Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de verdes praderas y montañas lejanas, una niña llamada Valeria. Tenía doce años y una gran curiosidad por entender el mundo. Vivía con su madre, Martha, una mujer amable y llena de sabiduría, que le había enseñado a ser fuerte y a valorar la justicia y el respeto. Junto a ellas, vivían Joan y Carlos, dos hombres muy importantes para ellas, pues eran amigos cercanos de la familia y, además, creían firmemente en los valores que tanto Valeria como su madre defendían.
Valeria había crecido viendo cómo su madre luchaba día a día para que su vida fuera más tranquila y feliz. Martha había tenido un pasado difícil, marcado por la violencia, pero con el tiempo logró alejarse de un entorno dañino. No fue fácil, pero su determinación y su amor por Valeria la guiaron en todo momento.
Un día, mientras Valeria y su madre descansaban en su hogar, Joan y Carlos llegaron para visitarles. Los cuatro se sentaron alrededor de la mesa, compartiendo una charla amena, cuando el tema de conversación cambió. Valeria, con su típico afán de saber más, levantó la mano y preguntó:
—Mamá, ¿por qué algunas personas no se tratan bien entre sí? ¿Por qué algunas personas no respetan a otras?
Martha, que había vivido experiencias difíciles, miró a su hija con una expresión cálida, como si buscara las palabras justas para explicarle algo tan importante.
—Es una excelente pregunta, Valeria —dijo Martha con una sonrisa—. Desafortunadamente, algunas personas no entienden que todos debemos respetarnos, sin importar si somos hombres o mujeres, viejos o jóvenes, ricos o pobres. Cuando no hay respeto, pueden surgir problemas muy serios, como la violencia. La violencia no es solo algo físico; también puede ser verbal o emocional, y puede lastimar mucho.
Joan, que siempre había sido un defensor de la justicia y la igualdad, intervino:
—El respeto es la base de una sociedad sana. Si las personas no se respetan, no pueden vivir en paz. Todos tenemos el derecho de ser tratados con dignidad. Y, especialmente, las mujeres deben ser tratadas con respeto, porque históricamente han sufrido mucha violencia solo por ser mujeres. Esto no puede seguir ocurriendo.
Carlos, sentado al lado de Joan, asintió con fuerza.
—Es cierto —agregó—. El respeto es la clave. Si todos nos respetáramos más, habría menos violencia. Pero es un trabajo que debemos hacer todos juntos, hombres y mujeres, para lograr un mundo más justo.
Valeria escuchaba atentamente. Aunque no comprendía todo, sentía que estaba aprendiendo algo muy importante. Quería entender más, así que levantó la mano otra vez.
—Entonces, ¿cómo podemos cambiar las cosas? —preguntó, con la curiosidad brillando en sus ojos.
Martha se inclinó hacia su hija, dándole un abrazo suave y diciéndole:
—Podemos cambiar las cosas a través de pequeños actos, Valeria. A veces, se necesita solo una palabra amable o un gesto de apoyo. Si cada persona decide tratar a los demás con respeto, se pueden evitar muchos conflictos. La solidaridad también es muy importante. Ayudar a los demás y estar dispuestos a escuchar sus historias es una manera de fomentar la igualdad.
Joan añadió:
—Además, educando a las nuevas generaciones, como tú, Valeria. Si los niños y niñas crecen aprendiendo a respetar y a tratar a los demás con igualdad, tendremos una sociedad más equilibrada.
Carlos, que siempre había sido un gran apoyo para Martha, sonrió a Valeria.
—Nunca olvides que el respeto comienza en casa, en la familia. Tú tienes el poder de cambiar las cosas con tus acciones. Y, sobre todo, recuerda que siempre debes defender lo que es justo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.