En una escuela muy bonita, llena de colores, risas y juegos, había un grupo de niños que cada día aprendían cosas nuevas con su maestra, la Maestra María. Ella era una persona muy cariñosa, con una sonrisa que iluminaba todo el salón, y siempre tenía historias especiales para contar. Un día, cuando el sol brillaba y los pájaros cantaban alegres, la Maestra María llegó con una sorpresa muy especial para sus alumnos: un semáforo de comportamiento.
El semáforo no era de verdad, sino un cartel grande con tres colores: rojo, amarillo y verde. Cada color tenía un significado diferente, y la maestra les explicó que los usarían para ayudarse a recordar cómo comportarse bien en la escuela y en la vida. Los niños escuchaban atentos, con los ojos muy abiertos, porque no entendían bien qué era eso del semáforo de comportamiento.
—Escuchen, amiguitos —dijo la Maestra María sonriendo—. Este semáforo va a ser nuestro amigo para ayudarnos a ser responsables y a cuidar nuestras acciones.
— ¿Qué quiere decir “responsables”? —preguntó con curiosidad Eduardo.
—Ser responsables es hacer lo que debemos hacer, como recoger nuestros juguetes, escuchar a los demás, y cuidar a nuestros amigos —explicó la maestra—. Cuando somos responsables, todos estamos más contentos y más seguros.
Luego les explicó qué significaba cada color del semáforo:
—El color **verde** significa que estás haciendo lo correcto, que estás siendo responsable y amable. El **amarillo** quiere decir que hay que tener cuidado porque tal vez no estamos siendo del todo responsables y tenemos que pensar bien antes de actuar. Y el **rojo** significa que hemos hecho algo que no está bien, y debemos corregirlo para aprender y mejorar.
Los niños miraban el semáforo con mucha atención. La Maestra María les dijo que, a partir de ese día, usarían el semáforo para reflexionar cada mañana y cada tarde sobre su comportamiento. Si uno se portaba muy bien, su nombre estaría en verde, para recompensar sus actos responsables. Si había algo que mejorar, estaría en amarillo o rojo, dependiendo de lo que pasara.
Eduardo, Melisa, Carlos y Dominik estaban muy emocionados por esta idea, pero un poco nerviosos también. Querían saber si a ellos les iría bien con el semáforo. ¿Serían capaces de ser responsables? La maestra les dijo que todos podían lograrlo, solo que debían pensar y aprender de sus errores.
Al siguiente día en la escuela, cada niño comenzó a tratar de portarse bien para que su nombre estuviera en verde. Melisa ayudó a recoger los lápices después de la clase de arte. Carlos compartió sus crayones con sus compañeros. Eduardo escuchó atentamente cuando alguien hablaba, y Dominik guardó silencio mientras la maestra explicaba una historia. Todos estaban felices.
Pero, como en toda aventura, también hubo momentos difíciles. Un día, mientras jugaban en el patio, Eduardo decidió tomar sin permiso el balón de Carlos. Carlos se puso triste y dijo:
—Eduardo, eso no está bien. Me gustaría que me pidieras permiso la próxima vez.
Eduardo se sintió un poco mal, pero no entendía del todo por qué había hecho algo malo. Cuando los niños volvieron al salón, la Maestra María les preguntó qué había pasado.
Eduardo contó lo que hizo y la maestra sonrió con calma.
—Tener la responsabilidad de respetar las cosas de los demás es muy importante —explicó—. Cuando no lo hacemos, alguien puede sentirse triste o enojado. Por eso, nuestro semáforo nos ayuda a recordar que debemos pensar antes de actuar.
Ese día, el nombre de Eduardo estuvo en amarillo. No era un color malo, era una señal para recordar que podía mejorar sus decisiones. Eduardo pensó mucho en eso y decidió que la próxima vez sería más cuidadoso.
No muy lejos, Melisa también tuvo un momento complicado. Durante la hora del cuento, no quiso compartir el libro con Dominik. Dominik quería leerlo, pero Melisa decía que era suyo y que no quería prestarlo.
La maestra vio lo que pasaba y se sentó con ellos para hablar.
—¿Sabían que compartir es una forma muy importante de ser responsables con nuestros amigos? —dijo la Maestra María—. Cuando compartimos, demostramos que nos importan los demás y también ayudamos a que todos aprendan y sean felices.
Melisa pensó y luego dijo:
—Perdón, Dominik. No quería enojarte. Puedo compartir el libro contigo.
Entonces Dominik sonrió y juntos leyeron la historia. En ese momento, Melisa aprendió que ser responsable también es cuidar de los sentimientos de los demás.
Al día siguiente, Carlos notó que su amigo Dominik no estaba prestando atención en clase. Dominik jugaba con una pelota pequeñita y se distraía mucho. Cuando la Maestra María le preguntó si entendía la lección, Dominik respondió que no.
—Dominik, ser responsable también significa poner atención cuando nos enseñan cosas nuevas —dijo la maestra suavemente—. Si no lo hacemos, después tendremos dificultades y tal vez nos perdamos cosas importantes.
Dominik se sintió triste, pero comprendió que debía esforzarse más. Al final, el semáforo le mostró un color amarillo, para recordarle que podía hacerlo mejor.
En ese momento, Carlos decidió ayudar a Dominik. Le dijo:
—Vamos a estudiar juntos después de la escuela, yo te ayudo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.