Había una vez, en un colorido pueblo, dos hermanos llamados Eda y Eduardo. Eda tenía 6 años, con ojos brillantes y una sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Eduardo, su hermano mayor de 9 años, era conocido por su curiosidad y su amor por las aventuras. Vivían en una acogedora casa con su Mamá Estela, su Papá Alejandro, y a menudo los visitaba su Tío Marcos, un hombre de historias fascinantes y juegos divertidos.
Un día, mientras jugaban en el jardín, Mamá Estela los llamó para una charla especial. “Hoy vamos a hablar sobre un tesoro muy importante”, comenzó con una sonrisa. “Es un tesoro que todos tenemos y debemos cuidar con mucho amor y respeto: nuestro cuerpo”.
Eda y Eduardo escuchaban atentamente. Mamá Estela explicó que cada parte de su cuerpo era valiosa y merecía ser tratada con cuidado y cariño. “Nuestro cuerpo es nuestro, y tenemos el derecho de protegerlo. Así como cuidamos nuestros juguetes y nuestras cosas, debemos cuidar nuestro cuerpo”, decía mientras les mostraba un dibujo de un niño y una niña con una corona de flores.
Esa noche, mientras se preparaban para dormir, Papá Alejandro les contó una historia sobre un reino donde cada persona era guardiana de su propio castillo. “Vuestro cuerpo es como un castillo”, dijo con voz suave. “Y vosotros sois los guardianes. Tenéis el poder y la responsabilidad de cuidar vuestro castillo”.
Al día siguiente, mientras jugaban con su Tío Marcos, Eduardo se lastimó la rodilla. “¡Ay, me duele!”, exclamó. Tío Marcos se acercó rápidamente y le preguntó: “¿Puedo ver tu rodilla para ayudarte?”. Eduardo asintió. “Gracias, Tío. Sé que puedo confiar en ti”, dijo Eduardo, recordando las palabras de sus padres.
Esa misma tarde, Eda y Eduardo fueron al parque con sus amigos. Mientras jugaban, uno de los niños, sin querer, empujó a Eda. Ella cayó al suelo y se raspó el brazo. “¡Ouch! Eso dolió”, dijo Eda con una mueca. Su amiga se acercó y le preguntó si podía ver su brazo. “Gracias, pero primero voy a ir con mi mamá”, respondió Eda. Mamá Estela, que estaba cerca, vio lo sucedido y se acercó para consolar a Eda.
Por la noche, durante la cena, Eda y Eduardo compartieron lo que habían aprendido. “Hoy entendí que mi cuerpo es mío y que debo cuidarlo”, dijo Eda con orgullo. Eduardo asintió y agregó: “Y aprendí que está bien pedir ayuda cuando la necesito, pero siempre debo dar mi permiso si alguien quiere tocar alguna parte de mi cuerpo”.
Mamá Estela y Papá Alejandro sonrieron, felices de ver que sus hijos estaban aprendiendo a valorar y proteger su cuerpo. “Así es, mis queridos. Vuestro cuerpo es un tesoro y solo vosotros tenéis la llave”, dijo Papá Alejandro.
Al día siguiente, en la escuela, la maestra organizó una actividad sobre el cuidado personal. “Cada uno de ustedes es especial y único, y su cuerpo es un regalo que debe ser respetado”, explicó con entusiasmo. Eda y Eduardo se miraron sonriendo, ya estaban aprendiendo sobre eso en casa.
Durante el recreo, Eda vio a un compañero que parecía triste y preocupado. Se acercó y le preguntó si estaba bien. El niño, llamado Lucas, le confesó que un compañero mayor lo había empujado y le había dicho que no dijera nada a nadie. “No está bien que te hagan eso”, dijo Eda con firmeza. “Debes contárselo a la maestra o a tus padres. Tu cuerpo es tuyo y nadie debe hacerte daño”.
Esa tarde, al volver a casa, Eda le contó a sus padres lo sucedido con Lucas. Mamá Estela y Papá Alejandro escucharon con atención y le aseguraron que había hecho lo correcto al aconsejar a su amigo. “Siempre es importante hablar cuando algo nos hace sentir incómodos o tristes”, afirmó Papá Alejandro.
Esa misma noche, Tío Marcos vino de visita. Mientras cenaban, Eda y Eduardo le contaron sobre sus experiencias y aprendizajes de los últimos días. Tío Marcos asintió con una sonrisa. “Estoy orgulloso de ustedes. Siempre recuerden que su cuerpo es suyo y deben cuidarlo. Y si algo les preocupa, siempre hablen con alguien de confianza”.
Al terminar la cena, Tío Marcos les propuso un juego. “Vamos a jugar a ‘Guardianes del Tesoro’. Cada uno de ustedes debe decir una forma de cuidar su cuerpo”. Eda y Eduardo se animaron con el juego. “Yo diré que siempre debo lavar mis manos antes de comer”, dijo Eda entusiasmada. “Y yo diré que debo usar ropa adecuada para cada actividad para proteger mi cuerpo”, agregó Eduardo.
Al final de la noche, mientras Eda y Eduardo se preparaban para dormir, reflexionaron sobre todo lo que habían aprendido. “Ahora sé que mi cuerpo es valioso y que debo cuidarlo”, dijo Eda. “Y yo aprendí que siempre debo hablar si algo me preocupa o me hace sentir incómodo”, agregó Eduardo.
Mamá Estela y Papá Alejandro, al escuchar a sus hijos, se sintieron satisfechos y orgullosos. “Nuestros hijos están aprendiendo a valorarse y a protegerse”, dijo Mamá Estela. “Sí, están creciendo para ser niños fuertes y seguros”, respondió Papá Alejandro con una sonrisa.
Conclusión:
El cuento de Eda y Eduardo nos enseña la importancia de cuidar y respetar nuestro cuerpo. A través de sus experiencias, aprendieron que su cuerpo es un tesoro único que debe ser protegido y valorado. Este cuento nos recuerda la importancia de enseñar a los niños desde temprana edad a cuidar de sí mismos, a hablar cuando algo les preocupa, y a saber que siempre pueden contar con el apoyo de sus seres queridos.
Y así, Eda y Eduardo continuaron creciendo, aprendiendo cada día más sobre el valor y el cuidado de su propio cuerpo, llevando siempre consigo las lecciones aprendidas en estas valiosas experiencias.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.