Era un día soleado en la escuela primaria del pueblo. Las risas y la algarabía de los niños llenaban el aire mientras corrían por el patio. Ana, una niña de ocho años, estaba especialmente emocionada porque ese día iba a presentar un proyecto muy importante sobre la epilepsia. Ana vivía con esta condición y había decidido compartir su experiencia con sus amigos para ayudarles a entenderla mejor.
En su clase, además de Ana, estaban Cecilia, Laura, Vanessa y Mónica, sus mejores amigas. Eran un grupo muy unido que siempre se ayudaba mutuamente en los estudios y en los momentos difíciles. Ese día, Ana había preparado una exposición con carteles, dibujos y un video explicativo que había hecho con la ayuda de su papá. Cuando el timbre sonó, todas las compañeras se sentaron en sus escritorios, ansiosas por escuchar lo que Ana tenía que compartir.
Ana, tomando aire profundo, comenzó su presentación: «Hola a todos, soy Ana, y hoy les voy a hablar sobre la epilepsia. Es una condición que tengo, y quiero que todos entiendan lo que significa». Mientras hablaba, sus amigas la miraban con admiración; valientes y decididas, estaban listas para aprender.
«A veces, las personas tienen ideas equivocadas sobre la epilepsia», continuó Ana. «Piensan que es algo malo o que no podemos hacer muchas cosas. Pero eso no es cierto. Con el tratamiento adecuado y cuidado, podemos vivir vidas normales». Su voz sonaba firme y segura, y sus compañeros la escuchaban con atención. Entre ellos, Mónica levanta la mano y pregunta: «¿Qué puedes hacer cuando te da un ataque?».
Ana respiró hondo, recordando la primera vez que tuvo un ataque en la escuela. «Cuando me da un ataque, mi cuerpo hace cosas que no puedo controlar. Es como si me durmiera de repente. Primero, mi amigo Roberto me ayuda a que no me lastime, y siempre están cerca mis maestras, porque saben qué hacer».
Con un gesto decidido, Ana mostró un cartel que decía «Lo que hacer en caso de un ataque»:
1. Mantén la calma.
2. Mueve cualquier objeto peligroso de alrededor.
3. Coloca algo suave bajo la cabeza de la persona.
4. Espera a que pase el ataque, que generalmente no dura más de un par de minutos.
5. Llame a un adulto.
Las compañeras la escuchaban con atención. Laura, curiosa, preguntó: «¿Pero duele?».
«No duele. Pero me siento un poco confundida después», explicó Ana. «A veces estoy muy cansada, y necesito descansar. Es importante que mis amigas y amigos me entiendan y no se asusten si esto pasa».
El salón de clases se llenó de interés y comprensión. Cada una de las amigas empezaba a entender la realidad de Ana y lo valioso que era conocer sobre su condición. Vanessa, siempre con una bonita sonrisa, exclamó: «¡Eres muy valiente, Ana! Estoy muy orgullosa de ti por compartir esto con nosotros».
Ana sonrió, sintiendo una ola de calidez en su corazón. La comprensión y el apoyo de sus amigas la hacía sentir segura. Pero, además de la alegría de hablar sobre su experiencia, Ana también quería hacer algo más. «Quiero hacer una actividad divertida para que todos aprendan sobre la amistad y cómo apoyarnos en los momentos difíciles», anunció, y sus amigas aplaudieron entusiasmadas.
Las cinco amigas se pusieron manos a la obra, creando un gran mural en el que iban a plasmar lo que habían aprendido sobre la epilepsia y cómo ser buenos amigos. Usaron pinturas de colores y muchas palabras inspiradoras. Así, llegaron a tener un collage que decía: “Así apoyamos a nuestros amigos”. Frases como «Escucha», «Sé paciente» y «No te asustes» adornaban el mural.
Mientras trabajaban, Mónica tuvo una idea brillante. «¿Qué tal si hacemos un juego de rol? Podemos actuar cómo ayudar a un amigo si tiene un ataque. Esto ayudará a todos a recordar los pasos que tenemos que seguir». A todas les pareció una idea genial, y comenzaron a prepararse para el gran día.
El siguiente miércoles, las cinco amigas invitaron a toda la clase a un evento especial. Tenían sorpresas preparadas y estaban muy emocionadas. El aula estaba llena cuando se presentó la actividad. Ana, con una gran sonrisa, explicó: «Hoy aprenderemos mediante un juego qué hacer si alguien tiene un ataque». Todos los niños escuchaban con atención. Un grupo de compañeros, curioso, quería participar de inmediato, y mientras se preparaban, Ana lideró la actividad.
