En un soleado día de verano, Lucas, Nicolás y su fiel perro Zac se encontraron al frente de su nueva casa en el campo. La casa era grande y blanca, con ventanas que brillaban bajo el sol y un jardín que parecía un mar de flores de todos colores. Los dos hermanos se miraron con una mezcla de nervios y emoción. Hoy comenzaba una nueva etapa en sus vidas, llena de aventuras que aún no podían imaginar.
Lucas tomó de la mano a Nicolás y juntos, con Zac correteando alrededor, empezaron a explorar el jardín. Había árboles tan altos que parecían tocar el cielo y flores tan coloridas que dibujaban arcoíris en la tierra. El aroma de la naturaleza llenaba el aire y hacía que los corazones de los niños latieran con más fuerza por la emoción.
Pronto llegó el primer día de colegio en su nueva escuela. Lucas, siempre el más valiente, guiaba a Nicolás, quien se aferraba a su mochila con una mezcla de timidez y curiosidad. Al llegar, fueron recibidos por una señora muy amable, la maestra Ana, quien los introdujo a su nueva clase. Los ojos de los niños se abrieron de par en par al ver tantos niños de su edad, todos con sonrisas amistosas.
Lucas y Nicolás no tardaron en hacer amigos. Durante el recreo, un grupo de niños los invitó a jugar al fútbol, y Zac, que los había acompañado a la escuela, se convirtió rápidamente en la mascota del equipo. Risas y gritos de júbilo llenaban el aire mientras corrían tras la pelota, con Zac adelantándose a todos con su velocidad de galgo.
Con el pasar de los días, los hermanos descubrieron más maravillas de su nuevo hogar. Atrás de la casa encontraron un pequeño bosque donde los árboles formaban túneles de hojas y las sombras jugaban en el suelo. Lucas, Nicolás y Zac pasaban horas allí, inventando historias de caballeros y dragones, de princesas valientes y reinos lejanos.
Un día, mientras exploraban una parte del bosque que aún no conocían, encontraron un viejo roble que tenía un hueco lo suficientemente grande para que ambos niños entraran. Dentro del árbol, encontraron un viejo cofre de madera. Con manos temblorosas y ojos llenos de asombro, Lucas y Nicolás abrieron el cofre para descubrir un montón de juguetes antiguos y un mapa desgastado que mostraba más secretos del bosque.
Decidieron seguir el mapa al día siguiente. Cada marca los llevaba a un nuevo descubrimiento: un estanque escondido donde patos nadaban tranquilamente, una colina desde donde se veía todo el valle, y un viejo puente colgante que cruzaba un riachuelo murmurante. Zac corría feliz entre los niños, siempre vigilante y listo para jugar o proteger a sus amigos.
Con cada aventura, Lucas y Nicolás aprendieron a amar más su nuevo hogar. Aprendieron también sobre la amistad, el valor de cuidar uno del otro y de la naturaleza que los rodeaba. Al final de cada día, regresaban a casa cansados pero felices, con historias que contar y sueños que compartir.
La vida en la casa del campo les enseñó que cada lugar tiene sus secretos y maravillas, esperando ser descubiertos. Y mientras Lucas y Nicolás miraban las estrellas desde el jardín de su casa, sabían que la mayor aventura de todas era crecer juntos, en un mundo que les ofrecía cada día algo nuevo para aprender, amar y proteger.
Y así, entre juegos y risas, los días en el campo se convirtieron en recuerdos que guardarían por siempre en sus corazones, forjando un lazo indestructible no solo entre ellos, sino con cada amigo y cada rincón de su maravilloso nuevo mundo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.