Había una vez en un bosque muy lejano una escuela especial para animales. En esa escuela, los alumnos eran criaturas de todas las formas y tamaños, cada una con su propio ritmo y estilo de aprendizaje. Entre ellos, estaban la tortuga y la liebre. La tortuga era muy esforzada y perseverante, siempre trabajando con paciencia y dedicación. La liebre, por otro lado, era lista pero un tanto presumida, y a menudo se jactaba de su rapidez y habilidades.
Un día, en la clase de la señora Búho, la maestra más sabia del bosque, se anunció que habría una gran competencia de conocimientos. La competencia consistiría en varias pruebas que pondrían a prueba la inteligencia, la creatividad y la perseverancia de los alumnos. Todos los animales estaban emocionados, especialmente la liebre, que estaba segura de que ganaría sin esfuerzo.
«¡Esta competencia será pan comido!» exclamó la liebre con una sonrisa confiada. «Soy la más rápida y la más lista de todos. No tengo competencia.»
La tortuga, sentada en su escritorio con sus libros y lápices, escuchaba en silencio. Sabía que no era tan rápida como la liebre, pero confiaba en su capacidad para trabajar duro y no rendirse.
La primera prueba fue un rompecabezas complicado que requería mucha paciencia. La liebre comenzó rápidamente, moviendo las piezas con velocidad, pero pronto se frustró cuando no pudo encajarlas correctamente. La tortuga, por su parte, trabajó lenta y meticulosamente, observando cada pieza y probando diferentes combinaciones hasta que finalmente lo resolvió.
«Bien hecho, tortuga,» dijo la señora Búho. «Tu paciencia y perseverancia te han ayudado a resolver el rompecabezas.»
La liebre, aunque un poco molesta, se encogió de hombros. «No importa,» pensó. «La próxima prueba será más fácil para mí.»
La segunda prueba era una carrera de lectura. Los estudiantes tenían que leer un libro y responder preguntas sobre la historia. La liebre, confiada en su rapidez, comenzó a leer a toda velocidad, pero no prestó atención a los detalles. La tortuga, en cambio, leyó despacio y con atención, asegurándose de comprender cada palabra.
Cuando llegó el momento de responder las preguntas, la liebre respondió rápidamente pero cometió muchos errores. La tortuga, sin embargo, respondió con precisión y obtuvo la mayoría de las respuestas correctas.
«Excelente trabajo, tortuga,» dijo la señora Búho. «Tu dedicación a la lectura te ha servido bien.»
La liebre estaba cada vez más frustrada. «No puedo creer que la tortuga me esté ganando,» pensó. «Pero aún queda una prueba más.»
La última prueba era una tarea de creatividad. Los estudiantes tenían que crear algo usando materiales reciclados. La liebre, apresurada por terminar rápido, hizo una escultura simple y sin mucho detalle. La tortuga, por otro lado, dedicó tiempo a planificar su proyecto, usando su imaginación para crear una hermosa obra de arte con los materiales disponibles.
Cuando llegó el momento de mostrar sus trabajos, la señora Búho quedó impresionada con la creatividad y el esfuerzo de la tortuga. «Tortuga, tu obra de arte es maravillosa. Has demostrado una gran creatividad y dedicación.»
La liebre, viendo que había perdido en todas las pruebas, finalmente comprendió que su rapidez y presunción no eran suficientes. Se acercó a la tortuga y, con humildad, le dijo: «Tortuga, he aprendido una gran lección hoy. Tu perseverancia, paciencia y dedicación son cualidades admirables. Felicitaciones por tu victoria.»
La tortuga sonrió y respondió: «Gracias, liebre. Todos tenemos nuestras fortalezas y debilidades. Lo importante es nunca rendirse y siempre dar lo mejor de nosotros mismos.»
Desde ese día, la liebre y la tortuga se convirtieron en grandes amigas. La liebre aprendió a ser más paciente y humilde, mientras que la tortuga continuó trabajando duro y perseverando en todo lo que hacía. Juntas, demostraron que con esfuerzo, dedicación y humildad, se pueden alcanzar grandes logros.
Y así, en la escuela del bosque, todos los animales aprendieron la valiosa lección de que la verdadera fortaleza no está en la rapidez o la inteligencia, sino en el esfuerzo y la perseverancia.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.