En el pequeño pueblo de Sol y Alegría, había un parque conocido por todos los niños como el Parque de la Amistad. Era un lugar mágico donde los árboles susurraban historias y las flores bailaban al ritmo del viento. Aquí es donde nuestros cinco amigos, Luca, Alejandra, Evan, Evelyn y Álvaro, pasaban sus tardes después de la escuela.
Un día soleado de primavera, los cinco amigos decidieron hacer algo especial. Mientras se reunían bajo el gran árbol de cerezo en el centro del parque, Alejandra propuso una idea brillante.
—¿Por qué no hacemos un pícnic juntos? —sugirió con una sonrisa. Todos estuvieron de acuerdo y cada uno decidió traer algo para compartir.
Luca, conocido por su amor a las frutas, trajo manzanas rojas y jugosas que relucían bajo el sol. Alejandra, que siempre pensaba en los demás, preparó deliciosos sándwiches de mantequilla de maní y mermelada. Evan, cuya familia tenía una pastelería, llevó una bandeja de galletas con chispas de chocolate que olían a hogar y a cariño. Evelyn, amante de las verduras, no olvidó traer zanahorias crujientes y apio fresco. Álvaro, el más pequeño pero no por eso menos importante, sorprendió a todos con una gran jarra de limonada casera.
Mientras extendían una manta colorida sobre la hierba y disponían la comida, un conejito curioso se acercó a ellos, tentado por el aroma de las zanahorias. Evelyn sonrió y ofreció al conejito una pequeña zanahoria, que este aceptó felizmente.
—¡Mira, tiene hambre como nosotros! —exclamó Álvaro, y todos rieron.
Después de disfrutar del delicioso pícnic, decidieron jugar a la «búsqueda del tesoro» en el parque. Alejandra dibujó un mapa con lugares secretos del parque y escondió pequeñas sorpresas en cada sitio.
—¡Tendremos que trabajar juntos para encontrar todos los tesoros! —anunció Evan, mientras todos se ponían sus gorras de exploradores.
La búsqueda los llevó por todo el parque, desde el tobogán hasta el viejo columpio, donde descubrieron pegatinas de estrellas, pequeñas pelotas saltarinas y burbujas de jabón. Cada hallazgo les traía más alegría y los acercaba aún más como amigos.
A medida que el sol comenzaba a bajar, se sentaron juntos cerca del estanque, soplaron burbujas y vieron cómo el cielo se teñía de colores pastel.
—Hoy fue un día perfecto —dijo Luca, mirando a sus amigos con gratitud.
—Sí, y lo mejor es que lo compartimos juntos —agregó Evelyn, apoyando su cabeza en el hombro de Alejandra.
Álvaro, que había estado bastante callado, miró a sus amigos y dijo con una voz suave:
—Ustedes son mi tesoro más grande.
Todos se abrazaron, sintiendo el calor de la amistad verdadera. En ese momento, sabían que no importaba qué aventuras les deparara el futuro, siempre tendrían el apoyo y el cariño de sus amigos.
Desde ese día, el Parque de la Amistad no solo fue un lugar para jugar, sino un símbolo de su unión y amor. Cada vez que se sentían tristes o solos, recordaban ese día y sonreían. Porque sabían que, en cualquier momento, podían regresar al parque, donde la magia de la amistad los esperaría siempre.
Y así, Luca, Alejandra, Evan, Evelyn y Álvaro continuaron creciendo, explorando y compartiendo. Cada día en el parque les enseñaba algo nuevo sobre el mundo y sobre ellos mismos. Pero lo más importante que aprendieron fue que la amistad es el tesoro más valioso que uno puede tener, y que juntos, siempre serían más fuertes y felices.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.