Era un día soleado cuando Blanquito, un unicornio con una brillante melena multicolor, decidió aventurarse por un bosque cercano que nunca antes había explorado. Sus pasos eran ligeros y llenos de alegría mientras saltaba sobre las hojas secas, sin darse cuenta de que se estaba alejando mucho de su hogar.
De repente, Blanquito escuchó un fuerte rugido que hizo que su corazón diera un brinco. Al voltear, vio un enorme dinosaurio llamado Dino, que lo miraba con ojos hambrientos. «¡Voy a comerte!», gritó Dino mientras avanzaba hacia él. Asustado, Blanquito comenzó a correr tan rápido como sus patas podían llevarlo, adentrándose más y más en el bosque.
Mientras corría, Blanquito tropezó con un cactus, pero no era un cactus cualquiera. ¡Era el Cactus Bailador! Con sus brazos llenos de espinas y una gran sonrisa en su cara, el cactus comenzó a moverse al ritmo de una melodía imaginaria. «¡Oye, Blanquito! ¿Por qué corres tan rápido?», preguntó el Cactus Bailador mientras giraba y saltaba.
«¡Dino quiere comerme!», respondió Blanquito, tratando de recuperar el aliento. Pero el Cactus Bailador no parecía preocupado. «¡Baila conmigo y te olvidarás del miedo!», dijo alegremente.
Blanquito, aún nervioso, comenzó a moverse junto al cactus, y pronto, su miedo comenzó a desvanecerse. Ambos bailaron y rieron, olvidándose completamente del peligro que les acechaba. A su lado, un perro llamado Marshall, vestido con un traje de bombero, observaba con una sonrisa desde la distancia. «¡Vaya, qué gran espectáculo!», dijo Marshall, acercándose a ellos.
Sin embargo, el sonido de sus estómagos rugiendo interrumpió el baile. «¡Tengo hambre!», exclamó Blanquito. Los tres amigos decidieron ir al supermercado más cercano a comprar algo para comer. Al llegar, llenaron sus canastas con todo tipo de delicias: zanahorias para Blanquito, croquetas para Marshall y, sorprendentemente, algunos cactus pequeños para el Cactus Bailador.
Después de comprar, volvieron a su casita en el bosque, pero algo estaba mal. Al acercarse, vieron una enorme nube de humo elevándose desde el lugar donde habían dejado encendida una fogata antes de irse. ¡Su casa estaba en llamas!
Sin perder tiempo, Marshall, siendo el bombero valiente que era, corrió hacia la fogata y rápidamente usó una manguera para apagar el fuego. «¡Uf, eso estuvo cerca!», dijo Marshall, sacudiéndose el agua de su pelaje.
Ya más tranquilos, Blanquito, el Cactus Bailador y Marshall se acomodaron en su casa para descansar. La noche cayó sobre el bosque, y el silencio los envolvió. Pero, justo cuando estaban a punto de quedarse dormidos, escucharon un suave golpe en la puerta. Al abrirla, encontraron a una pequeña muñeca princesa que había perdido su camino en el bosque.
«¿Puedo quedarme aquí por esta noche?», preguntó la princesa, con ojos llenos de esperanza. Aunque sorprendidos, los amigos aceptaron y la dejaron pasar. Mientras todos dormían, la princesa encontró un tablero de ajedrez en la esquina de la sala y se quedó jugando en silencio, completamente fascinada por el juego.
Por la mañana, cuando Blanquito y los demás se despertaron, se llevaron un gran susto al ver a la muñeca jugando en su sala. «¿Quién es ella?», preguntó Marshall, agitado.
«¡Es una princesa perdida!», exclamó el Cactus Bailador, que parecía más emocionado que asustado. Decidieron llamar a su amigo el Soldado, un valiente protector del bosque, para que les ayudara a entender qué estaba ocurriendo.
Cuando el Soldado llegó, escuchó atentamente la historia de la princesa y supo inmediatamente que debía ayudarla a regresar a su castillo. Justo cuando estaban a punto de salir, escucharon un fuerte rugido que hizo que todos temblaran. ¡Era Dino, el dinosaurio, que había encontrado nuevamente a Blanquito y sus amigos!
«¡Esta vez no escaparás!», rugió Dino, avanzando hacia ellos. El Soldado, sin dudarlo, se puso en pie y, con gran valentía, se enfrentó a Dino. «¡No permitiré que lastimes a mis amigos!», dijo el Soldado, mientras los demás se abrazaban a Blanquito, que con su presencia lograba calmarlos.
Pero en lugar de luchar, el Soldado comenzó a hablar con Dino, explicándole que no necesitaba hacerles daño. «Si tienes hambre, te ayudaremos a encontrar algo de comer, pero no puedes lastimar a nadie», dijo con calma.
Dino, que en el fondo no era tan malo como parecía, se detuvo y reflexionó. «Solo quería un amigo…», murmuró, bajando la cabeza.
Al oír esto, Blanquito se acercó a Dino y le sonrió. «Puedes ser nuestro amigo si lo deseas. No necesitamos pelear». El dinosaurio sonrió ampliamente, y así, el grupo de amigos creció un poco más ese día.
Con la ayuda de sus nuevos amigos, la princesa regresó a su castillo, Dino encontró su lugar en el bosque y Blanquito, el Cactus Bailador, Marshall y el Soldado vivieron muchas más aventuras juntos, siempre recordando que la verdadera amistad no conoce de diferencias ni miedos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.