En un pequeño pueblo lleno de colores vibrantes y animales felices, vivía una niña llamada Yo. Ella era una niña curiosa y llena de energía. Tenía dos mejores amigas que eran muy especiales: Sandy y Beba. Sandy era una perrita juguetona de pelaje amarillo y ojos brillantes, mientras que Beba era una hermosa perra de pelaje blanco como la nieve. Ambas eran guardianes de Yo y siempre estaban a su lado, listas para vivir nuevas aventuras.
Un día soleado, mientras Yo jugaba en el jardín, notó que algo extraño sucedía. Se escuchaban ruidos raros que venían del bosque cercano. Sandy y Beba, que siempre estaban atentas, se acercaron a ella moviendo sus colas. “¿Qué será eso?”, preguntó Yo con un tono de curiosidad. Sandy ladro suavemente, como si dijera que juntas podían averiguarlo.
Decidieron aventurarse hacia el bosque. Con cada paso que daban, el ruido se hacía más fuerte. Al llegar a un pequeño claro, se encontraron con un perro gigante, de pelaje marrón y con una mirada triste. “Hola”, dijo el perro, “me llamo Ñaña, y estoy muy triste porque he perdido a mi dueña”. Sus ojos grandes y lagrimosos hicieron que el corazón de Yo se sintiera apachurrado. En ese momento, decidió que debía ayudar a Ñaña.
“¿Dónde la viste por última vez?”, preguntó Yo, mientras Sandy y Beba se acomodaban a su lado, mostrando su apoyo. “Fue cerca del lago, pero yo me perdí y no he podido volver. Ahora estoy solo”, respondió Ñaña con un susurro.
“¿Y si vamos juntas a buscarla?”, sugirió Beba, moviendo su cola con esperanza. Sandy ladró emocionada, y Yo asintió. “¡Sí! ¡Vamos a encontrar a tu dueña, Ñaña!”.
Así, los tres amigos y Ñaña caminaron juntos hacia el lago. En el camino, Yo les dijo que ayudarse entre amigos era muy importante y que, aunque Ñaña se sintiera triste en ese momento, nunca debía perder la esperanza. Ñaña escuchó atentamente las palabras de Yo y sintió un poco de alegría al saberse respaldado por nuevos amigos.
Cuando llegaron al lago, el lugar era hermoso. El sol brillaba en el agua como si mil estrellas estuvieran bailando sobre la superficie. “Mira a tu alrededor, Ñaña. ¿Ves a tu dueña?”, preguntó Sandy, mientras olfateaba el aire. Ñaña miró con atención, pero no vio a nadie que le pareciera familiar. Un soplo de tristeza volvió a envolvérselo. “Tengo miedo de no volver a verla”, soltó un susurro triste.
Yo se sentó junto a Ñaña y le acarició la cabeza. “A veces, cuando las cosas se sienten difíciles, tenemos que recordarnos a nosotros mismos que no estamos solos. Aunque ahora no la veas, eso no significa que no esté cerca. La esperanza es como un puente que une nuestros corazones aunque estén lejos”, dijo con una sonrisa.
Las palabras de Yo resonaron con Ñaña, que se sentía un poco más confiado. “Gracias, pequeña amiga. Es verdad, debo creer que la veré de nuevo”, dijo con un brillo renovado en sus ojos.
Entonces, Sandy tuvo una idea brillante. “¡Podríamos hacer ruido para que tu dueña escuche y venga!”, propuso. Así que todos se pusieron a ladrar, aullar y hacer ruidos alegres. Siguieron brincando y corriendo alrededor del lago. “¡No se rindan! ¡Miren cuánta diversión estamos teniendo!”, gritó Beba, contagiando su alegría a los demás.
Después de un rato de hacer ruido, de repente, una figura apareció a lo lejos. Ñaña se quedó inmóvil y sus ojos se iluminaban. Era su dueña, una mujer de cabello rizado y sonrisa cálida. “¡Ñaña, cariño! ¡Te he estado buscando!”, gritó ella con amor. Ñaña corrió hacia ella, moviendo su cola con tanta fuerza que parecía que iba a despegar.
La dueña abrazó a Ñaña con todo su corazón y dijo: “¡Nunca olvides que siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase!” Ñaña ladró de felicidad y se dio cuenta de que su dueña siempre lo había llevado en su corazón, así como él la llevaba a ella.
Yo, Sandy y Beba observaron la conmovedora reunión desde un lado. Se sintieron felices de que Ñaña hubiera reencontrado a su dueña, y también se sintieron especial por haberlo ayudado. “Hicimos un buen equipo”, dijo sandy, saltando de alegría.
“Sí, juntos somos más fuertes. Y hemos aprendido algo valioso hoy”, añadió Beba.
“Así es”, dijo Yo. “La amistad, la esperanza y el amor son los mejores puentes que podemos construir para ayudar a otros”.
Ñaña se volvió a sus nuevos amigos y les agradeció con la mirada, mientras su dueña acariciaba su cabeza. “Estoy seguro de que nunca hubiera encontrado a mi dueña sin ustedes. Son amigos maravillosos”.
La tarde avanzó mientras los cuatro amigos compartían risas y muchos juegos alrededor del lago. Cada uno había aprendido algo especial aquel día: la importancia de la amistad, la fuerza de la esperanza y cómo cada corazón puede ser un puente de amor. Y así, en la calidez del sol, comenzaron nuevas aventuras, sabiendo que siempre estarían ahí unos para otros.
Al final del día, mientras se despedían, Yo sintió una gran felicidad en su corazón. Así se dieron cuenta de que los lazos de amistad son como ese puente que conecta corazones y que, juntos, siempre podían superar cualquier desafío que se presentara en su camino. Con un último ladrido y un gran abrazo, prometieron seguir construyendo su puente de amor y amistad por siempre.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Fuerza de la Familia Unida
Darío y su Gran Aventura al Baño
En el Corazón de la Disciplina, la Obediencia que Nos Hace Libres
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.