En un pequeño y colorido pueblo, donde las flores siempre estaban en plena floración y los pajaritos cantaban alegres melodías, vivían tres amigos inseparables: Vicente, un niño de ojos brillantes y una risa contagiosa; Jhon, un pequeño soñador que siempre tenía su cabeza en las nubes; y la madre de Jhon, una mujer amable y cariñosa, que cuidaba de su hijo con todo su corazón. A veces, Vicente los acompañaba en sus aventuras, convirtiendo cada día en una nueva experiencia emocionante.
Un día, Vicente y Jhon estaban jugando en el parque, lleno de columpios, toboganes y flores de todos los colores. La madre de Jhon los observaba desde una banca, tejiendo una hermosa bufanda de colores. Mientras los niños jugaban felices, un pequeño perro, de pelaje blanco y ojos traviesos, se acercó a ellos. El perro movía la cola con energía y parecía querer unirse a la diversión.
—¡Mira, Vicente! —exclamó Jhon—. ¡Ese perrito quiere jugar con nosotros!
Vicente sonrió y, juntando sus manos, llamó al perrito: —¡Ven aquí, pequeño!
El perro, que decidió que esos dos niños eran perfectos compañeros de juegos, corrió hacia ellos. Vicente y Jhon comenzaron a lanzarle una pelota. El perrito la atrapaba con facilidad, saltando de alegría. Se convirtió rápidamente en parte de su juego, y decidieron llamarle «Nube» por su color blanco como el algodón.
Mientras jugaban, el sol brillaba con fuerza y una brisa suave acariciaba sus rostros. La madre de Jhon los miraba con ternura y, al ver lo felices que estaban, pensó que era un buen momento para contarles una historia sobre valores importantes. Así que, cuando los niños hicieron una pausa para descansar, ella se acercó.
—¿Quieren escuchar una historia? —preguntó la madre de Jhon, sonriendo.
—¡Sí! —gritaron Vicente y Jhon al unísono, y Nube se tumbó a su lado, como si también estuviera interesado.
La madre de Jhon comenzó su relato: —Había una vez un pequeño pueblo que vivía en paz, lleno de gente generosa y amable. Sin embargo, había un problema. Todos estaban tan ocupados con sus propias vidas que habían olvidado la importancia de ayudarse mutuamente. Un día, un anciano sabio decidió hacer algo al respecto. Llamó a todos los habitantes y les dijo: «Si queremos vivir felices, debemos recordar dos cosas: la bondad y la unidad».
Vicente, que escuchaba atentamente, Murmuró: —¿Qué significa eso, señora?
—Significa que debemos ser amables con los demás y trabajar juntos —contestó la madre de Jhon, sonriendo—. Cuando ayudamos a nuestros amigos y vecinos, creamos un lugar más feliz para todos.
Jhon, curioso, preguntó: —¿Y qué pasó después, mamá?
La madre de Jhon continuó: —Al principio, la gente dudó. Pero cuando el anciano les mostró cómo la bondad y la unidad podían transformar su pueblo, empezaron a ayudar a los demás. Se ayudaban a llevar la compra, cuidaban a los niños y compartían su comida. Poco a poco, su alegría creció y el pueblo se convirtió en un lugar mágico.
Vicente y Jhon intercambiaron miradas. —Eso suena increíble —dijo Vicente—. ¡Deberíamos hacer algo así en nuestro pueblo!
La madre de Jhon asintió con aprobación: —Esa es una gran idea. Pueden empezar con pequeños gestos de amabilidad, como ayudar a un amigo o compartir sus juguetes.
Justo en ese momento, un fuerte viento sopló y una rama se cayó cerca de ellos. Jhon saltó asustado, pero luego se dio cuenta de que no había hecho daño a nadie. Sin embargo, la madre de Jhon miró a su hijo con preocupación.
—¿Estás bien, Jhon?
—Sí, solo me asusté un poco —respondió Jhon, respirando hondo.
