Margaret, o Mar como la llamaban sus amigos, vivía en una pequeña casita en el campo. Su familia no era la más convencional: su padre pasaba mucho tiempo trabajando en la ciudad, su madre siempre parecía ocupada con los quehaceres del hogar, y ella, siendo la hija del medio, a menudo se sentía invisible. Aunque sus padres trataban de ser cariñosos, Mar siempre había tenido la sensación de que no era lo suficientemente especial para ser el centro de atención. Por eso, se acostumbró a ser fuerte e independiente, a resolver las cosas por sí misma, sin depender de nadie. En su mundo, la soledad era su única compañera constante.
A pesar de su independencia, Mar tenía un refugio secreto: sus dos gatos, Bolas y Perseus. Bolas era un gato negro y esbelto, siempre inquieto y curioso, mientras que Perseus, el gato gris, era tranquilo y sabio. Juntos, siempre se quedaban a su lado en los días en que Mar más los necesitaba. Cuando las cosas en casa no iban bien, ella se refugiaba en su rincón favorito: un gran árbol que se alzaba en el rincón del jardín, donde solía pintar o simplemente mirar al cielo.
Un día, mientras estaba sentada bajo el árbol, concentrada en su pintura, vio algo inusual: una niña que no había visto antes se acercaba caminando hacia ella. Tenía el cabello corto y rubio, y una sonrisa cálida que iluminaba su rostro. La niña llevaba consigo una pequeña mochila y una caja de pinceles.
—Hola —saludó la niña con una voz suave—. Me llamo Annabeth, pero puedes llamarme Ann. ¿Puedo sentarme aquí?
Mar se sorprendió al principio, pero algo en la expresión de Ann la hizo sentir que no debía rechazarla.
—Claro —respondió, un poco tímida—. Soy Margaret, pero todos me llaman Mar.
Ann se sentó junto a ella y, sin decir una palabra, sacó su material de pintura. Era una de esas personas que hablaban sin necesidad de decir nada. Ambos comenzaron a pintar en silencio, pero la atmósfera entre ellas se sentía cómoda, como si el silencio fuera la forma más natural de comunicarse.
Con el paso de los días, Ann y Mar se volvieron inseparables. Se encontraban siempre en el mismo lugar, bajo el gran árbol, compartiendo historias, risas y pinturas. Ann era todo lo que Mar no era: alegre, extrovertida, siempre buscando la belleza en los pequeños detalles. A diferencia de Mar, quien prefería mantenerse en su propio mundo, Ann estaba abierta a la gente y las aventuras.
Un día, mientras caminaban por el campo, Mar le confesó a Ann algo que había estado guardando en su corazón por mucho tiempo.
—A veces me siento sola, como si no encajara en ningún lugar —dijo Mar, mirando el suelo—. Como si no importara.
Ann la miró fijamente, sin decir una palabra. Luego, abrazó a Mar con ternura y, en un susurro, le dijo:
—No estás sola. Yo siempre estaré aquí para ti, y tus gatos también lo estarán. La gente no tiene que encajar en un molde para ser importante. Lo que importa es lo que llevas dentro.
Mar sintió una calidez en su corazón que no había experimentado antes. En ese momento, se dio cuenta de que, aunque su familia no fuera perfecta y ella se sintiera invisible a veces, siempre tendría a Ann y a sus gatos para apoyarla.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.