En una acogedora sala con cortinas color pastel y cojines suaves, cinco señoras adultas mayores se sentaron alrededor de una mesa blanca, cubierta con un mantel bordado a mano y decorada con flores frescas en un jarrón de cerámica. El aroma del café recién hecho impregnaba todo el ambiente, invitando a la charla amable y los recuerdos dulces. Carolina, Ivonne, Zulema, Marisa y Nonnin se habían reunido como cada martes por la tarde, un ritual que mantenían desde hacía ya varios años para compartir historias, reírse y, sobre todo, recordar tiempos pasados. Sin embargo, ese día sentían la ausencia de otras cuatro amigas muy queridas: Betty, Fabiana, Marta y Raquel, quienes no pudieron acompañarlas por diferentes razones, pero que aún vivían muy presentes en sus corazones.
Carolina, con su voz cálida y un suave tono ácido de nostalgia, comenzó a relatar: «¿Recuerdan cuando Dejó de llover de noche, en aquel verano de nuestros veinte años? Fabiana y yo solíamos escapar después de cenar para caminar por el parque, hablando sin parar bajo la luz de las farolas. Era nuestra manera de olvidar un poco la rutina y soñar en voz alta. ¡Qué tiempos aquellos, llenos de aventuras y corazones jóvenes! A veces extraño tanto esa sensación de libertad.»
Ivonne, que siempre tenía una sonrisa lista para reforzar los cuentos, añadió: «¡Ay, sí! Y hablando de correr sin rumbo, ¿se acuerdan cuando Betty nos convenció de ir a la playa en aquel autobús viejo que casi se desarma? Terminamos cantando canciones tontas y haciendo competencias a ver quién podía sostenerse de pie mientras el chofer tomaba las curvas. México era tan diferente entonces, pero también tan especial. A veces pienso que esas risas nos hicieron amigas para toda la vida.»
Zulema, con sus ojos brillantes y una energía contagiosa, intervino: «Yo recuerdo especialmente las tardes en que Marta nos enseñaba a bailar canción por canción. Ella tenía un ritmo tan natural que no podíamos evitar movernos a su lado. Aunque ahora ella no pudo venir, siento su presencia aquí, conmigo, como si aún estuviera girando con el sonido del mariachi. ¡Me encantaría que ella y Raquel pudieran estar aquí para bailar un poco como cuando éramos jóvenes!»
Marisa, la más reflexiva del grupo, tomó un sorbo de su taza y dijo: «Estos momentos me hacen pensar en lo valioso que es mantener viva nuestra amistad. Nonnin siempre trae ese cuaderno lleno de fotos antiguas y cartas que intercambiamos, y parece que desde esas páginas surge toda nuestra historia juntas. Sin esas memorias, tal vez olvidaríamos lo mucho que nos hemos apoyado, no solo en la juventud, sino en cada etapa de la vida.»
Nonnin, con el cabello plateado recogido en un moño suave, abrió su cuaderno en una página donde aparecían todas juntas durante una excursión al campo. «Aquí estábamos en el cumpleaños de Raquel, en aquella casita que alquilamos entre árboles y flores. ¡Qué día tan alegre! Cada una con una sonrisa de oreja a oreja, celebrando la amistad y la vida. Aunque la edad cambie muchas cosas, lo que vivimos en esos años nos une como un hilo invisible que nunca se rompe.»
Las cinco amigas siguieron hablando, compartiendo anécdotas de sus primeras fiestas, las travesuras que hicieron cuando se escapaban de la escuela, los primeros amores que les robaron el aliento y las lágrimas que juntas secaron en momentos difíciles. Hablaron sobre sus sueños, sobre cómo imaginaron sus vidas cuando eran adolescentes y cómo esas imaginaciones resultaron, en algunos casos, muy distintas de la realidad, pero siempre mejores gracias a la compañía de las demás.
Carolina recordó cuando ella sola se atrevió a entrar a un concurso de poesía, porque Marisa le había dado ánimo con esas palabras que calaban profundo: «La amistad es la tinta que le da vida a nuestras historias.» Ivonne contó cómo Betty le enseñó a cocinar su primer pastel de cumpleaños, y Zulema recordó la vez que Fabiana organizó una sorpresa para el cumpleaños de Marta, aunque ella misma normalmente sería la que prefería no llamar la atención.
El café se enfriaba lentamente, pero no importaba. La sala se llenaba con risas, suspiros y miradas llenas de cariño. Las cinco amigas no solo compartían recuerdos, también sentían la compañía invisible de aquellas amigas que por circunstancias no podían estar presentes. Raquel, quien estaba recuperándose de una operación, envió un mensaje que Nonnin leyó en voz alta para que todas pudieran escucharlo: «Queridas amigas, está claro que ninguna distancia puede separarnos realmente. Aunque este martes no esté con ustedes, las llevo en mi corazón, recordando cada uno de esos momentos que nos han hecho tan fuertes juntas.»
Ivonne, tocando suavemente la mano de Nonnin, dijo: «¿Se han dado cuenta de que a pesar de los años, cuando nos juntamos, volvemos a ser las mismas jóvenes traviesas y soñadoras que alguna vez fuimos? La amistad no envejece, solo se hace más profunda.»
El atardecer comenzó a colarse por la ventana y la luz cálida transformó la sala en un rincón de paz y esperanza. Las cinco mujeres se miraron con gratitud y decidieron que el siguiente encuentro sería con Betty, Fabiana, Marta y Raquel, porque las amistades verdaderas se nutren con la presencia, el cariño y el tiempo compartido.
Antes de despedirse, Carolina propuso algo que les llegó al corazón: «¿Y si hacemos un libro con todos nuestros recuerdos? Podremos escribir nuestras historias para que las futuras generaciones comprendan lo hermoso que es tener amigas que están contigo, en las risas y en las lágrimas.»
Zulema aplaudió la idea, Marisa se ofreció a escribir las anécdotas, Ivonne pensó en incluir dibujos y fotos, y Nonnin prometió guardar cada historia que pudiera encontrar para enriquecer aquel libro especial. Fue así como el grupo de amigas no solo renovó la promesa de seguir reuniéndose, sino también la ilusión de crear un legado de amistad que ninguno del mundo podrá borrar.
Esa tarde terminó con abrazos cálidos y una certeza clara: el café se ha tomado antes, pero jamás con un ingrediente tan dulce como la compañía de amigas que comparten su vida, sus recuerdos y el deseo firme de nunca perderse, a pesar del paso del tiempo.
Y así, entre risas, nostalgias y planes de continuar con aquel libro de historias, las cinco amigas, Carolina, Ivonne, Zulema, Marisa y Nonnin, comprendieron que la verdadera magia de la amistad radica en guardar vivo, dentro del corazón, a quienes amamos y extrañamos todos los días, sin importar la distancia ni los años que pasen. Porque una amiga siempre será un lugar seguro al que regresar cuando el mundo se vuelve un poco más difícil o un poco más alegre.
Al final, la amistad no es solo lo que hacemos cuando estamos juntas, sino ese lazo invisible que las une, más allá del espacio y el tiempo, haciendo que el recuerdo de Betty, Fabiana, Marta y Raquel se transforme en un abrazo eterno que las acompaña en cada reunión, en cada taza de café, y en cada historia que se cuenta con amor.
Y esa, chicas y chicos, es la magia verdadera de la amistad: estar siempre ahí, aunque no siempre podamos estar juntos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.