Había una vez en un pequeño pueblo un niño llamado Manuel. Él era un niño muy curioso, siempre deseando aprender cosas nuevas y explorar el mundo que lo rodeaba. Manuel tenía un mejor amigo llamado Tito, un pequeño perrito de pelo rizado que nunca se separaba de su lado. Juntos vivían muchas aventuras explorando su vecindario, pero lo que más les gustaba era visitar la biblioteca del pueblo. En la biblioteca, podían encontrar un sinfín de libros llenos de historias emocionantes y conocimientos fascinantes.
Un día, mientras hojeaban un libro sobre dinosaurios, Manuel tuvo una idea brillante. «Oye, Tito, ¿y si hacemos una aventura para aprender más sobre los dinosaurios?», propuso Manuel. Tito movió la cola y ladró emocionado, como si dijera que estaba listo para cualquier aventura. Entonces, decidieron que al día siguiente, al amanecer, irían a la biblioteca para obtener más información y después se embarcarían en su propia aventura.
Esa mañana, Manuel y Tito se levantaron muy temprano. El sol apenas comenzaba a salir y el cielo estaba pintado de hermosos colores. Manuel preparó su mochila, llenándola de algunos bocadillos, una botella de agua y, por supuesto, un mapa del pueblo. Tito no podía esperar para salir, así que corrió en círculos mientras Manuel se vestía.
Cuando llegaron a la biblioteca, se encontraron con una sorpresa. Había una nueva biblioteca que habían construido justo al lado de la antigua. En la puerta, una ardilla llamada Lila los estaba esperando. Lila era muy amistosa y siempre estaba dispuesta a ayudar a los niños a encontrar los libros que buscaban. «¡Hola, Manuel! ¡Hola, Tito! ¿Qué aventuras tienen planeadas hoy?», preguntó Lila, moviendo su colita con entusiasmo.
Manuel explicó su plan a Lila. «Queremos aprender todo lo que podamos sobre los dinosaurios para luego tener una gran aventura. ¿Tienes algún libro que pueda ayudarnos?», preguntó Manuel. Lila asintió con la cabeza, y rápidamente llevó a los dos amigos a una sección llena de libros de dinosaurios. Había libros grandes y pequeños, todos con imágenes coloridas. Manuel eligió un libro titulado «Los Gigantes de la Era Prehistórica». Tito, que no podía leer, simplemente olfateó los libros y saltó de alegría al ver tantas imágenes.
Después de leer sobre los diferentes tipos de dinosaurios, Manuel y Tito decidieron que era hora de llevar su aventura un paso más allá. «¡Vamos a imaginar que somos exploradores en el tiempo de los dinosaurios!», sugirió Manuel. Lila se emocionó mucho con la idea y decidió unirse a ellos. «Puedo ser su guía», dijo con una sonrisa. Y así, los tres amigos se prepararon para un viaje imaginario hacia el pasado.
Cerraron los ojos e hicieron un gran esfuerzo para imaginar que eran un trío de valientes aventureros en un mundo lleno de gigantes. De repente, escucharon ruidos lejanos como rugidos y pasos pesados. «¡Mira allá!», exclamó Lila, señalando hacia un enorme dinosaurio de cuello largo que se estaba alimentando de las hojas altas de un árbol. «¡Es un diplodocus!», dijo Manuel, recordando lo que había leído. Tito ladró emocionado, como si quería acercarse a conocer al dinosaurio.
Pero mientras se acercaban, un fuerte viento sopló y los tres amigos se encontraron envueltos en una nube de polvo. Cuando se disipó, se dieron cuenta de que estaban en un lugar misterioso lleno de plantas enormes y sonidos desconocidos. «Parece que hemos aterrizado en la Era de los Dinosaurios de verdad», dijo Manuel, mirando a su alrededor con los ojos muy abiertos.
Lila, siempre curiosa, empezó a investigar. «¡Miren, hay huellas! Seguramente son huellas de un dinosaurio», observó mientras señalaba las marcas en el suelo. «Podemos seguirlas y ver a dónde nos llevan», sugirió. La idea emocionó a los dos amigos, así que decidieron seguir las huellas.
Mientras caminaban, se encontraron con un pequeño lago. El agua era cristalina y se podía ver el reflejo del cielo azul. De repente, vieron acercarse a un pequeño dinosaurio, un estegosaurio, que se asomó por detrás de un arbusto. «¡Qué lindo es!», dijo Manuel, maravillado. «Podemos aprender mucho de él». Tito, muy emocionado, quiso jugar con el pequeño dinosaurio.
Pero cuando se acercaron, el estegosaurio se asustó y salió corriendo. Manuel, Tito y Lila decidieron no seguirlo. «No debemos asustarlos», dijo Lila. «Los dinosaurios son criaturas hermosas y debemos respetarlos». Manuel asintió, comprendiendo que la amistad y el respeto eran importantes, incluso en un mundo lleno de maravillas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.