Cuentos de Valores

La Fuerza de la Justicia

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo llamado San Justo, la vida parecía transcurrir en paz, aunque en realidad muchas historias se ocultaban detrás de las puertas cerradas. Enrique, María y Fernando eran tres amigos que habían crecido en este lugar, uniendo sus caminos en la escuela y compartiendo una amistad que se fortalecía con cada día que pasaba.

María era una joven llena de determinación y empatía. Su carácter fuerte y su sentido de la justicia la habían llevado a cuestionar muchas cosas que veía a su alrededor. Enrique, un chico reservado y observador, admiraba la manera en que María enfrentaba las injusticias, aunque él mismo tenía sus propias batallas internas. Fernando, por otro lado, era el más amable de los tres; su naturaleza tranquila y respetuosa lo hacía un pilar de apoyo en cualquier momento difícil. Sin embargo, todos compartían un mismo deseo: vivir en un mundo donde el respeto y la igualdad fueran una realidad y no solo un sueño lejano.

Un día, los tres amigos comenzaron a notar que algo no estaba bien en la vida de una de sus vecinas, la señora Ana. Aunque Ana siempre sonreía cuando los saludaba, había una tristeza en sus ojos que era difícil de ocultar. Los rumores en el pueblo decían que su esposo, Don Ramón, no la trataba bien y que sus sonrisas escondían el dolor que vivía en silencio. Enrique, María y Fernando decidieron hacer algo al respecto, pero sabían que sería complicado. El tema de la violencia era algo de lo que pocos se atrevían a hablar abiertamente, y menos en un lugar donde las tradiciones y el “respeto” a la privacidad mantenían muchas bocas cerradas.

Los tres amigos se reunieron en el parque para hablar sobre lo que habían escuchado y observaron en el vecindario. María fue la primera en expresar sus sentimientos. “No puedo quedarme sin hacer nada. No es justo que la señora Ana esté sufriendo en silencio y que todos actúen como si no pasara nada.”

Fernando, con su tono sereno, añadió: “Estoy de acuerdo, pero debemos ser cuidadosos. No queremos causarle problemas. Tal vez podríamos hablar con ella primero, para ver si realmente quiere nuestra ayuda.”

Enrique, que hasta ese momento había estado en silencio, finalmente habló: “Mi papá siempre me dice que el respeto es lo más importante, pero también creo que el respeto hacia uno mismo es igual de importante. Si la señora Ana está sufriendo, tiene derecho a vivir en paz y seguridad.”

Con el plan decidido, los tres se acercaron a la casa de la señora Ana una tarde en la que sabían que su esposo no estaría. Tocaron la puerta suavemente, y Ana los recibió con una sonrisa débil. Al principio, ella se mostró un poco desconcertada, pero los tres amigos le explicaron que solo querían hablar y que estaban preocupados por ella.

Al ver la sinceridad en los ojos de los jóvenes, Ana se relajó un poco y los invitó a pasar. Dentro de su modesta casa, se sentaron alrededor de una pequeña mesa, y Ana les sirvió té. Al principio, la conversación fue ligera; hablaron de la escuela, del clima y de sus familias. Sin embargo, María, siendo la más directa, pronto abordó el tema de su visita.

“Señora Ana,” comenzó con delicadeza, “sabemos que no es fácil hablar de esto, pero queremos que sepa que puede contar con nosotros. Nos hemos dado cuenta de que… bueno, que no siempre está feliz. Y si necesita ayuda, estamos aquí para apoyarla.”

Ana se quedó en silencio por un momento, y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. No era común que alguien le ofreciera ayuda de esa manera, y menos aún tres jóvenes que apenas estaban descubriendo el mundo. Tomó un profundo suspiro y, con voz temblorosa, comenzó a abrirse sobre su vida.

“Es cierto,” admitió Ana, “he estado pasando por momentos difíciles. Ramón… a veces pierde el control, y aunque sé que no debería soportarlo, es complicado. Me da miedo enfrentar la situación, pero también me duele pensar que este es el ejemplo que doy a mis hijos, el de una mujer que acepta la violencia.”

Enrique, conmovido, respondió: “Usted no tiene que soportar eso, señora Ana. Todos merecemos respeto y justicia. Nadie tiene derecho a hacerle daño, y mucho menos alguien que debería amarla.”

Fernando añadió con suavidad: “Existen personas y lugares a los que puede acudir. Sabemos que hablar es difícil, pero no está sola. Nosotros queremos ayudarla a encontrar una solución. La violencia nunca debería ser la respuesta.”

María, tomando la mano de Ana, le dijo: “Lo más importante es que usted crea en sí misma y en su derecho a vivir en paz. Hay instituciones y grupos que pueden ayudarla. Nosotros podemos acompañarla si quiere hablar con alguien. Nadie debe vivir con miedo.”

Con el apoyo de sus jóvenes amigos, Ana comenzó a considerar la posibilidad de buscar ayuda. Sabía que no sería fácil, pero las palabras de los chicos le habían dado el valor que necesitaba.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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