Era una tarde soleada en la pequeña ciudad de Villahierro donde vivía Iñaki, un niño de once años lleno de curiosidad y ganas de explorar el mundo. Le encantaba hacer amigos y aprender nuevas cosas, siempre empujando los límites de su imaginación. A menudo, se sentaba en el parque con su cuaderno de dibujar, plasmando sobre el papel sus sueños, los robots que quería construir y los viajes a lugares lejanos que anhelaba realizar.
Un día, mientras se sentaba en su lugar habitual, escuchó una melodía suave y envolvente que lo hizo detenerse. La música venía de un pequeño callejón que nunca antes había notado. Intrigado, Iñaki se levantó y decidió investigar. Al adentrarse en el callejón, se encontró con una puerta antigua que parecía salida de un cuento. La puerta estaba decorada con hermosos relieves que representaban árboles, estrellas y extrañas criaturas.
Sin pensarlo dos veces, Iñaki empujó la puerta y, para su sorpresa, esta se abrió sin dificultad. El interior era mágico, iluminado por una luz dorada y suave que provenía de múltiples faroles que flotaban en el aire. Con cada paso que daba, parecía que el suelo mismo brillaba, y al mirar hacia arriba, se dio cuenta de que estaban suspendidos en el aire pequeñas nubes de colores que danzaban al ritmo de la música.
«Hola», dijo una voz melodiosa que resonó en el aire. Iñaki se giró y vio a una niña de pelo plateado y ojos brillantes que estaba vestida con un hermoso vestido de gasa. «Soy Luna», se presentó ella con una sonrisa. «Bienvenido al Portal de Belén».
El rostro de Iñaki mostró asombro. «¿Portal de Belén? ¿Es un lugar real?», preguntó emocionado.
Luna asintió con entusiasmo. «Sí, aquí se encuentra el CESA 2025, el Centro de Estudios Supermagicos de la Amistad. Ven, vamos a conocerlo». Sin dudarlo, Iñaki siguió a Luna a través del jardín de flores brillantes que los rodeaban. A medida que caminaban, se dio cuenta de que las flores hablaban y compartían mensajes positivos sobre la bondad, la amistad y el valor de ser uno mismo.
Al llegar a un gran edificio de cristal que resplandecía como un diamante, Iñaki sintió una mezcla de nerviosismo y emoción. «¿Qué vamos a hacer aquí?», preguntó.
Luna le respondió: «En el CESA 2025, cada niño aprende sobre valores importantes, emociones y cómo ayudarse mutuamente en la vida. Hay talleres, actividades y muchas sorpresas. Cada año, un niño o niña especial es elegido para traer una idea innovadora sobre cómo hacer del mundo un lugar mejor».
Con eso en mente, Iñaki sintió un ardor en su interior. Aquí estaba la oportunidad de aprender sobre cosas valiosas y, quizás, hacer algún cambio positivo en el mundo. Luna lo condujo a la acogedora sala de reuniones, donde conocieron a otros niños que estaban igualmente emocionados. Pronto, se presentó el director del CESA, un hombre mayor con una larga barba blanca y una risa contagiosa.
«¡Bienvenidos, pequeños soñadores!», exclamó el director, cuyo nombre era Don Anselmo. «Hoy es un día especial. Iñaki, tú eres nuestro invitado especial. Te invitamos a que nos cuentes sobre tus ideas y sueños”.
Iñaki se sintió halagado pero también un poco abrumado. «Lo intentaré», dijo tomándose un respiro profundo. Se levantó y empezó a hablar sobre su sueño de construir un robot que pudiera ayudar a la gente en su día a día, desde llevar las compras hasta repartir comida a los que más lo necesitan. Hablar con pasión le dio confianza, y todos los niños lo escuchaban con atención.
Sin embargo, algo lo inquietaba. ¿Cómo podría lograrlo? Se preguntó. Luna notó su preocupación y se acercó. «Iñaki, no te preocupes. La clave está en trabajar en equipo. Recuerda que a veces no tenemos que hacerlo todo solos”.
Las palabras de Luna calaron hondo en Iñaki, inspirándolo. Esa tarde, juntos con otros niños, decidieron colaborar en un proyecto. Cada uno de ellos eligió un rol según sus habilidades. Iñaki se encargaría de diseñar el prototipo, mientras que Luna sería responsable de las especificaciones y los materiales que necesitarían.
