En un pequeño pueblo rodeado de campos verdes y flores coloridas, vivían cinco amigos inseparables: Jhoan, Iker, Mateo, Celeste y Sofía. Ellos eran conocidos por ser niños alegres y traviesos, siempre corriendo de un lado a otro, jugando a las escondidas o inventando nuevas aventuras. Sin embargo, había algo más que los hacía especiales, algo que nadie en el pueblo sabía: los cinco compartían un secreto muy especial. Juntos, poseían lo que llamaban la «amistad mágica». Era una conexión única que solo ellos entendían y que les permitía hacer cosas increíbles cuando estaban juntos.
Los amigos se conocieron en la escuela del pueblo. Desde el primer día, supieron que había algo diferente en su amistad. Sentían una conexión especial, como si al estar juntos, una luz interna los hiciera brillar. A pesar de ser tan diferentes entre sí, se complementaban a la perfección: Jhoan era el líder confiado y valiente; Iker, el curioso que siempre quería saber más; Mateo, el alegre bromista que llenaba de risas cualquier lugar; Celeste, la creativa y soñadora; y Sofía, la más tranquila, pero siempre lista para ayudar a los demás.
Un día, mientras los cinco jugaban cerca del bosque que bordeaba el pueblo, algo inesperado sucedió. Se adentraron un poco más de lo habitual entre los árboles, siguiendo a un conejo blanco que brincaba alegremente entre las hojas caídas. Los rayos del sol se filtraban entre las ramas, iluminando el suelo con luces doradas, y el aire olía a flores frescas. Todo parecía normal hasta que, de repente, Jhoan vio algo brillante entre los árboles.
“¡Miren eso!”, exclamó Jhoan, señalando hacia lo que parecía ser un destello de luz entre la maleza.
Curiosos, los cinco amigos corrieron hacia el lugar donde Jhoan había visto la luz. Lo que encontraron allí los dejó sin palabras. Oculto entre los árboles y cubierto de musgo y hojas, había un espejo antiguo. No era un espejo cualquiera. Era enorme, más alto que cualquiera de ellos, y el marco estaba tallado con imágenes de animales, flores y formas que parecían cobrar vida bajo la luz del sol.
“¡Es un espejo de cuento de hadas!”, exclamó Celeste, sus ojos brillando de emoción.
Iker se acercó al espejo y, sin pensarlo mucho, tocó el marco. Al instante, sintió un cosquilleo en sus manos. Los demás lo imitaron, y al hacerlo, todos sintieron lo mismo: una energía cálida que recorría sus brazos. Antes de que pudieran entender lo que estaba sucediendo, algo increíble pasó. Sus ropas comenzaron a cambiar. Los colores y estilos de sus vestimentas se transformaron, reflejando sus personalidades más íntimas. Jhoan, siempre tan valiente, ahora llevaba una capa roja que ondeaba al viento. Iker, con su espíritu curioso, vestía un traje lleno de pequeños detalles y bolsillos para guardar cosas. Mateo, el bromista, tenía un sombrero que cambiaba de forma cada vez que se reía. Celeste, la soñadora, lucía un vestido lleno de estrellas, como si hubiera traído consigo la noche. Y Sofía, la calmada y sabia, vestía con colores suaves que recordaban a un atardecer tranquilo.
Los amigos se miraron unos a otros, sorprendidos y emocionados por lo que acababa de suceder.
“Este espejo es mágico”, dijo Sofía, su voz apenas un susurro, como si temiera romper el hechizo.
Desde ese día, el espejo se convirtió en su lugar secreto. Iban al bosque todos los días después de la escuela, y allí, frente al espejo, sentían que todo era posible. No solo les cambiaba la ropa; también descubrían que si se tomaban de las manos y deseaban con todo su corazón, el espejo les mostraba un mundo diferente, un lugar lleno de magia y aventuras.
Un día, mientras jugaban frente al espejo, Jhoan tuvo una idea.
“¿Qué tal si cruzamos al otro lado?”, preguntó, su mirada llena de emoción.
Los demás lo miraron con los ojos muy abiertos. No sabían si era posible cruzar a través del espejo, pero Jhoan siempre había sido el más valiente y no solía tener miedo de intentar cosas nuevas.
“¿Cómo lo haríamos?”, preguntó Iker, siempre el más práctico.
Jhoan extendió la mano hacia el espejo. “Creo que solo tenemos que creer que podemos hacerlo. Si nuestra amistad es tan fuerte como siempre hemos pensado, podemos cruzar juntos”.
Los cinco amigos se tomaron de las manos frente al espejo, cerraron los ojos y desearon con todas sus fuerzas cruzar al otro lado. Sintieron el cosquilleo familiar recorrer sus cuerpos y, cuando abrieron los ojos, ya no estaban en el bosque. Se encontraban en un lugar completamente nuevo. Era un mundo lleno de colores brillantes y criaturas mágicas. Los árboles eran más altos, las flores más grandes, y el cielo parecía estar lleno de estrellas, incluso de día.
“¡Lo logramos!”, exclamó Mateo, dando saltos de alegría.
Mientras caminaban por este nuevo mundo, descubrieron que no estaban solos. Criaturas mágicas los saludaban a su paso: unicornios que corrían libremente por los campos, aves con plumas doradas que cantaban melodías suaves, y pequeños duendes que reían y jugaban entre las flores. Todo en ese lugar parecía salido de un cuento de hadas.
Sin embargo, pronto descubrieron que no todo era tan perfecto como parecía. A lo lejos, en las montañas, se veía una sombra oscura que crecía lentamente, como una tormenta que se acercaba. El aire comenzó a enfriarse, y las criaturas mágicas, que antes jugaban alegremente, ahora parecían preocupadas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.