Había una vez un niño llamado Nico que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. A Nico le encantaba correr y jugar al aire libre, pero lo que más le gustaba era escuchar los sonidos a su alrededor: el viento moviendo las hojas de los árboles, el canto de los pájaros y el suave correr del río. Siempre decía: “¡Mis oídos son como pequeños superhéroes!”
Un día, mientras exploraba el bosque cercano, Nico escuchó algo diferente. Era como un susurro, pero venía de todas partes. “¿Hola?” dijo Nico, y, para su sorpresa, una voz repitió: “Hola, hola, hola…” Era un eco.
“¡Guau! ¡Esto es mágico!” pensó Nico, y decidió jugar con el eco, gritando diferentes palabras. “¡Eres genial!” gritó, y el eco le respondió: “¡Eres genial! genial! genial!” Cada vez que decía algo, el eco lo repetía. Nico reía a carcajadas, disfrutando del juego. Se sentía como si estuviera hablando con un amigo invisible.
De pronto, Nico tuvo una idea. “¿Qué pasa si digo algo feo?” se preguntó. Así que gritó: “¡Eres tonto!” y el eco, como siempre, lo repitió: “¡Eres tonto! tonto! tonto!” Nico se sorprendió al escuchar esas palabras de vuelta y no se sintió bien. Era como si esas palabras feas rebotaran dentro de su cabeza. “Eso no me gusta,” pensó Nico, “¡es horrible escuchar algo tan feo!”
Mientras caminaba por el bosque, reflexionó sobre lo que había dicho. “Si yo no quiero escuchar eso, ¿por qué debería decirlo?” pensó. En ese momento, decidió que no volvería a decir algo feo. “Solo quiero palabras alegres y bonitas,” se prometió a sí mismo.
Continuó explorando el bosque y comenzó a gritar cosas positivas. “¡Eres maravilloso!” dijo, y el eco repitió: “¡Eres maravilloso! maravilloso!” Su corazón se llenó de alegría al escuchar esas palabras. “¡Esto es genial!” exclamó Nico, feliz de que su eco también dijera cosas bonitas.
Nico siguió jugando con el eco durante un buen rato, pero, de repente, escuchó un llanto. Se detuvo y siguió el sonido. Al llegar a un pequeño claro, vio a una pequeña ardilla que parecía triste. “¿Qué te pasa?” le preguntó Nico. La ardilla, con lágrimas en los ojos, le respondió: “He perdido mi nuez y no sé dónde buscarla. No puedo encontrarla por ningún lado.”
Nico sintió compasión por la ardilla. “No te preocupes, te ayudaré a encontrar tu nuez,” dijo con determinación. “¿Dónde la viste por última vez?” La ardilla se secó las lágrimas y le dijo: “Estaba cerca de ese gran roble, pero no la encuentro.”
Así que Nico, decidido a ayudar, se dirigió hacia el roble. “¡Vamos, eco! ¡Ayúdanos!” gritó. El eco le respondió: “¡Ayúdanos! ¡Ayúdanos!” La ardilla se sorprendió y miró a Nico con curiosidad. “¿Tu eco también puede hablar?” preguntó. “Sí, y hoy solo dice cosas bonitas,” respondió Nico con una sonrisa.
Comenzaron a buscar alrededor del roble, mirando debajo de las hojas y entre las ramas. “Aquí no está,” dijo Nico, sintiendo que la ardilla se desanimaba. “No te preocupes, seguiré buscando,” añadió. Fue entonces cuando, al mirar hacia el otro lado del árbol, vio algo que brillaba. “¡Mira!” gritó, “¡aquí está tu nuez!”
La ardilla saltó de alegría. “¡Gracias, gracias, gracias! ¡Eres un gran amigo!” dijo mientras tomaba su nuez con sus pequeñas patas. Nico sonrió, sintiendo que había hecho algo bueno. “La amistad es importante,” pensó, “y ayudar a otros también lo es.”
La ardilla, agradecida, le ofreció a Nico una pequeña recompensa. “Por favor, acepta esta nuez como agradecimiento. Es especial,” dijo. Nico sonrió y aceptó la nuez. “Gracias, pero lo más importante es que ayudé a un amigo. Eso es lo que realmente importa.”
Cuando el sol comenzó a ponerse, Nico decidió que era hora de regresar a casa. “Debo contarles a todos sobre mi día y mi nuevo amigo,” pensó. Antes de irse, se volvió hacia la ardilla y le dijo: “Recuerda, siempre que necesites ayuda, puedes contar conmigo.” La ardilla asintió y respondió: “Y siempre que necesites un amigo, aquí estaré.”
Al regresar a casa, Nico se sentía feliz. Contó a su mamá sobre su aventura en el bosque y la ardilla. “Hoy aprendí que las palabras tienen poder. Solo quiero decir cosas bonitas,” le dijo a su mamá. Ella sonrió y lo abrazó. “Eso es muy sabio, Nico. Las palabras pueden hacer felices a los demás y también a nosotros mismos.”
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Nico pensó en todo lo que había aprendido. “Mañana jugaré más con el eco y diré cosas bonitas,” se prometió. Y así fue como Nico, el niño con oídos de superhéroe, decidió que siempre usaría sus palabras para hacer el bien.
El eco en el bosque se convirtió en su recordatorio. Cada vez que gritaba palabras alegres, sabía que estaban ayudando a otros a sentirse bien. Y cada vez que escuchaba a alguien decir algo feo, pensaba en cómo podía cambiar eso, convirtiendo lo negativo en algo positivo.
Con una sonrisa en el rostro, se quedó dormido, soñando con nuevas aventuras y con la promesa de seguir sembrando alegría a su alrededor. Y así, Nico no solo se convirtió en un gran amigo, sino también en un verdadero héroe de las palabras.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.