Cuentos de Amistad

El Día que Pepito se Perdió

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Luchita era una niña de 10 años, con una sonrisa tan brillante como el sol y una imaginación que no conocía límites. Desde que era pequeña, tenía un amigo inseparable: un perrito de peluche llamado Pepito. Pepito era pequeño, de color marrón con orejas caídas y un lazo rojo alrededor del cuello. Para Luchita, Pepito no era solo un peluche; era su confidente, su compañero de aventuras y, sobre todo, su mejor amigo.

Un sábado por la mañana, Luchita y su familia decidieron ir a pasar el día al parque. Era un día soleado, con el cielo despejado y una brisa suave que hacía que las hojas de los árboles bailaran al compás del viento. Luchita, como siempre, llevaba a Pepito bajo el brazo. No podía imaginar un día de diversión sin él.

El parque estaba lleno de vida: niños corriendo, familias haciendo picnics y personas paseando a sus perros. Luchita estaba emocionada, pues le encantaba el parque, y más aún si podía explorar cada rincón con Pepito a su lado. Su mamá extendió una manta sobre la hierba y sacó algunos bocadillos mientras Luchita corría hacia el área de juegos.

«¡Vamos, Pepito, será divertido!», exclamó Luchita mientras se dirigía al tobogán. Subió las escaleras rápidamente y, con Pepito en sus manos, se lanzó por el tobogán riendo a carcajadas. Después de un par de veces bajando por el tobogán, Luchita decidió ir a los columpios. Se sentó en uno de ellos y empezó a balancearse, más y más alto. Pepito, como siempre, estaba con ella, apretado contra su pecho.

Después de un rato, Luchita vio a un grupo de niños jugando a la pelota y decidió unirse a ellos. Dejó a Pepito en un banco cercano para que «descansara» mientras ella corría hacia el grupo. El juego de pelota fue divertido y absorbió tanto a Luchita que perdió la noción del tiempo.

Cuando el juego terminó, Luchita se despidió de los otros niños y fue a buscar a Pepito. Pero cuando llegó al banco, su corazón dio un vuelco. ¡Pepito no estaba allí! Miró alrededor, bajo el banco, y en los alrededores, pero no había ni rastro de su amado perrito de peluche.

Luchita empezó a sentir una opresión en el pecho. La desesperación comenzó a crecer en su interior. Corrió hacia su mamá, que estaba sentada en la manta, leyendo un libro. «¡Mamá, mamá! ¡Pepito no está! ¡Lo he perdido!», exclamó con la voz temblorosa.

Su mamá, al ver la angustia en el rostro de Luchita, dejó el libro de inmediato y la abrazó. «Tranquila, Luchita, vamos a buscarlo. Estoy segura de que debe estar por aquí cerca», le dijo en un tono calmado, tratando de tranquilizarla.

Juntas, empezaron a buscar por todo el parque. Fueron primero al área de juegos, preguntando a los niños si habían visto a un perrito de peluche. Ninguno lo había visto. Luego, revisaron cada banco, cada rincón, pero Pepito no aparecía. Luchita no podía evitar que las lágrimas empezaran a correr por sus mejillas. Sentía como si hubiera perdido una parte de sí misma.

Pasaron las horas, y aunque Luchita y su mamá buscaron por todo el parque, Pepito no apareció. Finalmente, el sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. La mamá de Luchita, con una mirada llena de tristeza, le dijo: «Luchita, cariño, creo que es hora de irnos a casa. Puede que alguien lo haya encontrado y lo haya llevado. Quizás mañana podamos regresar y preguntar nuevamente».

Pero Luchita no quería irse. No podía imaginar irse a casa sin Pepito. Sin embargo, sabía que no había nada más que pudieran hacer en ese momento. Con el corazón pesado, tomó la mano de su mamá y se dirigieron hacia la salida del parque.

Esa noche, Luchita se sintió más triste que nunca. Su papá, que había llegado a casa después del trabajo, trató de consolarla. «Mañana iremos a las tiendas y veremos si podemos encontrar un peluche igual a Pepito», le dijo, aunque sabía que ningún peluche podría reemplazar a Pepito en el corazón de Luchita.

Al día siguiente, la familia fue a varias tiendas de juguetes, buscando un peluche parecido a Pepito. Pero no importaba cuántos perritos de peluche vieran, ninguno era igual. Ninguno tenía ese lazo rojo que Luchita misma había atado alrededor del cuello de Pepito ni esa expresión especial en su rostro que solo ella conocía.

Con cada tienda que visitaban, Luchita se sentía más y más desanimada. Finalmente, cuando salieron de la última tienda, Luchita se dio cuenta de que nunca encontraría otro Pepito. Su corazón estaba roto, y la tristeza que sentía parecía un pozo sin fondo.

Esa noche, mientras Luchita estaba en su cama, no podía dejar de pensar en Pepito. Cerró los ojos y recordó todas las aventuras que habían vivido juntos. Desde que tenía memoria, Pepito siempre había estado allí. Era más que un simple juguete; era un amigo que siempre había estado a su lado, en los momentos buenos y en los malos.

Pasaron los días, y aunque Luchita intentaba seguir adelante, la ausencia de Pepito se sentía como un vacío que no podía llenar. Sus papás intentaron animarla con otros juguetes y actividades, pero nada parecía hacerla sonreír como antes.

Una tarde, mientras estaba en su habitación mirando por la ventana, Luchita decidió que tenía que hacer algo. Aunque sabía que era poco probable, quería regresar al parque una vez más y buscar a Pepito. No quería rendirse sin intentarlo una última vez.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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