Cuentos de Amistad

El Tamborilero y los Hamsters de la Amistad

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de verdes colinas y arroyos cantarines, vivía un niño llamado Jhoan. Él era un chico curioso y lleno de energía, siempre buscando nuevas aventuras y formas de ayudar a su comunidad. Tenía un cabello castaño y ojos brillantes que reflejaban su entusiasmo por la vida. Su mejor amiga, Celeste, era una niña con un espíritu igualmente aventurero. Celeste tenía el cabello rubio atado en dos coletas y solía llevar un vestido rosa que hacía juego con su naturaleza alegre y bondadosa.

Un día, Celeste llegó corriendo a la casa de Jhoan con una noticia emocionante. Habían abierto un centro de rescate de animales en el pueblo, y necesitaban voluntarios para ayudar a cuidar a los animales. Jhoan, que amaba a los animales tanto como a las aventuras, no dudó ni un segundo y decidió unirse a Celeste en esta nueva misión.

Al llegar al centro de rescate, fueron recibidos por la señora Marta, la encargada del lugar. La señora Marta les mostró el área donde se encontraban los hámsters, una sección llena de pequeñas jaulas y tubos de colores por donde los hámsters podían correr y jugar. Celeste y Jhoan quedaron fascinados al ver a los pequeños roedores correteando de un lado a otro.

—Hoy vamos a limpiar el hábitat de los hámsters —les explicó la señora Marta—. Necesitamos sacar a los hámsters de sus tubos para poder limpiarlos adecuadamente. ¿Podrán encargarse de esto?

Jhoan y Celeste asintieron con entusiasmo y se pusieron manos a la obra. Primero, Jhoan ayudó a Celeste a abrir las pequeñas puertas de los tubos y, con mucho cuidado, sacaron a los hámsters y los pusieron en una caja grande temporalmente. Los hámsters parecían emocionados de tener un cambio de ambiente, y Celeste no pudo evitar comenzar a darles nombres mientras los ponía a salvo.

—Este se llamará Carl Pettington —dijo Celeste, señalando a un hámster con un pelaje especialmente esponjoso—. Y este otro será Emilia Furhart.

Jhoan sonrió mientras continuaban con su tarea. Después de asegurarse de que todos los hámsters estaban en la caja, comenzaron a limpiar los tubos. Mientras Jhoan se encargaba de los tubos, Celeste decidió que sería una buena idea personalizar a los hámsters. Tomó unos pequeños accesorios que había encontrado en el centro y comenzó a ponerles bufandas y sombreros diminutos.

—Celeste, ¿crees que a los hámsters les guste la moda? —preguntó Jhoan, mirando cómo su amiga decoraba a los roedores.

—¡Por supuesto! —respondió Celeste—. Mira lo adorables que se ven. Además, les da personalidad.

Sin embargo, la situación se complicó cuando los hámsters comenzaron a moverse más de lo esperado. Emilia Furhart no parecía contenta con su bufanda y trató de quitársela, lo que provocó que Carl Pettington también se agitara. Antes de que Celeste pudiera darse cuenta, tenía una revuelta hámster en sus manos.

—¡Oh, no! —exclamó Celeste—. Jhoan, ¡¿qué pasó?!

—Celeste, ¡¿qué pasó?! —gritó Jhoan, al ver el caos que se desarrollaba frente a él.

—¡Oh! ¡Ah! Bueno, el abrigo de Carl Pettington simplemente pedía a gritos que le pusieran accesorios, pero Emilia Furhart se negó a quedarse fuera y consiguió que Curtis Pawpower mordiera la pequeña bufanda de Carl, y antes de que me diera cuenta, ¡tenía una disputa en todo el hábitat en mis manos! Además, los nombré —dijo Celeste con un tono apenado.

—¡Eh! ¡Nunca hubiera imaginado que los hámsters pudieran ser tan delicados con la moda! —respondió Jhoan, tratando de contener la risa.

Los hámsters habían escapado de la caja y estaban corriendo por todo el centro de rescate. Jhoan y Celeste se apresuraron a buscar algo para atraparlos. Jhoan recordó que tenía su tamborilero en su mochila, un instrumento que le había regalado su abuelo. Sin pensarlo dos veces, lo sacó y comenzó a agitarlo, esperando que el sonido atrajera la atención de los hámsters.

Para su sorpresa, los hámsters comenzaron a calmarse y a moverse lentamente hacia el sonido de la pandereta. Hipnotizados por la melodía, los pequeños roedores regresaron a sus tubos y jaulas uno por uno. Jhoan no podía creer lo que veía.

—¡Funcionó! —exclamó Celeste, sorprendida—. ¿Cómo lo hiciste, Jhoan?

—No lo sé, pero parece que les gusta la música —respondió Jhoan con una sonrisa.

Después de asegurarse de que todos los hámsters estaban de vuelta en sus hábitats, Jhoan y Celeste se sintieron aliviados. La señora Marta regresó justo a tiempo para ver el final del espectáculo y felicitó a los niños por su ingenio.

—Bien hecho, chicos. No todos los días vemos algo así —dijo la señora Marta, sonriendo.

Desde ese día, Jhoan y Celeste se convirtieron en los héroes del centro de rescate de animales. Cada vez que había un problema con los hámsters, sabían exactamente qué hacer. Y Jhoan, con su tamborilero mágico, se ganó un lugar especial en el corazón de los pequeños roedores.

El tamborilero y los hámsters de la amistad se convirtieron en una leyenda en el pueblo, y todos los niños querían escuchar la historia de cómo Jhoan y Celeste habían salvado el día con música y amistad. Y así, en un pequeño pueblo rodeado de verdes colinas y arroyos cantarines, la amistad de Jhoan y Celeste creció aún más fuerte, unida por su amor por los animales y sus valientes corazones.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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