En un rincón tranquilo del parque de juegos, Juan observaba a los otros niños correr y reír. A sus ocho años, Juan se sentía diferente. Sus días en la escuela eran largos y solitarios, y aunque intentaba unirse a los juegos, algo siempre lo detenía. Sobre todo, le preocupaba Carlo, un niño que solía burlarse de él, lo que hacía que Juan quisiera esconderse del mundo.
Una tarde, mientras Juan se sentaba bajo su árbol favorito, cerró los ojos y deseó no sentirse tan solo. No sabía que alguien escuchaba sus deseos: Marta, un hada de los sueños enviada para ayudar a los niños que, como Juan, necesitaban encontrar su camino hacia la felicidad.
Marta, con su vestido de luz y sus alas que brillaban con mil colores, apareció frente a Juan y, con una voz tan suave como el viento, le dijo: «Juan, he venido para ayudarte a encontrar la alegría en la amistad. Puedes pedirme tres deseos, y haré todo lo que esté en mi poder para concedértelos.»
Sorprendido pero emocionado, Juan pensó en todas las cosas que podría pedir. Con una sonrisa, dijo: «Me gustaría una hamburguesa tan grande como un carro.» En un abrir y cerrar de ojos, Marta movió su varita mágica y, ante Juan, apareció una gigantesca hamburguesa con ruedas. Juan rió con ganas, una risa que no había sentido en mucho tiempo.
Luego, más serio, Juan miró hacia donde Carlo jugaba con otros niños. «Mi segundo deseo,» empezó Juan, «es que Carlo tenga una familia muy feliz y que deje de burlarse de mí. Quiero que podamos ser amigos.»
Marta asintió y con un gesto elegante de su varita, esparció un brillo mágico hacia Carlo. Al instante, la expresión en el rostro de Carlo cambió. Su sonrisa se volvió más cálida y, por primera vez, no había burla en sus ojos.
El último deseo de Juan fue el más importante para él. «Deseo que todos los niños en la escuela puedan ser amigos y jugar juntos, sin sentirse tristes o solos.»
Con un giro final de su varita, Marta envolvió la escuela en una luz dorada. Al día siguiente, Juan notó un cambio: los niños estaban más amables y abiertos. Invitaciones para jugar no tardaron en llegar, y Juan se encontró riendo y corriendo con nuevos amigos que realmente disfrutaban su compañía.
Carlo, en particular, se acercó a Juan durante el recreo. «Hola, Juan. ¿Te gustaría unirte a nosotros en el juego de pelota?» preguntó, con una sinceridad que Juan nunca había visto en él.
Feliz y un poco asombrado, Juan aceptó. Juntos, descubrieron que tenían mucho en común, y Carlo se disculpó por haber sido cruel antes. «Estaba triste por cosas en casa,» confesó Carlo, «pero ahora me siento mucho mejor. Gracias por desear que fuera feliz.»
Los días en la escuela se volvieron brillantes y llenos de risas. Juan ya no se sentía solo y había aprendido una valiosa lección sobre la compasión y la amistad. A veces, un pequeño acto de bondad puede cambiar todo un mundo.
Marta observaba desde lejos, su corazón lleno de alegría al ver a Juan y sus nuevos amigos. Sabía que su trabajo aquí estaba hecho, pero siempre estaría cerca, lista para esparcir su magia a aquellos que, como Juan, solo necesitaban un poco de ayuda para encontrar su felicidad.
Y así, con cada nuevo día, Juan encontraba más razones para sonreír, sabiendo que el mundo era un lugar lleno de posibilidades y que la amistad era el más mágico de todos los tesoros.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.