Cuentos de Valores

El Viaje al Corazón de las Emociones

Lectura para 1 año

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, tres grandes amigos: Samu, Ana y Lalo. Ellos vivían en un mundo lleno de magia, donde los árboles susurraban secretos al viento y los animales hablaban entre sí. Un día, mientras jugaban en el parque, encontraron un mapa antiguo que llevaba al Bosque de las Sonrisas, un lugar misterioso donde se decía que se encontraba el Gran Tesoro de las Emociones. Este tesoro tenía el poder de ayudar a las personas a entender sus sentimientos y a expresar sus emociones de una manera especial.

Los tres amigos, llenos de curiosidad y emoción, decidieron que irían en busca del tesoro. Sabían que, para encontrarlo, debían pasar por tres pruebas que les enseñarían algo importante sobre las emociones. Con valentía, comenzaron su aventura.

Al entrar al Bosque de las Sonrisas, se dieron cuenta de que todo el lugar parecía estar lleno de magia. Los árboles tenían sonrisas talladas en sus troncos, y las flores se movían suavemente al ritmo de la música del viento. El ambiente era cálido, y los amigos sintieron que estaban en el lugar adecuado para aprender.

La primera prueba fue una gran roca que bloqueaba el camino. Sobre la roca había una cara triste, tallada profundamente en su superficie. Los tres amigos se acercaron y miraron la cara con preocupación. Ana, la más reflexiva, dijo:

— Esta roca tiene una cara triste, como si estuviera sintiendo dolor. Tal vez necesitamos ayudarla a sentirse mejor.

Samu, siempre lleno de ideas, sugirió:

— ¿Y si le decimos algo bonito? A veces, hablar de cosas felices puede hacer que alguien se sienta mejor.

Lalo, que siempre tenía una sonrisa en el rostro, se acercó a la roca y dijo:

— A esta roca le diremos cuán bonito es este bosque y cuántos animales maravillosos viven aquí. Tal vez eso la haga sonreír.

Los tres amigos comenzaron a hablarle a la roca sobre todo lo hermoso que los rodeaba: las flores, los árboles y los animales que cantaban. Poco a poco, la cara triste de la roca comenzó a cambiar. Se suavizó y se convirtió en una sonrisa. Con ese gesto, la roca se movió hacia un lado, abriendo un paso para que pudieran continuar. ¡La primera prueba había sido superada! Los tres amigos se miraron, sonriendo, y siguieron su camino.

La segunda prueba los llevó hasta un río de aguas cristalinas. El río no solo brillaba, sino que parecía estar lleno de risas. Saltaba de una piedra a otra como si estuviera jugando. Los tres amigos, al verlo, comenzaron a reírse sin saber por qué, pero se dieron cuenta de que el río los estaba invitando a compartir su alegría.

— Este río está lleno de felicidad — dijo Ana, saltando de un lado a otro. — Creo que tenemos que seguir el ejemplo y compartir nuestra alegría también.

Samu, siempre alegre, comenzó a saltar y reír con fuerza. Lalo lo siguió, y pronto todos estaban saltando y riendo alrededor del río. La alegría que compartieron hizo que el río brillara aún más y, de repente, una piedra que bloqueaba el paso comenzó a moverse por sí sola, permitiéndoles cruzar. Al otro lado, vieron una hermosa vista del bosque. Habían superado la segunda prueba, y comprendieron que la alegría compartida tenía el poder de abrir puertas y superar obstáculos.

Finalmente, llegaron a la última prueba. Frente a ellos se encontraba un gran árbol con una cara aterradora tallada en su corteza. El árbol parecía estar gritando, y su sombra era oscura y tenebrosa. Los amigos se acercaron, pero el miedo comenzó a invadirlos. Ana, mirando la cara del árbol, dijo:

— Este árbol nos da miedo, ¿qué debemos hacer?

Samu, que siempre trataba de encontrar soluciones, pensó un momento y luego dijo:

— Creo que debemos enfrentarlo juntos. Si nos unimos, no tendremos miedo.

Lalo, con una mirada decidida, asintió y dijo:

— ¡Vamos! Juntos podemos superar cualquier miedo.

Los tres se tomaron de las manos y caminaron hacia el árbol, sin apartar la vista de su cara aterradora. A medida que se acercaban, la cara del árbol comenzó a suavizarse. Su sombra desapareció y, poco a poco, el árbol comenzó a brillar con una luz cálida. El miedo se disipó, y los tres amigos entendieron que, cuando estamos juntos y nos apoyamos mutuamente, podemos superar cualquier cosa que nos asuste.

Con el árbol iluminado y su miedo desaparecido, los amigos continuaron su viaje. Al final, llegaron a un gran cofre en el centro del bosque. Al abrirlo, encontraron un espejo que reflejaba no solo sus caras, sino también sus corazones. En los espejos, vieron emociones como la felicidad, la tristeza, el miedo y la alegría, pero también vieron algo más importante: la capacidad de reconocer y expresar esas emociones.

Los tres amigos se miraron entre sí y sonrieron, porque sabían que el verdadero tesoro no era el cofre ni los reflejos en los espejos. El verdadero tesoro era aprender a comprender sus sentimientos y los de los demás, y compartirlos de manera positiva.

Moraleja:

Las emociones son parte de quienes somos, y aprender a reconocerlas y expresarlas es muy importante. Cuando compartimos nuestras emociones con los demás, podemos enfrentar cualquier desafío y ayudar a otros a superar sus propios miedos o tristezas. La amistad, el apoyo mutuo y el entendimiento son los verdaderos tesoros que nos ayudan a crecer juntos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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