Vicente se acercó y le dio una palmadita en la espalda, como una forma de consolarlo.
La madre de Jhon le sonrió, reconociendo que la bondad no solo se trataba de hacer cosas buenas por los demás, sino también de estar ahí para los amigos cuando se sentían asustados o tristes.
—¿Qué les parece si hacemos algo especial por nuestros vecinos? —sugirió Vicente—. Podríamos organizar una fiesta y compartir cosas divertidas con todos.
—¡Eso sería genial! —dijo Jhon, emocionado—. ¡Podemos invitar a todo el mundo!
—¡Sí, y podemos preparar algo rico para comer! —añadió la madre de Jhon—. Podríamos hacer un gran picnic en el parque.
Así, los tres amigos se pusieron a planear la fiesta. Difundieron la noticia entre sus vecinos y, para su sorpresa, todos estaban entusiasmados con la idea. Vicente y Jhon, con la ayuda de la madre de Jhon, comenzaron a preparar los bocadillos, las bebidas y decoraciones coloridas.
La gran jornada llegó, y el parque se llenó de risas y alegría. Los vecinos trajeron platos de comida, divertidos juegos y buena música. Vicente, Jhon y la madre de Jhon estaban felices al ver cómo todos se unían y se divertían.
De pronto, Jhon notó que una vecina, la señora Rosa, estaba sentada sola en una banca, observando la fiesta. Se acercó a ella y le preguntó: —¿Por qué no te unes a nosotros, señora Rosa?
—Oh, querida, estoy un poco cansada —respondió la señora Rosa con una sonrisa—. Pero gracias por preguntar.
Vicente, que siempre tenía una idea, se unió a Jhon y le dijo a la señora Rosa: —Mamá siempre nos dice que ser amables es importante. ¿Te gustaría unirte a nosotros y compartir alguna historia divertida?
La señora Rosa se iluminó y aceptó, y así, Vicente y Jhon la acompañaron hasta la mesa donde estaban los demás. Con el tiempo, más vecinos se acercaron a escuchar las historias de la señora Rosa, y pronto todos estaban riendo y disfrutando. El ambiente se había llenado de alegría, justo como el anciano sabio había deseado en su relato.
Al final del día, mientras el sol comenzaba a ponerse y el cielo se teñía de colores dorados y anaranjados, Vicente y Jhon se sentaron junto a la madre de Jhon, cansados pero contentos.
—Mamá, creo que hicimos un buen trabajo —dijo Jhon, mirando a su madre con orgullo.
—Sí, hijo, lo hicieron muy bien —sonrió ella—. Hoy aprendimos que ser amables y trabajar juntos trae felicidad y hace que nuestra comunidad sea un lugar mejor.
En ese momento, Nube, el perrito que siempre había sido parte de sus aventuras, vino corriendo y se acurrucó junto a ellos. Vicente lo acarició y dijo: —Esto es como el cuento que nos contaste. La bondad y la unidad hacen una gran diferencia, ¿verdad?
La madre de Jhon asintió con emoción y respondió: —Así es, queridos. Nunca olviden que cada pequeño gesto cuenta. A veces, un simple acto de bondad puede cambiar el día de alguien para mejor.
Vicente y Jhon sonrieron, llenos de gratitud por haber aprendido algo tan valioso. Las risas y los recuerdos de aquel día en el parque quedarían grabados en sus corazones, recordándoles que la amabilidad y la unidad son lo que realmente importa, tanto como la unión de un pequeño grupo de amigos que se convierten en una gran familia.
Con el corazón lleno de felicidad, Vicente, Jhon, su madre y Nube regresaron a casa, sabiendo que algo bueno había crecido en su pueblo. Desde ese día, no solo celebraron la alegría de la amistad, sino también la importancia de estar juntos, ayudándose los unos a los otros, creando un rincón de amor y cuidado en su pequeño mundo. Y así, los tres amigos siguieron viviendo maravillosas aventuras, siempre dispuestos a compartir su alegría y amistad con todos a su alrededor.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.