Había una vez un niño llamado Cristóbal, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos. Cristóbal era un niño alegre y lleno de energía, pero había algo que siempre lo hacía sentir un poco triste. Todos sus amigos eran muy buenos en el fútbol, y él, a pesar de que lo intentaba con todas sus fuerzas, no podía controlar la pelota. Era como si el balón tuviera vida propia y siempre se escapara de sus pies.
Un día, mientras Cristóbal intentaba practicar en el parque, notó algo extraño en la esquina del campo. Era un balón viejo y desgastado, un poco desinflado y con varios parches. Se acercó lentamente, y al tocarlo, sintió que se movía. «¿Qué raro?», pensó. Cuando se inclinó más, el balón rodó hacia él y, para su sorpresa, comenzó a hablar.
—Hola, Cristóbal. Mi nombre es Pablito, y he estado esperando a alguien como tú.
Cristóbal, cuyos ojos brillaron de emoción, no podía creer lo que estaba escuchando. Siempre había soñado con tener un balón mágico, pero nunca imaginó que podría encontrar uno. Sin embargo, antes de que pudiera responder, Pablito continuó:
—Sé que te cuesta jugar al fútbol, pero yo te puedo ayudar. Juntos, podemos hacer cosas increíbles.
—¿De verdad? —preguntó Cristóbal con escepticismo.
—Claro que sí. Pero antes de comenzar, necesito que me des un poco de aire —dijo Pablito entre risas—. Estoy un poco desinflado.
Cristóbal se rio y, usando su bomba de aire, infló a Pablito hasta que volvió a estar en forma. El balón mágico sonó muy contento.
—¡Perfecto! Ahora, vamos a empezar. Primero, quiero que realices un pequeño truco: hazme rodar por tu pie.
Cristóbal intentó varias veces, pero en todas las ocasiones Pablito se escapó y se iba en dirección contraria. Frustrado, Cristóbal se dejó caer en el césped y se puso a llorar. El balón lo miró con ternura y dijo:
—No te preocupes, amigo. La clave es la práctica y, sobre todo, creer en ti mismo.
Cristóbal lo miró y, secándose las lágrimas, sonrió. Decidido a no rendirse, se levantó y, con la ayuda de Pablito, empezó a practicar nuevamente. Al cabo de unos días, sus habilidades mejoraron notablemente. La confianza de Cristóbal creció y fue capaz de hacer pases, regatear y hasta hacer algunos trucos.
Un buen día, mientras jugaban, un grupo de niños del pueblo pasó por ahí. Se trataba de los mejores jugadores del equipo local que practicaban para un campeonato. Al ver a Cristóbal y a su balón mágico, se acercaron.
—¡Hey! ¿Puedo jugar también? —preguntó Diego, uno de los chicos más habilidosos del pueblo.
Cristóbal dudó un momento. No quería que se burlaran de él, pero al mirar a Pablito, quien asintió con su superficie desgastada, decidió aceptarlo.
Los niños empezaron a jugar juntos, y para sorpresa de todos, Cristóbal destacó. Con la ayuda de Pablito, hizo pases espectaculares y jugadas ingeniosas. Sus nuevos amigos comenzaron a animarlo, y la confianza de Cristóbal creció aún más. Jugar con ellos se sentía increíble.
Sin embargo, mientras disfrutaban, Cristóbal notó que algo extraño sucedía. A medida que se divertían, Pablito volvió a desinflarse. El balón, aunque mágico, no podía seguir el ritmo del juego sin suficiente aire. Cristóbal se sentía angustiado; no quería que su amigo se desinflara justo en el momento más emocionante.
—¡Pablito! ¿Qué te pasa? —preguntó Cristóbal preocupado.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Gran Aventura de Bruno, Ali y Franki
La Historia de Tommy y Jessica
La Aventura Mágica de Ainhoa y sus Amigos del Bosque
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.