Había una vez dos niñas llamadas Kari y Amanda que vivían en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Kari tenía el cabello corto y rizado y siempre llevaba una sonrisa brillante en su rostro. Amanda, por otro lado, tenía el cabello largo y lacio y una expresión bondadosa que hacía que todos se sintieran bienvenidos. A pesar de sus diferencias, eran las mejores amigas y compartían una conexión especial que todos admiraban.
Una mañana soleada, Kari y Amanda se encontraron en el parque como de costumbre. Se saludaron con una gran sonrisa y un abrazo, felices de comenzar un nuevo día juntas. Kari había traído su pelota favorita y Amanda su cometa de colores. Jugaron y rieron hasta que se dieron cuenta de que habían dejado caer todos los juguetes de su bolsa.
«¡Oh, no! Se han caído todos mis juguetes,» dijo Kari con preocupación.
«No te preocupes, Kari. Te ayudaré a recogerlos,» respondió Amanda con una sonrisa, y juntas comenzaron a recoger los juguetes, demostrando que siempre estarían allí para ayudarse mutuamente.
Después de un rato, decidieron sentarse en una manta bajo un gran árbol para disfrutar de una merienda. Kari sacó unas galletas y Amanda una jarra de limonada. Compartieron la comida mientras hablaban de sus sueños y aventuras, riendo y disfrutando del momento. Sabían que compartir era una de las mejores formas de demostrar cariño y amistad.
Más tarde, se dirigieron a la playa cercana, donde decidieron construir un castillo de arena. Kari comenzó a cavar con su pala, mientras Amanda traía agua con su cubo. Trabajaron en equipo, creando torres y fosos, y se sintieron orgullosas del hermoso castillo que habían construido juntas. Se dieron cuenta de que, al unir sus fuerzas, podían lograr cosas maravillosas.
Al atardecer, mientras caminaban de regreso a casa, encontraron a un pequeño perrito callejero que parecía hambriento. «¡Pobrecito! Debe tener hambre,» dijo Amanda con tristeza.
«Vamos a darle algo de nuestra merienda,» sugirió Kari. Ambas alimentaron al perrito con cuidado, viendo cómo movía la cola agradecido. Sabían que cuidar de los animales también era una forma importante de mostrar bondad y amor.
Al día siguiente, se encontraron en la biblioteca para estudiar para un examen. Se sentaron juntas en una mesa, ayudándose mutuamente a entender las preguntas difíciles y practicando juntas. Descubrieron que estudiar con una amiga hacía que el aprendizaje fuera más divertido y efectivo.
Durante la semana, en la escuela, Kari estaba llevando una pila de libros cuando tropezó y los dejó caer todos al suelo. Amanda, que estaba cerca, corrió a ayudarla. «¡Gracias, Amanda! Eres la mejor,» dijo Kari, y Amanda le sonrió.
En otra ocasión, la maestra les pidió que ayudaran a regar las plantas en el jardín de la escuela. Kari y Amanda tomaron las regaderas y con cuidado dieron de beber a todas las plantas, disfrutando del trabajo al aire libre y sintiéndose felices de contribuir al cuidado del jardín.
Una tarde, después de todas sus actividades, se sentaron bajo su árbol favorito en el parque y se dieron la mano. «Prometamos ser amigas para siempre,» dijo Amanda con sinceridad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.