El resto de los niños también se unieron con entusiasmo: una niña llamada Alma se ofreció a ayudar con la programación, y un niño llamado Leo aportó ideas sobre cómo hacer que el robot fuera amable y amigable, ya que todo el mundo debería sentirse cómodo con los robots. Iñaki no podía creer lo rápido que se formó un equipo unido, cada uno poniendo su granito de arena.
Durante los días siguientes, Iñaki y su equipo trabajaron intensamente en su proyecto. Se reunían en el Portal de Belén, donde el ambiente siempre era de alegría y motivación. Iñaki se sentía más seguro y entusiasmado, animado por el apoyo de sus nuevos amigos que siempre estaban dispuestos a ayudar y a aportar ideas. Se turnaban para investigar sobre los diferentes componentes electrónicos y hasta se tomaron el tiempo para hacer simulaciones del funcionamiento del robot.
La amistad nacía cada vez más fuerte entre ellos, pero también surgieron retos. En una ocasión, Iñaki se frustró porque un componente no funcionaba como esperaban, y estaba considerando abandonar el proyecto. Luna, al notar que Iñaki se sentía mal, se acercó y le dijo: «Iñaki, recuerda que los errores son parte del aprendizaje. No dejes que esto te detenga. Cada tropiezo es una oportunidad para mejorar».
Las palabras de Luna resonaron con fuerza en Iñaki, quien decidió intentar una vez más y, esta vez, encontraron una solución al problema. Al final no sólo estaban construyendo un robot, sino que estaban construyendo un lazo fuerte de amistad fundado en el respeto, la colaboración y la perseverancia.
Cuando el día de la presentación llegó, Iñaki estaba nervioso, pero también emocionado por mostrar su trabajo. Frente a un grupo de niños y adultos, Iñaki y su equipo presentaron su robot, al que llamaron «Álex», un asistente que podría ayudar a las personas mayores en sus hogares. Iñaki explicó cómo cada uno de ellos había contribuido al proyecto, enfatizando la importancia de trabajar juntos y compartir ideas.
Álex era frenético y amigable, con una voz dulce que saludaba con una sonrisa. Todos los presentes aplaudieron y vitorearon, sintiendo la energía positiva que emanaba del esfuerzo de aquellos niños. Don Anselmo, en un tono conciso, dijo: «Hoy hemos visto el verdadero poder del trabajo en equipo, la creatividad y sobre todo, los valores que nos unen».
Tras la presentación, Iñaki se sintió tan feliz que decidió que quería seguir aprendiendo y ayudando a otros. Nadie lo había dicho, pero Iñaki comprendió que los valores como la amistad, el respeto y la responsabilidad eran mucho más que palabras vacías; eran la clave para hacer un mundo mejor.
Pasaron los días e Iñaki tuvo que regresar a su casa. Luna lo acompañó hasta la puerta del callejón. «Nos vemos pronto en el CESA, Iñaki. Siempre habrá un lugar para ti aquí», dijo ella.
Con una sonrisa amplia, Iñaki prometió regresar. Se despidieron y, mientras regresaba a casa, su corazón estaba lleno de gratitud y esperanza. Sabía que, aunque el portal de Belén estaba atrás, los aprendizajes siempre estarían con él para guiarlos.
Reflexionando sobre el tiempo que pasó en el mundo mágico, Iñaki pensó en cómo esos valores que aprendió y las amistades que cultivó no solo marcarían su camino hacia el futuro, sino que también lo transformarían en una mejor persona. Estaba decidido a compartir lo aprendido y fomentar los valores que hacen que las relaciones sean fructíferas.
Así, aunque las aventuras en el Portal de Belén concluyeron por ahora, el viaje del conocimiento y la amistad apenas comenzaba para Iñaki, quien prometió seguir acercándose a los demás con un corazón abierto y con la firme convicción de hacer del mundo un lugar lleno de amor, luz y colaboración.
 
     
	 
	 
	  
   
					 
			

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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.