Había una vez un niño llamado Julián que vivía en una pequeña cabaña en el bosque con su mamá. Ellos habían vivido momentos difíciles desde que el papá de Julián había fallecido, y la vida no era fácil. Cada día, Julián y su madre luchaban por encontrar suficiente comida y mantener la cabaña en pie. Lo único valioso que tenían era una vaca, que les daba leche para beber y vender en el mercado.
Un día, la mamá de Julián suspiró con tristeza y le dijo:
—Julián, ya no tenemos suficiente dinero para comprar comida. Vamos a tener que vender nuestra vaca. Será difícil, pero no tenemos otra opción.
Julián, aunque triste, entendía la situación. Sabía que su mamá tenía razón y que vender la vaca era la única manera de sobrevivir. Así que, con el corazón apesadumbrado, tomó la cuerda que ataba a la vaca y se dirigió al pueblo para venderla.
Mientras caminaba por el camino del bosque, Julián se encontró con un anciano que vestía ropas extrañas y llevaba un sombrero grande y puntiagudo. El anciano lo miró con una sonrisa en los ojos y dijo:
—Hola, joven. ¿A dónde vas con esa vaca tan hermosa?
—Voy al pueblo a venderla —contestó Julián, con un tono algo triste—. Mi mamá y yo necesitamos el dinero.
El anciano se rascó la barba, pensativo, y luego sacó un pequeño saco de su bolsillo.
—Te haré una oferta —dijo—. ¿Qué tal si en lugar de vender la vaca por dinero, la cambias por estas habichuelas mágicas? Son muy especiales, y si las plantas en la tierra esta noche, verás algo increíble al amanecer.
Julián miró las habichuelas con escepticismo. Eran solo unos frijoles pequeños y arrugados. Sin embargo, había algo en los ojos del anciano que lo hacía sentir que podía confiar en él.
—Está bien —dijo finalmente—. Acepto tu oferta.
El anciano le entregó el saco de habichuelas, y Julián le dio la cuerda de la vaca. Luego, se despidió del anciano y regresó a casa.
Cuando llegó, su mamá lo esperaba en la puerta de la cabaña.
—¿Cómo te fue, hijo? —preguntó, esperando escuchar que había vendido la vaca por una buena cantidad de dinero.
Julián le mostró el saquito de habichuelas mágicas con una sonrisa, pero su mamá no estaba nada contenta.
—¿Qué has hecho, Julián? —exclamó con frustración—. ¡Nos diste nuestra vaca por unas simples habichuelas! ¡No podemos comer habichuelas mágicas!
En su enojo, arrojó las habichuelas por la ventana y se fue a su cuarto sin decir una palabra más. Julián, apenado, se fue a dormir con la esperanza de que el anciano hubiera tenido razón.
El milagro al amanecer
A la mañana siguiente, cuando Julián se despertó, escuchó un extraño susurro fuera de la cabaña. Corrió hacia la ventana y lo que vio lo dejó sin aliento. Donde su mamá había arrojado las habichuelas, había crecido una planta gigante que subía y subía hasta desaparecer entre las nubes.
—¡Mamá, ven a ver esto! —gritó Julián emocionado.
Su mamá salió corriendo, y cuando vio la enorme planta, no podía creerlo.
—Esto es… increíble —dijo, sorprendida.
Julián, con gran curiosidad, decidió trepar por la planta. Subió y subió, hasta que llegó a las nubes. Allí encontró algo aún más asombroso: una ciudad escondida entre las nubes, con un gran castillo en el centro. Sin dudarlo, Julián caminó hacia el castillo.
El castillo en las nubes
Dentro del castillo, Julián descubrió muchas maravillas, pero lo que más le llamó la atención fue una gallina dorada. Esta no era una gallina común y corriente. Cada vez que ponía un huevo, este era de oro puro.
—Con esta gallina, mi mamá y yo no volveremos a pasar hambre —pensó Julián.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.