Cuentos de Valores

Mis derechos, mis colores, un mundo de posibilidades

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez en un pequeño pueblo que vivía un grupo de amigos que disfrutaban de aventuras todos los días. Entre ellos estaban Marty, un niño curioso y soñador; Elioth, un pequeño artista que adoraba pintar; Arleth, una niña valiente y llena de energía; y Miguel, un pequeño inventor que siempre tenía una nueva idea en su cabeza. También estaba Miranda, una tortuga sabia que tenía muchas historias por contar y siempre era la voz de la razón del grupo.

Un día, mientras jugaban en el parque, se dieron cuenta de que había un nuevo cartel en el lugar. El cartel decía: “¡Ven a descubrir tus derechos y a colorear el mundo!”. La curiosidad de Marty fue más fuerte que el miedo, así que propuso que fueran juntos a investigar. «¿Qué son los derechos?», preguntó Elioth mientras iba atando su delantal de pintura. «Puede que sean como los colores que usamos para pintar», sugirió Arleth, emocionada por la idea de añadir nuevos matices a su vida. «¡Sí! Y si vamos, puede que aprendamos a hacer un gran mural», dijo Miguel, mientras dibujaba en el aire con sus manos.

Decidieron seguir el camino que llevaban al cartel. Después de caminar un rato, se encontraron con un viejo árbol lleno de hojas brillantes. Allí, bajo su sombra, había una mesa con un gran libro abierto. «¡Hola, amigos!», gritó un pequeño duende que estaba sentado en la mesa. «Soy Pipo, el guardián de los derechos. Este libro contiene poderes mágicos que pueden hacer que vuestro mundo sea más colorido y justo».

Los niños se miraron emocionados. «¿Derechos mágicos?», preguntó Marty, con ojos brillantes. «¿Cómo funcionan?», siguió Elioth, ya imaginando los colores que pintaría. «Los derechos no son solo palabras», explicó Pipo, «son cosas que todos tienen por ser quienes son. Por ejemplo, todos tienen el derecho a ser tratados con respeto, a jugar y a ser felices. Pero, sobre todo, cada uno de ustedes tiene el poder de hacer que esos derechos sean realidades».

Los amigos, muy entusiasmados, decidieron aprender más sobre cómo podían ayudar a que esos derechos fueran parte de su vida en el pueblo. Pipo les propuso un desafío: «Debéis crear algo que represente lo que habéis aprendido y mostrarlo a los demás. Así, inspiraréis a más personas a hacer de este mundo un lugar donde todos se sientan felices».

Con una misión en mente, Marty, Elioth, Arleth y Miguel se pusieron a trabajar. Primero, se sentaron en círculo y cada uno compartió lo que creía que eran sus derechos más importantes. «Yo creo que todos deberíamos tener el derecho de soñar y ser creativos», dijo Marty. «¡Exacto!», gritó Elioth. «Y también el derecho a expresarnos. ¡El arte debería estar en todas partes!».

Arleth, quien siempre veía lo positivo, dijo: «¡No olvidemos el derecho a jugar y a ser felices! Cuando jugamos, aprendemos a vivir juntos y a ser amigos». Miguel, con su espíritu inventor, añadió: «Y cada uno debe tener el derecho a ser escuchado, porque cada idea es valiosa».

Después de compartir sus pensamientos, comprendieron que esos derechos eran colores que pintaban sus vidas. Entonces, comenzaron a crear un mural que llenaría la pared de la escuela. «Vamos a usar todos los colores que podamos para ilustrar nuestros derechos», propuso Elioth, entusiasmado. «Sí, y escribamos frases que expliquen cada color», sugirió Arleth mientras se movía de un lado a otro, llena de energía.

Pasaron días trabajando en el mural, llenando la pared con ondas de colores imaginativos que representaban sus derechos. Usaron el amarillo para mostrar la felicidad, el azul para la paz, el verde para la amistad y el rojo para la valentía. La tortuga Miranda, que siempre los observaba con simpatía, les daba consejos sobre cómo hacer las frases más significativas. «Los derechos son como los caminos que nos guían», les decía. «Debéis recordar siempre que deben ser respetados por todos».

Cuando terminaron, el mural era más grande y hermoso de lo que habían imaginado. Los amigos estaban orgullosos de lo que habían logrado juntos. «Ahora debemos mostrarlo a los demás y explicarles qué significa», sugirió Miguel, muy emocionado. Decidieron organizar una reunión en el parque e invitar a toda la comunidad.

Cuando llegó el gran día, todos en el pueblo se reunieron a su alrededor. Marty, Elioth, Arleth y Miguel hablaron en turnos, explicando cada color y su significado. «El derecho a ser escuchado es tan importante como el derecho a jugar», dijo Elioth al mostrar el azul. «Todos necesitamos un lugar donde nuestras voces cuenten». La gente del pueblo aplaudió y los niños se sintieron felices.

Finalmente, Miranda, la tortuga, tomó la palabra. «Recuerden siempre que nuestros derechos nos hacen únicos, pero también nos recuerdan que debemos cuidar unos de otros. Cuando hacemos eso, el mundo se vuelve un lugar con más posibilidades para todos». La multitud asintió, comprendiendo que en sus manos tenían el poder de colorear su mundo de una manera muy especial.

A partir de entonces, no solo el mural se convirtió en el orgullo del pueblo, sino que los amigos también se hicieron comprometidos con sus derechos y los de los demás. Marty, Elioth, Arleth, Miguel y Miranda aprendieron que vivir en comunidad significaba cuidar de cada uno y celebrar sus diferencias, convirtiendo esas diferencias en hermosos colores que hacían de su pueblo un lugar lleno de alegría y armonía.

Y así, los niños continuaron explorando su mundo, armados con el conocimiento de sus derechos y el compromiso de hacer el bien. Al final, comprendieron que cada uno de ellos era, en su esencia, una pieza importante de un gran tablero de colores que hacía brillar su comunidad. ¡Y todo comenzó con un simple mural!

Desde entonces, el pueblo fue un lugar donde todos los colores podían brillar y todos los derechos se respetaban, creando un mundo lleno de posibilidades donde todos podían soñar y ser felices.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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