Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valle Alegre, un lugar donde la amistad y los valores eran tan importantes como el aire que se respiraba. En este pintoresco entorno vivían cinco amigos inseparables: Juana, con su gran corazón y su inquebrantable espíritu de ayuda; Josemir, un soñador apasionado de la música; Lorenzo, el más valiente del grupo, con su afán de aventura; Roberta, una chica siempre dispuesta a apoyar a sus amigos con su sabiduría; y Kenji, el amigable y curioso explorador de la naturaleza.
Un día, mientras jugaban en el parque, Josemir tuvo una idea que emocionó a todos. «¡Deberíamos hacer un festival en la plaza del pueblo! Será un evento donde todos puedan participar, tocar música, hacer manualidades y compartir historias. Así podremos celebrar nuestra amistad y juntos aprender el valor de la comunidad». Los demás asintieron con entusiasmo, y comenzaron a planear cada detalle del festival.
La voz se extendió rápidamente por el pueblo, y todos estaban emocionados. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha del festival, Juana notó que algo extraño estaba ocurriendo. Un nuevo personaje había llegado al pueblo: Don Rufino, un hombre de apariencia imponente y mirada severa, que parecía tener un gran interés en el festival. Siempre que se acercaba, hablaba con una voz profunda y firme: «Este festival tiene que ser grande, tiene que ser perfecto. Yo me encargaré de que así sea». Los amigos se miraron entre sí, sin saber si confiar en él.
Lorenzo, el más osado, decidió confrontarlo. «Don Rufino, creo que el festival debería ser una celebración de todos, no solo de unos pocos. La diversión y la alegría vienen de la participación de cada uno, no de un solo líder». Don Rufino frunció el ceño, pero no dijo nada; simplemente se apartó, dejando en el aire un sentimiento de incertidumbre.
Tras la breve charla, Kenji propuso que se organizaran en grupos: uno haría la música, otro la decoración, y otro las actividades. Los amigos comenzaron a trabajar juntos, con entusiasmo y en unidad. Josemir compuso una hermosa canción que reflejaba la alegría del pueblo, mientras que Roberta se encargó de las manualidades, enseñando a los más pequeños a hacer coloridos banderines. Juana organizó juegos y actividades que involucraban a todos, mientras que Lorenzo se encargó de asegurarse de que cada rincón del parque estuviese listo.
A medida que se acercaba la fecha del festival, Don Rufino empezaba a hacerse más insistente. Su voz resonaba en las calles, y parecía atraer la atención de algunos de los adultos del pueblo. «Este festival no será sencillo. Los niños no saben lo que es el poder de la organización. Necesitan un líder fuerte, alguien como yo», decía. Juana se preocupaba, pues sentía que a medida que Don Rufino ganaba influencia, los valores de amistad y colaboración que habían trabajado tanto podían perderse.
Finalmente, el gran día llegó. Todo estaba listo y el parque se llenó de risas, música y colores. Sin embargo, poco después de iniciar el festival, Don Rufino intentó tomar el control del evento, ocupando un espacio central y hablando con voz autoritaria. “Este festival será más grandioso si todo el mundo me escucha y me sigue a mí”, proclamó. La multitud, entre confundida y temerosa, comenzó a murmurar, los niños se sintieron inseguros y los adultos claramente divididos.
Juana sintió el nudo en su estómago y supo que era el momento de actuar. Mirando a sus amigos, se acercó al escenario improvisado donde estaba Don Rufino. «¡Espera un momento! El festival lo hemos construido juntos, no solo tú, Don Rufino. Nuestros valores de comunidad, amistad y apoyo son más importantes que cualquier poder que busques ejercer». Su voz resonó con fuerza, sosteniendo la mirada firme del hombre.
Roberta, Josemir, Lorenzo y Kenji se unieron a ella, afirmando con palabras apropiadas sobre el valor de cada uno, el trabajo de equipo y la diversión conjunta. Juana, con sus amigos de pie detrás de ella, recordó a todos por qué estaban allí. Aunque los niños solían ser más pequeños, la esencia del festival era celebrar la libertad de cada uno y cómo, juntos, eran más fuertes.
Un silencio se apoderó del parque mientras todos absorbían las palabras de los niños, y las miradas cambiaron. Los adultos comenzaron a murmurar entre ellos, justo en el momento en que Lorenzo tomó la guitarra y comenzó a cantar la canción que Josemir había compuesto. Las melodías se expandieron y pronto la gente empezó a unirse, cantando en un tono de unidad y alegría.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Niña que Se Perdió en el Reino Mágico de Narnia, Un Viaje al Corazón de la Fantasía
El Bosque de los Cinco Amigos
Juntos por un Nuevo Comienzo
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.