Cuentos de Valores

La Subsecretaría de la Niñez: Un Corazón que Late por el Futuro de Chile

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez en un pequeño país llamado Chile, un lugar lleno de montañas, playas y hermosos paisajes. En una tranquila ciudad, vivían dos amigos inseparables: Gabriel Boric, un joven curioso con un gran corazón, y Romi, una chica soñadora a quien le encantaba ayudar a los demás. Desde muy pequeños, Gabriel y Romi habían compartido aventuras y desafíos, siempre buscando maneras de hacer su comunidad un lugar mejor.

Un día, mientras paseaban por el parque, vieron un grupo de niños jugando y riendo. Gabriel, siempre observador, se dio cuenta de que algunos de ellos no tenían los mismos juguetes que los demás. Algunos jugaban felices con pelotas nuevas, mientras que otros solo tenían piedras para inventar sus propios juegos. Esto hizo que Gabriel se detuviera y reflexionara.

—Romi —dijo con la voz llena de preocupación—, miremos a esos niños. No todos parecen estar disfrutando igual, ¿verdad?

Romi miró hacia donde Gabriel señalaba y asintió.

—Tienes razón, Gabriel. Creo que deberíamos hacer algo al respecto. A veces, los niños necesitan un poco más de apoyo y amistad.

—¿Qué podríamos hacer? —preguntó Gabriel, con su mente siempre alerta a nuevas ideas.

Después de hablar un rato, se les ocurrió organizar un gran día de juegos en el parque, donde todos los niños pudieran venir a jugar, divertirse y compartir sus juguetes. Con mucha emoción, los dos amigos empezaron a planificar el evento. Crearon carteles coloridos, invitaron a niños de todas partes y, con la ayuda de sus familias, lograron reunir una variedad de juegos y actividades.

El gran día llegó, y el parque se llenó de risas y alegría. Había carreras de sacos, juegos de relevos, y hasta una mesa de arte donde los niños podían pintar, dibujar y dejar volar su imaginación. Gabriel y Romi caminaban de un lado a otro, asegurándose de que todos estuvieran incluidos y se sintieran felices.

En medio de todas las actividades, apareció un nuevo personaje. Era un niño llamado Mateo, que se había mudado recientemente a la ciudad y parecía tímido. Mientras todos jugaban, él se sentó solo en un banco, observando con una mirada melancólica. Gabriel, al notar la situación, se acercó rápidamente.

—Hola, soy Gabriel. ¿Por qué no estás jugando con nosotros?

Mateo miró a Gabriel y respondió con voz baja:

—No tengo con quién jugar. No conozco a nadie aquí.

La bondad de Gabriel brilló al instante.

—No te preocupes, te presento a mis amigos y podrás unirte al juego. ¡Vamos, hay una competencia de relevos que está comenzando!

Mateo dudó un momento, pero la calidez en la voz de Gabriel lo animó, así que se levantó y siguió a su nuevo amigo. En poco tiempo, él estaba riendo y corriendo junto a los demás, sintiéndose más incluído.

Romi observó desde lejos con una sonrisa. Su corazón se llenó de alegría al ver cómo, poco a poco, Mateo dejaba atrás su timidez. Sin embargo, vio que otro grupo de niños no parecía estar tan feliz. Estaban discutiendo por un juguete que no querían compartir. En lugar de dejar que la situación se intensificara, Romi decidió intervenir.

—¡Hola a todos! —dijo con una sonrisa—. ¿Qué les parece si hacemos un trato? Pueden jugar con los juguetes por turnos. Así todos tendrán la oportunidad de divertirse.

Los niños miraron a Romi y empezaron a pensar en su propuesta. Uno de ellos, llamado Felipe, levantó la voz.

—Pero yo quiero jugar primero…

—Entiendo —respondió Romi—. Pero si todos se turnan, podremos jugar más tiempo juntos. ¿No sería más divertido compartir?

Los niños se miraron unos a otros. Se dieron cuenta de que Romi tenía razón; si compartían, todos podrían disfrutar. Finalmente, accedieron al trato, y empezaron a turnarse con los juguetes. Ver cómo los niños compartían sus risas y juegos era un logro increíble para Gabriel y Romi.

A medida que avanzaba el día, más y más niños se unieron al evento. Algunos traían dulces o bocadillos para compartir, haciendo que el ambiente fuera aún más alegre. La música sonaba, y todos bailaban felices en el parque. Mientras tanto, Gabriel, Romi y Mateo se habían convertido en los mejores amigos. Juntos organizaban juegos, ayudaban a los demás y compartían aventuras.

Después de un tiempo, los niños decidieron hacer una pausa para comer. Se sentaron en el césped a disfrutar sus bocadillos, y en ese momento, Gabriel tuvo una idea genial.

—¿Qué les parece si hacemos una pequeña reunión? Puedo contarles sobre un lugar especial en nuestra ciudad, la Subsecretaría de la Niñez. Allí se trabaja para que todos los niños tengan oportunidades y derechos. ¡Podríamos pensar en ideas para ayudar a otros niños!

Los niños lo miraron intrigados.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Mateo, curioso.

—Significa que hay muchas maneras en que podemos ayudar a nuestros amigos que no tienen lo que nosotros tenemos —explicó Gabriel—. Podemos organizar donaciones, actividades benéficas, o simplemente ser amigos de quienes lo necesitan. Cada pequeño acto cuenta, y juntos podemos hacer una gran diferencia.

Romi asintió y añadió:

—También podemos invitar a más niños a nuestros juegos y asegurarnos de que todos se sientan incluidos. ¡La amistad y la solidaridad son valores que debemos cultivar!

Un murmullo de aprobación recorrió el grupo. Los niños comenzaron a hablar entre ellos, compartiendo ideas sobre cómo podrían ayudar a otros en su comunidad. Algunos sugirieron hacer una recolecta de juguetes, mientras que otros propusieron organizar actividades recreativas en el barrio para acercar a todos los niños, independientemente de sus circunstancias.

Mientras sus corazones latían con emoción, todos se dieron cuenta de que, aunque era un día especial, lo que realmente importaba era la intención de ayudar a los demás. Así, decidieron formar un club llamado “Los Amigos del Futuro”, donde se comprometerían a trabajar juntos para apoyar a aquellos que lo único que necesitaban era un poquito de amistad y cariño.

El evento terminó con un gran abrazo grupal, en el que todos gritaron al unísono:

—¡Juntos somos más fuertes!

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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