Cuentos de Amistad

El Niño y el Tiburón

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un pequeño pueblo costero, un niño llamado Tomás. Tomás era un niño muy curioso y valiente, siempre dispuesto a explorar el mundo que lo rodeaba. Le encantaba jugar en la playa, construir castillos de arena y nadar en el mar. Un día, mientras caminaba por la orilla, Tomás vio algo que le llamó la atención. Era una gran red de pesca que se movía ligeramente con las olas. Al acercarse, vio que había un tiburón atrapado en ella. Pero no era un tiburón como los que había visto en los libros o en la televisión. Este tiburón tenía ojos grandes y redondos, y una expresión que no parecía para nada peligrosa, sino más bien triste y asustada.

Tomás, sin dudarlo ni un segundo, decidió ayudar al tiburón. Sabía que debía tener cuidado, pero también sabía que no podía dejar a ese animal atrapado. Corrió de vuelta a su casa y buscó unas tijeras que usaba su papá para cortar redes. Luego, regresó lo más rápido que pudo al lugar donde el tiburón seguía atrapado.

Cuando Tomás empezó a cortar la red, el tiburón se quedó muy quieto, como si supiera que el niño estaba allí para ayudarlo. Fue un trabajo difícil, ya que la red estaba enredada alrededor de las aletas del tiburón y en su cola, pero Tomás no se rindió. Poco a poco, logró liberar al tiburón de la trampa.

El tiburón, ahora libre, nadó unos metros alejándose de la orilla. Tomás pensó que se iría para siempre, pero para su sorpresa, el tiburón volvió. Se acercó a Tomás, quien ya estaba en el agua hasta la cintura, y lo miró con esos grandes ojos redondos. Era como si el tiburón quisiera darle las gracias. Tomás extendió su mano y, para su asombro, el tiburón la tocó suavemente con su aleta.

A partir de ese momento, cada vez que Tomás iba a la playa, el tiburón aparecía. Se había convertido en su amigo del mar. Nadaban juntos, jugaban a perseguirse entre las olas, y el tiburón incluso ayudaba a Tomás a encontrar los mejores lugares para recoger conchas.

Un día, Tomás vio que unos pescadores estaban lanzando sus redes cerca de donde él jugaba con su amigo el tiburón. Sabía que debía hacer algo para protegerlo. Corrió hacia los pescadores y les explicó lo que había pasado, cómo había rescatado al tiburón y cómo se habían hecho amigos. Los pescadores, al principio, no podían creer la historia de Tomás. Pero él estaba tan decidido y hablaba con tanta pasión, que finalmente accedieron a mover sus redes a otro lugar, lejos de donde el tiburón solía nadar.

El tiempo pasó y la amistad entre Tomás y el tiburón se hizo cada vez más fuerte. Tomás aprendió mucho sobre el mar y sus criaturas gracias a su amigo. Entendió la importancia de cuidar los océanos y de respetar a los animales que viven en él. También compartió su historia con otros niños del pueblo, quienes comenzaron a ver a los tiburones no como monstruos, sino como seres que también podían ser amigos.

Un día, Tomás notó que el tiburón parecía estar triste. No jugaba tanto como antes y a veces se alejaba más de lo habitual. Tomás, preocupado, intentó animarlo de todas las maneras posibles, pero el tiburón seguía triste. Finalmente, el tiburón se acercó a Tomás y, con un suave empujón de su aleta, lo guió hacia un lugar más profundo en el mar. Allí, Tomás vio algo increíble: había otros tiburones, nadando en círculos. Entendió que su amigo tenía que unirse a su familia, que era hora de decir adiós.

Con lágrimas en los ojos, pero también con una sonrisa en el rostro, Tomás despidió a su amigo. Sabía que era lo correcto, aunque le dolía. El tiburón nadó hacia el grupo, pero antes de irse para siempre, dio una última vuelta alrededor de Tomás, como si quisiera recordarle que su amistad siempre estaría presente, aunque ahora estuvieran lejos.

Tomás volvió a la orilla, donde los rayos del sol empezaban a desaparecer en el horizonte. Sabía que nunca olvidaría a su amigo el tiburón y que, de alguna manera, él también seguiría presente en su vida, inspirándolo a cuidar del mar y de todas las criaturas que viven en él.

Desde ese día, Tomás se convirtió en el guardián del mar en su pueblo. Contaba a todos la historia de su amigo el tiburón y enseñaba a los niños y adultos la importancia de respetar el océano. Aunque su amigo ya no estaba físicamente, Tomás sentía su presencia cada vez que el viento soplaba suavemente o cuando las olas acariciaban la orilla.

Y así, el niño y el tiburón, aunque separados por la distancia, permanecieron unidos por una amistad que duraría para siempre. Porque las verdaderas amistades, las que nacen desde el corazón, nunca se desvanecen, sino que viven en los recuerdos y en las lecciones que nos dejan.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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