente.

A medida que avanzaba la noche, la música se volvió cada vez más intensa, como una ola imparable que arrastraba todo a su paso. La gente comenzó a bailar, a cantar, a dejarse llevar por el ritmo y la emoción del momento. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, pudieran ser ellos mismos sin miedo.

Pero no todos estaban contentos con lo que estaba sucediendo. Afuera, en la ciudad, las autoridades habían empezado a escuchar rumores sobre el concierto. No tardaron en enviar patrullas para investigar, decididos a detener cualquier intento de rebelión.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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