Pedro tenía un perro muy especial llamado Max. Max era un perrito lleno de energía, con el pelito marrón y unos ojitos brillantes que siempre parecían decir “¡Vamos a jugar!”. Pedro y Max eran los mejores amigos del mundo y juntos vivían aventuras maravillosas cada día.
Una mañana soleada, Pedro se despertó muy temprano. Se asomó por la ventana y vio que el sol brillaba fuerte y el cielo estaba azul, sin ni una sola nube. “¡Hoy será un día perfecto para jugar con Max!”, pensó. Bajó las escaleras rápidamente y llamó a Max, que estaba en su camita dormido. “Max, ¡levántate! Vamos a salir a explorar.” Max movió la cola y brincó contento. Sabía que cuando Pedro decía eso, siempre esperaba algo divertido.
Pedro puso su gorra roja y tomó una mochila pequeña donde guardó una botella de agua, una manzana y unas galletas. Max, por su parte, llevaba su collar azul que tenía una plaquita con su nombre. Salieron juntos de la casa, saludaron a la vecina doña Carmen, que siempre cuidaba las flores de su jardín, y se dirigieron al parque que estaba cerca.
El parque era un lugar mágico para los dos. Había árboles grandes que daban sombra, un lago pequeño con patos que nadaban tranquilos y muchos caminos para correr y explorar. Pedro y Max llegaron al parque y lo primero que hicieron fue ir a la zona de juegos. Pedro se subió al columpio y Max corría alrededor feliz, intentando atrapar las hojas que el viento movía.
Después, Pedro decidió que quería mostrarle a Max un lugar especial que había descubierto la semana pasada. Le explicó que había un árbol muy grande, con una casita de madera en sus ramas. “Cuando subamos, podremos ver todo el parque desde arriba”, dijo emocionado. Max ladró como si entendiera y comenzó a caminar siguiendo a Pedro.
Cuando llegaron al árbol, Pedro empezó a escalar con cuidado. Max se quedó abajo, moviendo la cola y mirando para arriba con sus ojos grandes y atentos. Pedro llegó a la casita y desde ahí podía ver a Max, a las personas en el parque y hasta algunas aves volando. “Max, ven a verte desde aquí”, gritó Pedro. Pero Max no podía subir, así que Pedro decidió bajar para seguir la aventura juntos.
Juntos caminaron hacia el lago, donde vieron varios patitos. Pedro le dio a Max un pedacito de manzana, y Max lo olió con curiosidad antes de probarlo. “¡Te gusta!”, dijo Pedro sonriendo. De repente, algo llamó la atención de Max: un conejito blanco que saltaba escondiéndose entre las flores del jardín. Max se acercó despacio para no asustarlo. Pedro lo siguió, disfrutando de cómo Max trataba de ser cuidadoso. El conejito estaba tan tranquilo que hasta Pedro pudo verlo bien. Max ladró suavemente para saludarlo y el conejito pareció entender y se quedó allí sin miedo.
Después del “encuentro” con el conejito, Pedro y Max continuaron caminando hacia una colina pequeña. Pedro quería demostrarle a Max algo más. “Espérate, Max, aquí arriba verás algo muy lindo”. Subieron hasta la cima y desde allí podían ver todo el parque y mucho más allá. El viento soplaba fresco y los dos se sentaron a mirar el paisaje. Max puso su cabeza sobre las piernas de Pedro, y Pedro sonrió porque se sentía muy feliz.
Entonces, Pedro le contó a Max un secreto que solo sus mejores amigos sabían: “Max, tú eres mi mejor amigo porque siempre estás conmigo, me haces reír, y nunca me dejas solo. Contigo, cada día es una aventura”. Max lamió la mano de Pedro y ladró contento, como diciendo “yo también te quiero mucho, Pedro”.
Cuando empezó a bajar el sol, Pedro y Max se dieron cuenta de que era hora de regresar a casa. Mientras caminaban, se encontraron con su amiga Sofía, una niña que vivía en la misma calle y que tenía una tortuga llamada Tuga. Sofía les dijo: “¡Hola, Pedro! ¡Hola, Max! ¿Quieren venir a jugar en mi jardín? Tengo muchas flores y una casita para mis juguetes”. Pedro y Max aceptaron muy felices. Jugaron todos juntos hasta que las sombras se hicieron largas y el cielo empezó a pintar colores naranja y rosa.
Antes de despedirse, Sofía les regaló una flor amarilla a cada uno. “Para que siempre recuerden la amistad”, dijo con una sonrisa. Pedro le agradeció mucho y Max movió la cola mostrando su alegría.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.