¡RING! Sonó la campana y todos los niños y niñas salieron corriendo al patio. Era la hora del recreo, ¡y también el cumpleaños de Mia! El sol brillaba en el cielo azul, el viento movía suavemente las hojas de los árboles y en el patio había globos de muchos colores que bailaban alegremente en el aire. En una mesa grande, una tarta decorada con fresas, crema y velitas esperaba esperanzada su momento de ser soplada. Todos estaban emocionados y felices por celebrar este día tan especial.
Los niños y niñas se agruparon alrededor de Mia, quien lucía una sonrisa enorme y un vestido rosa que brillaba bajo el sol. Entonces, al unísono, comenzaron a cantar con mucha alegría:
“Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz”.
Mia reía y saltaba de alegría, maravillada por tanto cariño. Su corazón latía rápido porque jamás imaginó que su cumpleaños fuera tan bonito y lleno de amigos. Pero justo cuando estaba a punto de soplar las velas… ¡PUM! Se escuchó un golpe fuerte detrás de un árbol grande que estaba en la esquina del patio.
“¡Oohh!” —se oyó una voz pequeña y dolorida— “Otra vez me he chocado contra algo… ¿Contra qué cosa tan grande me he chocado esta vez?”
Martina, que estaba junto a Mia, dio un pequeño salto y, asustada, preguntó:
“¡Qué susto! ¿Qué ha sido ese ruido?”
Desde detrás del árbol salió un canario con plumitas amarillas y un pico pequeño, que se sujetaba una alita con la patita. Tenía una cara de tristeza y dolor que conmovió a todos.
“¡Ay, ay, ay, qué dolor en mi ala! ¿Hay alguien aquí que pueda ayudarme?” —pidió el canario.
Los niños y niñas se miraron entre sí sorprendidos. Martina, con valentía, dijo:
“¡Vamos a ver qué ha pasado!”
De inmediato, todos corrieron hacia el árbol para ayudar al pequeño pajarito. Mia se acercó con cuidado y vio que el canario intentaba volar, pero solamente daba pequeñas voladas y volvía a ponerse en el suelo.
“¡Ay, mi ala! Estaba volando feliz, pero me distraje mirando los globos… ¡y no vi el árbol!” —explicó el canario con voz triste.
Gael, un niño con gafas y una sonrisa amable, miró bien el ala del canario y dijo:
“Parece que tu ala está lastimada. No te preocupes, vamos a ayudarte. Soy muy bueno cuidando a los animalitos.”
Mia, Martina y los demás niños se sentaron alrededor del canario, mientras Gael se ofrecía para calmarlo. “No tengas miedo, pronto estarás mejor.”
Martina, que siempre había sido muy amable con los animales, buscó un poco de agua y con una hoja limpia limpió suavemente el ala del canario. El pajarito suspiró aliviado y vio que todos querían ayudarlo de verdad.
“Gracias, niños, gracias,” dijo el canario. “Me llamo Pipo y me encanta volar por el patio, pero a veces me distraigo tanto con las cosas bonitas que veo… ¡como esos globos de colores!”
“¡Claro que sí!” exclamó Mia con una sonrisa, “Hoy es mi cumpleaños y los globos son parte de la fiesta.”
Pipo movió la cabecita y agregó:
“Me siento un poco triste porque no quiero arruinar tu cumpleaños, Mia.”
“¡No te preocupes! —dijo Gael— “Podemos cuidarte y ayudarte, y tú puedes ser parte de la fiesta.”
Martina tomó la mano de Mia y junto a Gael comenzaron a pensar ideas para que Pipo se sintiera mejor. Entonces, una idea brillante surgió.
“Podemos hacer una pequeña casa para Pipo, con cosas suaves y cálidas,” dijo Martina emocionada.
“Y también ponerle comida rica para pajaritos,” añadió Gael.
Mia se sentó junto al árbol y dijo con una sonrisa:
“Y después de ayudarte, soplamos las velitas juntos.”
Pipo se sintió muy contento. Nunca había conocido amigos tan buenos. En ese momento, Sofía, otra niña que estaba jugando cerca, llegó con una caja de cartón grande.
“Vi que necesitan algo para hacer una casita para Pipo,” dijo Sofía, “¡tengo esta caja que podemos adornar!”
Todos comenzaron a trabajar enseguida. Gael encontró hojas secas para hacer una cama suave dentro de la caja, Martina trajo ramitas pequeñas para que Pipo pudiera posar, y Mia colgó pequeños trozos de tela para que pareciera una casa bonita. En poco tiempo, estaba todo listo.
“¿Quieres entrar, Pipo?” preguntó Mia.
El canario entró con cuidado y se acomodó. Su ala samprió un poquito de dolor, pero estaban todos pendientes para cuidarlo. Pipo se sintió seguro y amado.
Al ver esto, todos comprendieron algo muy importante: ayudar a quien lo necesita es muy valioso y puede hacer a alguien muy feliz. Incluso, ese día, la alegría del cumpleaños de Mia se transformó en una fiesta mucho más especial porque aprendieron a compartir el cariño y la amistad con Pipo.
“Ahora que ya tienes tu casa linda, puedes descansar mientras soplamos las velitas,” dijo Martina.
Entonces, todos volvieron a la mesa donde esperaba la tarta. Los globos seguían bailando en la brisa y el sol brillaba cálido. Mia cerró los ojos, pidió un deseo y sopló las velas en compañía de todos sus amigos y de Pipo, que, aunque estaba quietecito en su casita, se alegraba por dentro.
Después del pastel, Gael compartió una idea maravillosa:
“Podemos hacer un juego en el que aprendamos a cuidar a los animales y a ayudarnos unos a otros.”
Martina aplaudió encantada. Mia dijo:
“¡Sí! Hoy he aprendido que un cumpleaños puede ser aún más feliz si ayudamos a los demás.”
Los niños comenzaron a jugar en el patio, recordando siempre cuidar a Pipo y a otros animalitos. Pipo, con el ala un poco mejor, movía sus patitas y cantaba una canción sencilla que parecía decir: “Gracias, amigos”.
Cuando la campana sonó de nuevo, señalando el final del recreo, todos se despidieron con una sonrisa grande, sabiendo que aquel día no solo fue el cumpleaños de Mia, sino también el comienzo de una hermosa amistad y de un aprendizaje sobre la solidaridad, el respeto y la empatía.
Como conclusión, aquel cumpleaños fue inolvidable porque enseñó a todos que la verdadera alegría viene no solo de recibir regalos o tortas, sino de compartir momentos con amor, ayudar a quienes lo necesitan y cuidar de los demás, sin importar lo pequeños que sean. Mia, Martina, Gael y Pipo recordaron siempre que la amistad y los valores hacen que cada día sea una celebración maravillosa. Y así, en ese patio lleno de risas y globos, quedó grabada la historia de un cumpleaños mágico y lleno de cariño que nunca olvidarían.
Cuentos cortos que te pueden gustar
María Aprende a Vestirse Sola
Sami y su Cabecita de Pasto
La aventura mágica en el bosque de la creatividad, donde la amistad y los animales enseñan el poder de la atención y la imaginación
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.