Con la ayuda de sus amigas, Ana hizo una demostración. `Mira`, les dijo. «Si yo me caigo al suelo y empiezo a hacer movimientos extraños, lo primero que debemos hacer es mantener la calma». Algunos amigos miraban muy atentos; parecían nerviosos, pero confiaban en que aprenderían.
Hicieron una representación, uno de los chicos, Roberto, hizo de Ana mientras ella actuaba. Se mostró cómo colocar algo suave bajo la cabeza y mover objetos peligrosos. Las risas llegaron al aula cuando los estudiantes se daban cuenta de lo importante que era ayudar a un amigo. La siguiente parte de la actividad fue el verdadero desafío: ¡el juego de roles!
Los estudiantes pasaban a actuar en pares. Más de una vez, Ana se llenó de alegría al ver cómo sus amigos recordaban los pasos que habían aprendido. Todos estaban muy involucrados y había muchas risas en el aula. Laura incluso hacía bromas mientras representaba a un amigo confundido. Con cada acto, los estudiantes se iban dando cuenta de cómo era necesario apoyarse mutuamente en momentos complicados.
Cuando la actividad terminó, Ana miró a sus amigas y compañeritos con satisfacción. Habían aprendido juntos no sólo sobre la epilepsia, sino también sobre la importancia de ser buenos amigos. A ella le encantaba ver cómo todos se esforzaban por comprender y cuidar a los demás.
Justo cuando pensaban que todo había terminado, apareció un nuevo compañero en la clase. Se llamaba Julio y había llegado nuevo a la escuela. Tenía una mirada asustada, y cuando se enteró de lo que estaban haciendo, se acercó tímidamente. Ana, recordando lo que había sentido en su primer día, se acercó a él.
«Hola, Julio. Me llamo Ana, y estamos aprendiendo a ser buenos amigos. ¿Te gustaría unirte a nosotros?». Su voz amiga iluminó la cara del nuevo niño. «Sí, me gustaría», respondió con una sonrisa tímida.
Juntos empezaron a explicar todo lo que habían aprendido, y los niños aceptaron al nuevo compañero con entusiasmo. Ana se dio cuenta de que no sólo habían creado conciencia sobre la epilepsia, sino que también habían hecho un nuevo amigo en el camino. Julio comenzó a sentirse cada vez más cómodo y se unió al grupo.
La semana pasó rápido, y cada día el grupo de amigas se reunía después de clase para seguir creando su mural en la pared del aula y compartir nuevos juegos. Ana no podía estar más feliz. Había superado su temor de hablar sobre la epilepsia y había encontrado apoyo incondicional entre sus amigas y nuevos compañeros.
Finalmente, el día de la exhibición llegó. Todo el colegio fue invitado a ver la exposición que habían preparado. La emoción invadió a Ana cuando vio a sus profesores, amigos de otras clases y a la directora. Con su mural de colores vibrantes y mensajes significativos, sabían que era el resultado de un valiente esfuerzo colectivo.
Ana se sintió reconocida no sólo por su valentía al compartir su historia, sino por lo valioso de la amistad y la comprensión que habían cultivado en su grupo. El evento fue un éxito, y la directora de la escuela dio un pequeño discurso sobre la importancia de ser tolerantes y empáticos.
En su corazón, Ana comprendió que su condición era sólo una parte de lo que era, y que tenía el apoyo de sus amigas y compañeros. «La verdadera magia de un día diferente en la escuela», pensó, «no es solo hablar de lo que me pasa, sino que todos aprendemos a ser mejores amigos».
Al final del día, Ana sonrió y abrazó a sus amigas, sabiendo que habían recorrido un largo camino juntas. La amistad, el respeto y la empatía eran los verdaderos protagonistas de su historia, y eso era el mejor aprendizaje que podían llevarse a casa.
Desde aquel día en adelante, se aseguraron de que cada nuevo estudiante tuviera una cálida bienvenida y nunca olvidaran que, comprender y ayudar a un amigo, era un valor aún más hermoso que todas las enseñanzas del aula. La alegría de ser amigos, la disposición para entender y ayudar al otro, sentaron las bases de una comunidad unida y amorosa en la que todos se sentían seguros y queridos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.