Cuentos de Valores

El Sueño de la Casita

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía una familia muy humilde pero llena de amor y esperanza. Esta familia estaba compuesta por cuatro miembros: Thiago, el hijo menor con cabello corto y castaño; Mateo, su hermano mayor con rizos negros como la noche; Karen, su madre con una larga cabellera oscura; y Yberth, su padre, un hombre trabajador con un rostro amable y una corta barba que siempre lo acompañaba.

Aunque la familia no tenía mucho dinero, eran felices porque se tenían unos a otros. Vivían en una pequeña cabaña de madera, que aunque era sencilla, era acogedora. Sin embargo, la familia tenía un sueño que los unía más que cualquier otra cosa: querían ahorrar lo suficiente para comprar una casita propia, una casa donde cada uno tuviera su espacio, donde pudieran ver crecer un jardín con flores y frutas, y donde pudieran sentir que habían construido algo con su esfuerzo.

Todas las noches, antes de dormir, Karen y Yberth se sentaban con sus hijos y hablaban de su sueño. «Un día», decía Yberth con una sonrisa en los labios, «tendremos nuestra propia casita. Tendrá ventanas grandes por donde entre el sol, y un pequeño huerto donde plantaremos nuestras verduras.» Karen asentía, imaginando en su mente las flores que adornarían el jardín. «Y tú, Thiago, ¿qué te gustaría tener en nuestra nueva casa?», preguntaba siempre.

Thiago, con su pequeña voz, respondía lleno de ilusión: «Quiero tener un lugar para plantar un árbol grande, papá. Un árbol que crezca y dé sombra en los días de sol, y donde pueda trepar para ver todo el pueblo desde arriba.» Mateo, por su parte, siempre decía que quería un espacio donde pudiera leer todos los libros que tanto le gustaban, un rincón lleno de aventuras e historias por descubrir.

Pero la realidad no era fácil. Yberth trabajaba de sol a sol en los campos, mientras Karen se ocupaba de coser ropa para los vecinos y cuidaba de sus hijos. Aunque se esforzaban mucho, el dinero que lograban juntar apenas alcanzaba para cubrir las necesidades básicas. Pero eso no los detenía; al contrario, cada pequeño ahorro que lograban lo guardaban con cuidado en una cajita de madera que tenían escondida en su habitación. Era su tesoro, el que los acercaba, poco a poco, a su sueño.

Un día, mientras jugaban en el campo, Thiago y Mateo encontraron a un hombre mayor que parecía perdido. El hombre tenía la ropa sucia y parecía estar muy cansado. «Hola», dijo Thiago con su habitual curiosidad. «¿Estás bien? ¿Te has perdido?»

El hombre, con una voz débil, les explicó que había estado viajando por muchos días buscando trabajo, pero que nadie lo había ayudado. No tenía donde dormir ni comida para comer. Los hermanos se miraron y sin dudarlo, decidieron llevar al hombre a su casa.

Karen y Yberth recibieron al hombre con amabilidad. Aunque no tenían mucho, le ofrecieron comida caliente y un lugar donde descansar. «No tenemos mucho», dijo Karen, «pero lo que tenemos, lo compartimos con gusto.» El hombre, agradecido, les contó que había sido carpintero toda su vida, pero que había perdido su taller por un incendio y ahora no tenía nada.

Durante los días siguientes, el hombre, que se llamaba Don Ramón, se quedó con la familia. A cambio de su hospitalidad, decidió ayudarles en lo que podía. Con sus habilidades de carpintero, comenzó a reparar la vieja cabaña donde vivían, arreglando las ventanas, reforzando las paredes y haciendo que el lugar fuera más cómodo y seguro. La familia se encariñó mucho con Don Ramón, y él con ellos.

Un día, mientras trabajaban juntos en el jardín, Don Ramón le dijo a Yberth: «Eres un hombre bueno, Yberth. Tu familia es maravillosa, y aunque no tienen mucho, tienen lo más importante: amor y unidad. Quiero ayudarte a alcanzar tu sueño.» Yberth, sorprendido, le preguntó qué quería decir. Don Ramón sonrió y explicó: «Sé que quieres comprar una casita para tu familia. Con mi experiencia como carpintero y tu esfuerzo, creo que podemos construirla juntos.»

La familia no podía creer lo que escuchaba. ¡Construir su propia casa! Era un sueño que parecía lejano, pero ahora, con la ayuda de Don Ramón, se volvía posible. Desde ese día, comenzaron a trabajar todos juntos. Yberth y Don Ramón diseñaban la casa, mientras Karen, Thiago y Mateo ayudaban a limpiar el terreno, a acarrear materiales y a cuidar de cada detalle.

Los días pasaban rápido, pero cada ladrillo colocado, cada tabla de madera, los acercaba más a su sueño. La comunidad también comenzó a ayudar. Los vecinos, que conocían a la familia y la admiraban por su esfuerzo, donaban lo que podían: un poco de cemento, algunas herramientas, incluso comida para que no tuvieran que detenerse en su trabajo.

Después de muchos meses de esfuerzo, sacrificio y trabajo en equipo, la casa estuvo terminada. Era una casita sencilla, pero hermosa. Tenía un pequeño jardín al frente, ventanas grandes por donde entraba el sol cada mañana, y un espacio para que Thiago plantara su árbol. Mateo tenía su rincón de lectura, y Karen había decorado el lugar con flores de colores. Yberth, mirando a su familia en su nuevo hogar, no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas. «Lo logramos», dijo con la voz quebrada por la emoción. «Este es nuestro hogar.»

Don Ramón, que había estado a su lado durante todo el proceso, sonrió satisfecho. «Este es el resultado de su amor y esfuerzo», dijo. «Han demostrado que cuando una familia está unida y trabaja con determinación, puede lograr cualquier cosa.»

La familia invitó a todos los vecinos a celebrar en su nueva casa. Fue una fiesta llena de alegría, música y comida. Y esa noche, cuando todos se fueron a dormir en su nuevo hogar, Thiago miró por la ventana y vio su pequeño árbol recién plantado. «Crecemos juntos», pensó, sintiendo que, al igual que el árbol, su familia había echado raíces fuertes y profundas.

Y así, con el tiempo, el árbol creció, al igual que la familia. Y cada vez que alguien les preguntaba cómo lograron construir su casa, ellos sonreían y respondían: «Con amor, esfuerzo y la ayuda de buenos amigos.»

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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