Cuentos de Valores

La Casa de los Colores y los Sueños de Arlet

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez una niña llamada Arlet que vivía en una casa llena de colores. Su hogar era especial, pues cada habitación tenía un color distinto: el salón era amarillo como el sol, la cocina era azul como el cielo, y su habitación era rosa como las flores. Arlet adoraba su casa y disfrutaba pasar tiempo con su papá y su mamá, quienes siempre le enseñaban cosas nuevas.

Un día, mientras jugaba en su habitación, Arlet decidió que quería pintar un cuadro. Tomó un lienzo en blanco y sus pinceles de colores. En ese momento, su papá entró en la habitación. «Hola, Arlet, ¿qué estás haciendo?», preguntó con una sonrisa.

«Voy a pintar un cuadro, papá. Quiero que sea muy bonito», respondió Arlet entusiasmada.

«Eso suena genial. Pero recuerda que los colores son como los sentimientos. A veces, un color puede hacerte sentir feliz, y otros pueden hacerte sentir tranquilo», le explicó su papá.

Arlet pensó que eso era muy interesante. Decidió que su cuadro tendría muchos colores brillantes y alegres, porque quería expresar su felicidad. Así que empezó a pintar con el amarillo del sol, el azul del cielo y el rosa de las flores. Cuando su mamá entró, Arlet le dijo: «¡Mira, mamá! Estoy pintando un cuadro con todos mis colores favoritos».

«Es hermoso, mi amor. Pero, ¿sabes qué? También podemos usar los colores para aprender sobre otros valores importantes. ¿Sabes qué significa la amistad?», preguntó mamá.

Arlet hizo una pausa y respondió: «No, mamá. ¿Qué es la amistad?»

«Es un lazo especial que tenemos con otras personas. Es como cuando juegas con tus amigos y se cuidan unos a otros. ¿Te gustaría que pintáramos algo que represente la amistad?», sugirió mamá.

Arlet asintió con entusiasmo. Pensó en su mejor amiga, Lía, que siempre jugaba con ella en el parque. «Voy a pintar a Lía y a mí juntas, como dos flores en el jardín», dijo Arlet mientras se imaginaba jugando con su mejor amiga.

Entonces, su mamá tomó un pincel y ayudó a Arlet a pintar dos flores brillantes, una amarilla y otra rosa. Juntas, llenaron el lienzo de sonrisas y colores. Arlet se sintió feliz viendo cómo su cuadro cobraba vida.

De repente, se escuchó un pequeño golpe en la ventana. Arlet y su mamá miraron y vieron a un pequeño pajarito amarillo. Era un canario que parecía estar llamándolas. «Mira, mamá. ¡Ese pajarito tiene un color brillante!», exclamó Arlet.

«¡Es muy bonito! Tal vez él también quiere ser parte de nuestro cuadro de la amistad», dijo mamá. Arlet decidió que el pajarito representaría la libertad y la alegría. Así que, con delicadeza, empezó a pintarlo en su cuadro.

Cuando terminó de pintar, Arlet se sintió muy orgullosa. Pero, de repente, algo triste sucedió. El pajarito se alejó volando y no volvió, y Arlet comenzó a sentirse un poco sola. «¿Por qué se fue, mamá?», preguntó, mientras miraba al cielo.

«Los pájaros son libres, Arlet. Algunos vienen y otros se van. Pero eso no significa que no podamos recordar los momentos alegres que vivieron con nosotros», explicó mamá. «A veces, todos tenemos que dejar ir un poco, pero siempre guardamos esos recuerdos en nuestro corazón».

Arlet entendió que la amistad y el amor no siempre significan estar cerca todo el tiempo. A veces también significa permitir que otros sean libres y vivir sus propias aventuras. Con esta idea en mente, decidió que también pintaría un gran árbol que representara la fuerza de su familia. Su papá se unió a ellas y ayudó a pintar el árbol de un verde brillante y lleno de hojas.

Arlet comenzó a sentir que su obra de arte no solo representaba la amistad y la alegría, sino también el amor y la fuerza que había en su familia. «Mira, mamá, estoy pintando a nuestra familia como un árbol fuerte con muchas ramas», dijo, iluminada por la idea.

«Eso es hermoso, Arlet. La familia es un valor muy importante. Siempre estaremos aquí para apoyarte, como las raíces de ese árbol», comentó papá, que estaba muy impresionado con la creatividad de su hija.

Al final, el cuadro estaba lleno de colores vibrantes, como los sentimientos que Arlet tenía en su corazón. Decidió que lo colgaría en la sala para que todos pudieran verlo. Así, cada visitante de la casa podría recordar la alegría que se siente tener amigos y familia a su lado.

Esa noche, después de cenar, Arlet se sintió cansada, pero feliz. Se recostó en su cama y miró su cuadro desde su habitación. Reflexionó sobre lo que había aprendido. Había aprendido que los colores de la vida no solo son buenos momentos, sino también los momentos tristes y las despedidas, todo forma parte del arcoíris de nuestras emociones.

Con una sonrisa, se quedó dormida soñando con volar como el canario, mientras su familia y amigos la rodeaban. Entendió que cada día era una oportunidad para vivir, aprender y apreciar los valores que la vida le ofrecía, como el amor, la amistad y la libertad.

Así, Arlet aprendió que aunque a veces las cosas pueden cambiar y las personas pueden alejarse, siempre llevaremos con nosotros los recuerdos de los momentos compartidos y los sentimientos que nos unen a cada persona que amamos. Y con eso en su corazón, Arlet supo que cada día sería una nueva aventura llena de colores y sueños.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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