En una pequeña escuela llena de risas y sueños, había tres amigos inseparables: Lola, Leo y Lidia. Aunque tenían solo 6 años, compartían una pasión enorme: ¡leer cuentos! Cada uno leía a su propio ritmo. Lola leía despacito, deletreando cada palabra; Leo leía un poco más rápido, tropezando de vez en cuando; y Lidia, aunque le costaba un poco, siempre terminaba leyendo con una sonrisa.
Todos los días, después de sus clases, los tres amigos se reunían en el patio de la escuela. Pero no estaban solos. Las ardillas curiosas que vivían en los pinos altos y las hormigas trabajadoras del patio se acercaban para escuchar.
Lola, con su voz dulce, comenzaba leyendo una historia. Las ardillas bajaban de los pinos y se sentaban en las ramas más bajas, moviendo sus orejitas con cada palabra. Las hormigas, dejando por un momento su trabajo, se alineaban en fila para escuchar mejor.
Después era el turno de Leo. Él leía cuentos de aventuras, y con cada frase, sus manos se movían como si estuviera pintando las escenas en el aire. Las ardillas aplaudían con sus patitas y las hormigas se balanceaban al ritmo de sus palabras.
Lidia, aunque al principio se ponía nerviosa, pronto llenaba el patio con su voz cálida. Ella leía cuentos de hadas y magia. Las ardillas se acercaban más, y las hormigas se agrupaban como si estuvieran en una escuela de cuentos.
Cuando los cuentos terminaban, Lola, Leo y Lidia comenzaban a cantar y a bailar. Las ardillas se unían, saltando de rama en rama, y las hormigas seguían el ritmo con sus pequeñas patas. El patio se convertía en un escenario mágico, donde la música y la alegría se entrelazaban con la lectura.
Pero lo más especial ocurría cuando sonaba la música para volver a clase. Las hormigas, en perfecta fila, regresaban a su hormiguero, imitando a los niños cuando se alineaban para entrar a su salón. Las ardillas, con un último salto alegre, volvían a lo alto de los pinos, pero siempre dejaban una piña en el suelo como agradecimiento por las historias.
Lola, Leo y Lidia se dieron cuenta de que, a través de sus cuentos, no solo entretenían a sus amigos del patio, sino que también aprendían y crecían juntos. Aprendieron que no importa qué tan rápido o lento leas, lo importante es disfrutar cada palabra y compartirla con los demás.
Cada día, al salir de la escuela, los tres amigos planeaban qué historias leerían al día siguiente. Soñaban con nuevas aventuras, con hadas y dragones, con mundos mágicos donde las ardillas podían hablar y las hormigas bailaban bajo la luna.
Y así, en un pequeño patio de una escuela llena de sueños, Lola, Leo y Lidia se convirtieron en los mejores narradores de cuentos. Enseñaron a todos que los libros son puertas a mundos maravillosos y que la amistad es el mejor libro que se puede leer.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.