Había una vez dos ratoncitos llamados César y Juan. Vivían en un pequeño agujero en el jardín de la casa de la señora Rosa. Aunque eran ratones, soñaban con ser niños. No querían roer queso ni esconderse de los gatos; querían ir a la escuela, jugar en el parque y tener amigos humanos.
Un día, mientras exploraban el jardín, encontraron una vieja lámpara mágica. César la frotó con sus patitas y, para su sorpresa, apareció un genio. El genio les dijo que les concedería un deseo. Juan y César se miraron emocionados. ¿Qué desearían?
César fue el primero en hablar. “Queremos ser niños”, dijo con voz temblorosa. El genio sonrió y asintió. “Así sea”, dijo, y en un abrir y cerrar de ojos, los dos ratoncitos se convirtieron en niños pequeños.
Ahora, César y Juan iban a la escuela todos los días. Llevaban mochilas y meriendas. Aprendieron a leer, escribir y sumar. Hicieron amigos humanos y jugaban en el parque. La señora Rosa los miraba desde su ventana y sonreía. “Mis dos ratoncitos traviesos se han convertido en niños buenos”, pensaba.
Pero había un problema. Los niños no podían volver a ser ratones. Extrañaban su agujero en el jardín y los quesos que solían roer. Así que, una noche, César y Juan le pidieron al genio que los convirtiera de nuevo en ratones. El genio accedió y, con un chasquido, los dos amigos volvieron a ser ratoncitos.
Ahora, César y Juan eran ratones felices. A veces, cuando la luna brillaba en el cielo, se sentaban en el jardín y recordaban su tiempo como niños. Pero sabían que su verdadero lugar estaba en el agujero, junto a la señora Rosa.
Y así, los dos ratoncitos vivieron muchas aventuras en el jardín. A veces, incluso se atrevían a robar un poco de queso de la despensa. Pero siempre volvían a su agujero, donde se sentían seguros y felices.
Y así termina la historia de César y Juan, los ratoncitos que soñaron con ser niños y descubrieron que su verdadera felicidad estaba en ser ellos mismos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.