Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos cristalinos, dos amigos inseparables llamados Jhoan y Mateo. Mateo era un niño de cabello castaño corto, siempre llevaba una camiseta color crema y pantalones cortos. Jhoan, por otro lado, tenía el cabello rizado y negro, y solía llevar una camiseta crema y jeans. Los dos compartían una amistad tan fuerte que parecían hermanos. Siempre estaban juntos, ya fuera para jugar al fútbol, explorar el vecindario o inventar nuevas aventuras en su pequeño rincón del mundo.
Un día, mientras disfrutaban de una tarde soleada en el parque, Mateo tuvo una idea emocionante. «Jhoan, ¿qué te parece si vamos de campamento este fin de semana? He oído que el bosque al otro lado del río es perfecto para una aventura como la nuestra.» Los ojos de Jhoan brillaron con entusiasmo. «¡Eso suena increíble! Podemos llevar nuestras tiendas de campaña, hacer una fogata y contar historias de miedo bajo las estrellas.»
Así que, esa misma tarde, los dos amigos corrieron a sus casas para preparar todo lo necesario para su aventura. Mateo empacó una mochila con su tienda de campaña, una linterna, algunas barras de chocolate y una brújula que su abuelo le había regalado. Jhoan, por su parte, llenó su mochila con una manta, una navaja multiusos, una cuerda y algunas manzanas frescas que su madre había comprado en el mercado.
El sábado por la mañana, Jhoan y Mateo se encontraron en el parque, listos para iniciar su viaje. Cruzaron el río por un pequeño puente de madera y se adentraron en el bosque. El aire estaba lleno del canto de los pájaros y el susurro de las hojas. Caminaron durante horas, siguiendo un sendero estrecho que se adentraba cada vez más en el bosque. Aunque estaban cansados, la emoción de la aventura les daba fuerzas para seguir adelante.
Finalmente, encontraron un claro perfecto para acampar. Era un pequeño prado rodeado de altos árboles, con un arroyo que corría suavemente cerca. «Este es el lugar perfecto,» dijo Mateo, dejando caer su mochila al suelo. Jhoan asintió con entusiasmo y comenzaron a montar sus tiendas de campaña.
Una vez que todo estuvo listo, decidieron explorar un poco más el área antes de que anocheciera. Mientras caminaban, encontraron una cueva pequeña y oscura. «¿Qué crees que haya adentro?» preguntó Mateo, un poco nervioso pero también curioso. «Sólo hay una forma de averiguarlo,» respondió Jhoan con una sonrisa traviesa.
Con sus linternas en mano, entraron lentamente en la cueva. Al principio, todo era oscuro y silencioso, pero pronto comenzaron a ver pinturas rupestres en las paredes. Eran dibujos de animales y personas, hechos hace mucho tiempo por los antiguos habitantes del lugar. «¡Esto es increíble!» exclamó Mateo. «¡Hemos descubierto algo realmente especial!»
Después de explorar la cueva, volvieron a su campamento justo a tiempo para preparar la cena. Encendieron una fogata con la ayuda de la navaja multiusos de Jhoan y la cuerda que había traído. Asaron algunas salchichas y se sentaron a disfrutar de su comida bajo las estrellas. Mientras comían, contaron historias de miedo y se rieron de los sonidos extraños que oían en el bosque.
De repente, escucharon un ruido que no parecía venir de ningún animal que conocieran. «¿Qué fue eso?» preguntó Mateo, un poco asustado. «No lo sé,» respondió Jhoan, tratando de mantenerse calmado. Decidieron investigar y, con las linternas en mano, siguieron el sonido hasta un arbusto cercano. Para su sorpresa, encontraron un pequeño cachorro perdido y tembloroso.
«¡Pobrecito!» dijo Jhoan, recogiendo al cachorro. «Debe haberse perdido.» Mateo acarició al cachorro y decidió que lo llevarían de vuelta al campamento. Lo alimentaron con un poco de su comida y lo envolvieron en la manta de Jhoan para mantenerlo caliente. El cachorro se acurrucó junto a ellos y pronto se quedó dormido.
A la mañana siguiente, los amigos decidieron que debían encontrar al dueño del cachorro. Pasaron el día preguntando a los pocos campistas que encontraron y siguiendo pistas hasta que, finalmente, encontraron una familia que había estado buscando a su cachorro perdido. «¡Gracias, chicos!» dijo el padre de la familia, muy agradecido. «Pensábamos que no lo volveríamos a ver.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.