Era una mañana brillante y soleada cuando Lila, una niña de 4 años con una gran sonrisa, se despertó llena de emoción. Ese día, ella y sus padres se iban de vacaciones a la playa. Lila llevaba semanas esperando este viaje, soñando con construir castillos de arena y jugar en las olas. Su papá, Lucas, y su mamá, Luisa, también estaban emocionados. Habían planeado todo para que fuera el viaje perfecto.
—¡Hoy es el gran día! —exclamó Lila mientras saltaba de la cama.
—Sí, cariño, pero primero debemos alistarnos —dijo su mamá Luisa mientras la ayudaba a vestirse.
Lucas, su papá, era un hombre alto y fuerte, con una barba espesa y una risa contagiosa. Siempre le gustaba tomarse las cosas con calma, y esa mañana no fue la excepción.
—Tenemos tiempo de sobra —dijo mientras se estiraba y encendía la cafetera—. No hay prisa.
Sin embargo, la emoción de la mañana hizo que todos se distrajeran un poco. En lugar de alistarse rápidamente, decidieron preparar un delicioso desayuno de leche con panqueques de plátano, una de las comidas favoritas de Lila.
—¡Mmm, qué rico huele! —dijo Lila, sentada en la mesa mientras veía cómo su mamá vertía la masa de panqueques en la sartén.
Todos disfrutaron de su desayuno, charlando y riendo. Pero el tiempo pasó más rápido de lo que pensaban. Cuando Luisa miró el reloj, se dio cuenta de que estaban a punto de quedarse sin tiempo para llegar al aeropuerto.
—¡Lucas! ¡Lila! ¡Debemos darnos prisa! —gritó Luisa mientras se apresuraba a recoger las maletas.
Lila y Lucas se miraron con sorpresa y comenzaron a moverse rápidamente, tratando de terminar de empacar y vestirse. En cuestión de minutos, la casa estaba llena de maletas, abrigos y zapatos esparcidos por todas partes.
—¿Ya está todo listo? —preguntó Lucas mientras cerraba la última maleta.
—Sí, creo que lo tenemos todo —respondió Luisa, aunque aún no estaba completamente segura.
Llamaron a un taxi y se dirigieron al aeropuerto lo más rápido que pudieron. Lila, sentada en el asiento trasero, observaba emocionada cómo la ciudad pasaba a toda velocidad.
—¿Llegaremos a tiempo, mamá? —preguntó con los ojos brillantes.
—Eso espero, cielo —respondió Luisa, aunque notaba que el tiempo seguía corriendo en contra.
Al llegar al aeropuerto, la familia corrió hacia el mostrador para registrarse, pero al llegar, la sonrisa de Lila se desvaneció cuando vieron que el avión que los llevaría a la playa ya estaba despegando. La gran máquina de metal se elevaba en el cielo, dejándolos atrás.
—No… ¡se fue! —dijo Lila, con los ojos llenos de decepción.
Lucas suspiró profundamente, rascándose la cabeza mientras veía el avión alejarse.
—Bueno, esto es lo que pasa cuando no nos damos prisa —dijo con tristeza.
Luisa, aunque también estaba decepcionada, sabía que no podían rendirse. Aun así, entendía lo frustrante que era para todos haber perdido el vuelo.
—No nos preocupemos, familia —dijo tratando de mantener el ánimo—. Vamos a pensar en una solución.
Mientras se sentaban en una banca del aeropuerto para reflexionar, Lucas y Luisa comenzaron a recordar que, en ocasiones anteriores, habían visto que salía un bus rumbo a la playa desde la estación de autobuses ese mismo día. No era tan rápido ni cómodo como el avión, pero al menos les permitiría llegar a su destino.
—¿Qué les parece si tomamos el bus? —preguntó Lucas, con una pequeña chispa de esperanza en su voz—. No es lo que habíamos planeado, pero al menos llegaremos a la playa.
Lila, aunque aún estaba un poco triste, asintió con la cabeza.
—Sí, papá. ¡Quiero ir a la playa!
La familia recogió sus cosas nuevamente y se dirigió a la estación de autobuses. El viaje en bus sería mucho más largo de lo que habían planeado, pero no querían perder sus vacaciones.
Al subir al bus, se dieron cuenta de que el vehículo estaba lleno de personas y el espacio era reducido. Los asientos eran incómodos, y el aire acondicionado no funcionaba muy bien. Sin embargo, sabían que tenían que ser fuertes y seguir adelante.
Durante las primeras horas del viaje, Lila se distrajo mirando por la ventana, imaginando cómo sería la playa cuando llegaran. Pero a medida que el tiempo pasaba, el cansancio y la incomodidad comenzaron a hacerse sentir. Lucas, que siempre había sido tan relajado, empezó a sentirse mal por el calor y el movimiento del bus.
—¿Estás bien, papá? —preguntó Lila, preocupada por ver a su papá con el rostro pálido.
—Estoy bien, cariño. Solo necesito descansar un poco —respondió Lucas, aunque claramente no se sentía muy bien.
Luisa también se dio cuenta de que el viaje en bus no estaba siendo tan agradable como esperaban. Pero sabía que tenían que mantenerse unidos y seguir adelante.
Finalmente, después de un largo y agotador viaje, llegaron a la playa. Aunque estaban cansados, el sonido de las olas y la brisa marina les devolvió la energía. Lila, emocionada, corrió hacia la arena, riendo y jugando con las olas.
—¡Lo logramos! —gritó, feliz de estar en la playa a pesar de todos los obstáculos.
Lucas y Luisa se sentaron en la arena, mirando cómo su hija disfrutaba del momento. Aunque el viaje había sido difícil, sabían que habían aprendido una valiosa lección.
—La próxima vez seremos más puntuales —dijo Lucas con una sonrisa, abrazando a Luisa.
—Sí —respondió Luisa—. Pero al final, lo importante es que estamos juntos y que logramos nuestro objetivo.
Lila corrió hacia ellos y se abrazó a sus padres.
—¡Las vacaciones son lo mejor! —dijo con una gran sonrisa.
Y así, aunque el día no había comenzado como lo esperaban, Lila y su familia aprendieron que, aunque las cosas no siempre salen según lo planeado, la clave está en trabajar juntos, adaptarse a las situaciones y aprender de los errores. Y, por supuesto, la importancia de la puntualidad.
Desde ese día, Lila, Lucas y Luisa siempre se aseguraban de estar listos a tiempo, sabiendo que llegar tarde no solo podía causar inconvenientes, sino también perderse momentos maravillosos. Pero más allá de todo, lo que nunca olvidarían es que, pase lo que pase, lo más importante es disfrutar de cada momento en familia.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.