Cuentos de Valores

Palabras Mágicas para un Corazón Educado

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Era un hermoso día en el pequeño pueblo de Vallebrillante, donde el sol brillaba cálidamente y las flores lucían sus colores más vivos. En el centro del pueblo había un parque donde los niños solían jugar, y allí se encontraban Lucas, Julieta, Angelina, Rafaella y Luis. Todos eran grandes amigos y compartían aventuras cada día.

Lucas era un niño curioso y siempre estaba dispuesto a explorar. Julieta era la más risueña, su risa llenaba el aire de felicidad. Angelina, por su parte, era muy creativa y le encantaba contar historias. Rafaella era la más valiente del grupo, nunca se echaba para atrás ante un reto. Luis, aunque algo tímido, era un gran amigo que siempre tenía un consejo sabio que ofrecer.

Un día, mientras jugaban a las escondidas, encontraron un pequeño libro viejo y polvoriento bajo un árbol. Intrigados, se acercaron a inspeccionarlo. «¿Qué es esto?», preguntó Lucas, tocando la tapa del libro. Julieta sopló el polvo y salió un brillo mágico del libro que iluminó a todos.

«¡Es un libro de palabras mágicas!», exclamó Angelina, dejando que su imaginación volara. «Tal vez con estas palabras podamos hacer cosas increíbles». «O quizás encontrar un tesoro», añadió Rafaella, emocionada.

Decidieron abrir el libro y leer la primera página. En letras doradas, decía: «Las palabras tienen poder. Con amabilidad, puedes transformar el mundo». Todos miraron al libro con curiosidad. «¿Qué significa eso?», preguntó Julieta. «Hmm, tal vez debamos probarlo», sugirió Luis con su voz suave.

Así que, decididos a experimentar, los amigos comenzaron a usar palabras amables a lo largo del día. Al inicio, se encontraron con una anciana que estaba sentada en una banca del parque. «Hola, señora», dijo Rafaella, «qué bonito día, ¿verdad?». La anciana sonrió y respondió: «Sí, y ustedes son muy amables. Su sonrisa alegra mi día».

Los niños continuaron su paseo y se encontraron con un grupo de niños que se peleaban por un juguete. «¡Espermense!», grito Lucas, «no es necesario pelear. ¿Por qué no comparten el juguete?». Con esas sencillas palabras, los niños se miraron entre ellos y comenzaron a reír. «Tienes razón, es mejor jugar juntos», dijo uno de ellos.

La magia del libro parecía funcionar, y los amigos estaban cada vez más motivados. A medida que usaban más palabras amables, notaron que no solo alegraban a otros, sino que también se sentían bien al hacerlo. Julieta gritó de felicidad: «¡Esto es increíble! Nuestras palabras son como un abrazo que podemos compartir con todos».

En el camino a casa, se encontraron con un perrito perdido que estaba asustado y temblando. «Pobrecito», murmuró Angelina. «Tal vez podamos ayudarlo. ¡Vamos a decirle palabras bonitas!». Rafaella se acercó al perrito: «Hola, pequeño. No te preocupes, estamos aquí para ayudarte». Aunque el perrito estaba asustado, al oír la dulzura en la voz de Rafaella, se acercó cauteloso. «¿Quieres que te llevemos a casa?», continuó ella con una sonrisa.

Mientras los demás buscaban un collar o algún dato que los guiara, Luis comenzó a hablar con el perrito, nombrándolo «Amigo»: «Amigo, no temas. Te cuidaremos». Poco a poco, el perrito dejó de temblar y movió su cola. Los cinco niños se sintieron felices al ver que sus palabras tenía un efecto tan positivo.

Después de un rato, encontraron la dirección del dueño del perrito y lo llevaron a su casa. La señora que abrió la puerta tenía lágrimas en los ojos de la alegría. «¡Gracias, pequeños! Pensé que nunca lo volvería a ver», exclamó. «Ustedes han sido tan amables». El corazón de los niños se llenó de felicidad al ver que habían impactado la vida de alguien así.

Al final del día, todos se sentaron en la entrada del parque a jugar y recordar todo lo que había pasado. «¡Qué maravilloso fue todo!», dijo Julieta. «¡Las palabras mágicas realmente funcionan!». «Sí”, asentó Luis. «Pero no solo son mágicas, también son importantes. Las palabras amables hacen que las personas se sientan bien y hablan a sus corazones”.

Angelina se le ocurrió una idea. «¿Y si hacemos un club? Un Club de Palabras Mágicas, donde ayudemos a más personas a usar palabras amables». Todos estaban de acuerdo con entusiasmo, y así nació el club con las cinco reglas de oro: decir siempre gracias, por favor, disculpa, te quiero y eres especial.

Los amigos comenzaron a invitar a más niños al parque para compartir su descubrimiento y enseñarles el poder de las palabras. Cada tarde, más y más niños se unieron al club. A cada uno le dio la oportunidad de contar su historia y compartir palabras amables con los demás. El parque pronto se llenó de risas, alegría y sobre todo, un ambiente donde todos se sentían incluidos.

Al pasar los días, el pueblo de Vallebrillante se volvió un lugar más hermoso. Los vecinos eran más amables entre sí, incluso cuando alguien se enojaba, siempre recordaban que una palabra amable podía ayudar a calmar el malestar.

Un día, el grupo de amigos se sentó a reflexionar sobre todo lo que había ocurrido y Luis dijo: «Creo que el verdadero tesoro no es un objeto, sino el impacto positivo que podemos tener en los demás». Todos estuvieron de acuerdo. Ellos aprendieron que muy a menudo, las palabras que elegimos pueden alimentar la alegría y construir la amistad.

Esa noche, mirando las estrellas desde sus casas, cada uno de ellos sonrió al recordar el día maravilloso y por las palabras mágicas que habían decidido compartir. Así, los niños de Vallebrillante siguieron extendiendo su magia en forma de palabras, comprendiendo que, en el fondo, cada uno tiene el poder de hacer del mundo un lugar mejor.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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