Citlali vivía en un pequeño pueblo donde los días parecían repetirse, y su hogar, aunque modesto, estaba lleno de amor. Sin embargo, detrás de las paredes de su casa se ocultaba un oscuro secreto. Desde que tenía uso de razón, Citlali había sido testigo de la violencia que su padre, Pascual, ejercía sobre su madre, Mélanie. El sonido de los gritos y las discusiones llenaba el aire, y aunque la pequeña intentaba ignorar lo que sucedía, la realidad era innegable.
Citlali era una niña fuerte y valiente, pero a menudo se sentía impotente. Tenía dos hermanas: Judith, que era la mayor, y Fernanda, la más pequeña. Mientras Judith trataba de mantener la calma en casa, Fernanda vivía en su mundo de inocencia, ajena a lo que realmente sucedía. Citlali, por otro lado, había tomado el papel de protectora.
Una tarde, después de un día escolar, Citlali llegó a casa sintiéndose esperanzada. Había aprendido sobre la importancia del amor y el respeto en la clase de valores y estaba decidida a aplicar lo que había aprendido. Cuando entró, sin embargo, se dio cuenta de que las cosas estaban diferentes. El ambiente estaba tenso y sombrío, y el eco de las voces de sus padres resonaba en las paredes.
—No puedes seguir haciéndolo, Pascual. ¡Esto tiene que parar! —gritó Mélanie.
Citlali sintió que su corazón se aceleraba. La pelea era más fuerte de lo habitual, y cuando Fernanda apareció en la puerta, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—¿Qué pasa, Citlali? —preguntó, asustada.
—Todo estará bien, pequeña. Solo es una discusión —respondió Citlali, tratando de tranquilizarla.
Pero a medida que los gritos aumentaban, Citlali sintió que la angustia la invadía. Cuando vio que su padre levantó la mano hacia su madre, algo dentro de ella estalló. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ellos.
—¡Basta, papá! —gritó, interponiéndose entre ellos—. ¡No le hagas daño a mamá!
Pascual, sorprendido por la valentía de su hija, retrocedió un paso. En ese momento, se dio cuenta de que estaba a punto de cruzar una línea que no debería. El rostro de Citlali reflejaba tanto miedo como determinación, y eso hizo que su corazón se detuviera por un momento. Sin embargo, el alcohol que había estado consumiendo le nublaba la mente.
Cuando el golpe casi se produjo, Citlali sintió un dolor punzante en su mano, pero no se detuvo. Al ver a su hermana Judith acercándose con una expresión preocupada, supo que debía actuar.
—Papá, por favor, piénsalo. ¡Esto no es lo que quieres! —imploró Citlali.
Esa súplica pareció llegar a Pascual. Un instante de claridad lo atravesó, y en un momento de lucidez, dejó caer su mano y se dio cuenta del daño que había causado. Era como si un rayo de luz hubiera atravesado su oscuridad.
Después de ese día, Pascual se dio cuenta de que debía cambiar. La mirada de Citlali, llena de amor pero también de tristeza, se quedó grabada en su mente. Así que, decidido a enmendar sus errores, comenzó a buscar ayuda. Se inscribió en un programa de rehabilitación, entendiendo que debía dejar el alcohol y asumir su responsabilidad como padre.
Mélanie, aunque escéptica al principio, decidió darle una oportunidad. Sabía que no sería un camino fácil, pero también comprendía que el amor podía sanar las heridas. Citlali y sus hermanas lo apoyaron, aunque había días en que la duda y el miedo regresaban. Citlali aprendió a hablar sobre sus sentimientos, y a través de la terapia familiar, cada uno pudo expresar lo que había vivido.
—Papá, ¿cómo puedes hacer que todo vuelva a ser como antes? —preguntó Judith en una de las sesiones.
Pascual, con lágrimas en los ojos, respondió: —No puedo prometer que todo será perfecto, pero haré lo que sea necesario para ganarme su confianza. Solo quiero que sean felices.
Con el tiempo, los cambios comenzaron a notarse. Pascual se esforzaba por ser un mejor padre, y aunque había momentos de recaída, cada pequeño paso que daba lo llenaba de orgullo. Citlali y Fernanda, por su parte, aprendieron a comunicar sus sentimientos. Judith, la mayor, se convirtió en un apoyo fundamental para su padre, ayudándole a mantenerse en el camino correcto.
Un día, mientras jugaban en el parque, Citlali sintió una alegría que no había sentido en mucho tiempo. El sol brillaba y el aire estaba lleno de risas. Observó a su padre jugar con Fernanda y su corazón se llenó de esperanza.
—¿Crees que siempre seremos felices, Citlali? —preguntó Fernanda, mirando a su hermana con curiosidad.
—Sí, pequeña. Siempre que estemos juntos y nos cuidemos unos a otros —respondió Citlali, sonriendo.
La familia comenzó a tener noches de juegos y cenas en las que todos compartían sus días. Citlali se dio cuenta de que el amor y la comprensión podían superar incluso las experiencias más difíciles. La confianza se fue construyendo poco a poco, y Pascual aprendió a ser un padre presente.
En el colegio, Citlali se convirtió en defensora de los valores de la familia y la amistad. Comenzó a compartir su historia en charlas y talleres, animando a otros a hablar sobre sus problemas y a buscar ayuda. Su valentía inspiró a muchos, y comenzó a crear un grupo de apoyo para jóvenes que enfrentaban situaciones similares.
—Siempre hay una salida, aunque a veces parezca oscura —decía Citlali a sus compañeros—. El amor y el apoyo son las claves para salir adelante.
A medida que pasaron los años, la familia de Citlali se transformó en un ejemplo de resiliencia. Aprendieron a disfrutar de la vida y a valorar los momentos simples. Pascual, ahora un hombre renovado, se dedicó a ayudar a otros en la comunidad que enfrentaban luchas similares.
—La vida puede ser complicada, pero siempre hay lugar para el cambio —les decía a quienes buscaban ayuda.
Y así, la historia de Citlali se convirtió en un testimonio de esperanza. Aprendió que el valor no solo consiste en enfrentar el miedo, sino también en tener la fuerza de perdonar y seguir adelante. Su hogar, que una vez fue un lugar de miedo, se llenó de amor, risas y la promesa de un futuro mejor.
Con el tiempo, Citlali entendió que las cicatrices del pasado no desaparecen, pero pueden convertirse en recordatorios de cuán lejos se ha llegado. Y con cada paso que daban juntos como familia, construyeron un nuevo hogar lleno de amor y comprensión.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.