Cuentos de Valores

La danza del respeto bajo el ritmo de la vida

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y cristalinos ríos, vivían cuatro amigos inseparables: Ana, Juan, Camila y Jesús. Eran niños de once años, llenos de energía y curiosidad por explorar el mundo que los rodeaba. Juntos, compartían risas y aventuras, pero también aprendían lecciones valiosas sobre la vida.

Un día, mientras paseaban por el bosque cercano a su casa, los cuatro amigos encontraron un antiguo y misterioso árbol que parecía tener vida propia. Su tronco era ancho y sus ramas se extendían como brazos abiertos. Al acercarse, notaron que en su corteza había grabados que parecían contar historias de tiempos pasados. Ana, quien siempre había sido la más curiosa del grupo, dijo con emoción: «¡Miren! Este árbol debe tener un cuento que contarnos».

Los amigos se sentaron en el suave césped bajo la sombra del árbol. Mientras observaban las extrañas grabaciones, Juan sugirió: «¿Y si creamos nuestro propio cuento? Sería genial inventar algo juntos». Todos estuvieron de acuerdo, pero no sabían por dónde empezar. Fue entonces cuando apareció un nuevo personaje en la escena: un pequeño duende llamado Lúcio.

Lúcio era un duende de piel verde y ojos brillantes, que salía a menudo a jugar entre los árboles. Al ver a los cuatro amigos sentados bajo su árbol favorito, se acercó con una sonrisa. «Hola, pequeños exploradores. ¿Qué hacen aquí tan preocupados?».

Camila, que siempre había sido la más tímida del grupo, tomó la iniciativa y respondió: «Estamos tratando de inventar un cuento, pero no sabemos por dónde comenzar». Lúcio se rascó la cabeza como si estuviera pensando y luego dijo: «Cada buen cuento tiene una lección. ¿Qué les gustaría aprender?».

Los niños se miraron entre sí, pensando en qué valores eran importantes para ellos. Jesús, quien siempre había tenido un gran sentido de la justicia, dijo: «Creo que deberíamos hablar sobre el respeto. Es algo que todos necesitamos para llevarnos bien». Todos estuvieron de acuerdo, así que Lúcio sonrió y les dijo: «Perfecto. ¡Comencemos nuestra historia sobre la danza del respeto bajo el ritmo de la vida!».

Así fue como Lúcio comenzó a narrar su historia. “Una vez, en un reino lejano, existía un pueblo donde la música y la danza estaban en el corazón de cada habitante. Cada año, los ciudadanos realizaban un gran festival llamado ‘El Festival de la Armonía’, donde todos bailaban bajo la luz de la luna y celebraban su respeto y amor por los demás. Sin embargo, este año, algo extraño había ocurrido”.

Ana frunció el ceño y preguntó: “¿Qué había pasado en el festival?”.

Lúcio continuó: “Los habitantes del pueblo, cada uno tenía su estilo de danza, pero se habían olvidado de escuchar y respetar las diferencias de los demás. El pueblo se había dividido en grupos que solo querían bailar como ellos querían, sin consideración por los otros. Eso causó tristeza y desarmonía en el ambiente”.

Juan, que era muy sociable, exclamó: “¡Qué triste! ¿Cómo pudieron olvidar el respeto por los demás?”.

Lúcio sonrió, “Es fácil olvidar a veces. Pero en este pueblo, había dos jóvenes llamados Samira y Leo, que comprendían la importancia de la unión. Ellos decidieron intentar restaurar la armonía perdida. Se les ocurrió una idea: proponer un baile donde cada grupo mostrara su estilo, pero también tuviera que aprender algún paso del estilo de los demás”.

“Así, durante varias semanas, Samira y Leo viajaron de casa en casa, explicando su idea. Sin embargo, muchos eran reacios. ‘¿Por qué voy a bailar como ellos?’, decía un bailarín. ‘Yo solo quiero bailar mi propio estilo’, decía otro. La falta de respeto por las ideas de los demás llenaba el aire de tensiones”.

Camila, al escuchar esto, comentó: “Eso es exactamente lo que pasa a veces en nuestra escuela. Algunos solo quieren seguir sus propias reglas, sin escuchar a los demás”.

Lúcio asintió con la cabeza y siguió narrando: “Pero Samira y Leo no se dieron por vencidos. Decidieron hacer una demostración en la plaza central del pueblo, donde todos los habitantes pudieran ver cómo cada uno podía contribuir a la danza del pueblo. Crearon una melodía que unía todos los estilos y los invitaron a unirse en una danza colectiva”.

Ana estaba completamente enganchada en la historia. “¡Qué gran idea! ¿Y funcionó?”, preguntó ansiosa.

“Al principio”, continuó Lúcio, “los habitantes miraron con desconfianza. Nadie quería ser el primero en unirse. Pero, cuando un grupo de niños se unió a la danza, pronto la plaza se llenó de risas y música. Al ver la alegría de los más pequeños, los adultos empezaron a unirse también. Cada uno aportó sus movimientos; el ritmo comenzó a mezclarse, creando una hermosa danza que representaba a toda la comunidad”.

“De pronto, la magia sucedió. Cuando todos se unieron, comenzaron a sentir el respeto por las diferencias de los demás. Comprendieron que cada estilo era valioso y que así como la música se componía de diversas notas, la danza de su pueblo era más rica cuando todos participaban. Y así, el Festival de la Armonía se convirtió en el más grandioso que habían celebrado”.

Jesús, emocionado, preguntó: “¿Y qué pasó después? ¿Lograron cambiar su forma de pensar?”.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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